Foto de Cartier Bresson

Foto de Cartier Bresson

sábado, agosto 04, 2007

UNO EN EL RIO


por Silvia Loustau
a federico

Por dentro, la casa no parecía la misma. Ahora se veía más oscura, mas chica que en sus recuerdos. Iba a preguntar por qué, cómo, pero vio a su hermano, allí, poniendo prolijamente una taza sobre cada plato, todo sobre una bandeja . Lo miró tomar la azucarera y llevarla a la mesita, y prefirió callar.
Al caminar , él arrastraba levemente la pierna izquierda. Entonces quiso saber qué, cuándo, y él dijo: un accidente.
−¿ Accidente? – Mariana se asombró–. Nunca me contaste.
Ricardo se encogió de hombros y dijo: para qué. Ella lo miraba. Como siempre. No había cambiado, hasta en eso parecía no haberle pasado los años. Y se preguntó si alguna vez había sido joven, o si, tal vez, de ser el niño que era cuando los sorprendió la muerte del padre, había saltado abruptamente a la madurez..
El se sintió observado, y levantó la vista. Estaba distinta. Los ojos pagados, ya no había rebeldía , ni entusiasmo , ni expresividad en ellos.
Se sentaron y por un momento el silencio llenó el vacío que había entre los dos . Una vida de palabras no dichas. De silencios impuestos, pensaba ella, cuando lo escuchó preguntar:
−¿ Por qué viniste sola? −
Mariana no le contestó. Sintió que no podía explicarle que esto era otra fuga. El volvió a preguntar:
−¿ Cómo es Tomás?
−Muy cariñoso, muy bueno− contestó y empezó a contarle todo lo que hacía, la Universidad, la última noviecita, sus salidas a escalar, y terminó con− todo lo que hace un adolescente, imagínate.
−No era lo que vos hacías ¿Te acordás? –
Pero ella cambió de tema. Le pregunto por sus hijas ,él no pareció escuchar e insistió :
−Se parece a Federico ¿ − y agregó − ¿ Sabe lo que pasó ´?
Jamás le hubiese ocultado la verdad, contesto ella tensa, aunque me duele que nunca hable del padre, que evite el tema. Como si nada le hubiese sucedido. Como si nada nos hubiese sucedido.
−Lo que está muerto, mejor enterrarlo – sentenció él
−¿Muerto y enterrado ´? .Lo asesinaron. Lo tiraron al río, contesto ella con furia y un leve temblor en sus manos. y quiso explicarle como ella había tratado de olvidar los detalles mas dolorosos, sin conseguirlo, como su imagen diciéndolo adiós, hasta pronto, volvía una y otra vez, empecinada, su imagen eternamente joven abrazándola y ella volviendo a sentir aquel calor dentro de si, pero Ricardo la interrumpió :
−¿ Se lleva bien con tu marido ¨?−
− Mejor que conmigo, reaccionan igual, son muy compinches – su voz sonó casi dolorida
−No te molestará eso, me imagino –
−No, como creer...− miró a su alrededor y se paró − La casa está distinta, no se, parece otra
−Hubo que cambiar algunos muebles y adornos, el resto está igual− se quedó callado. De pronto se incorporó y corrió las cortinas para que entrara más luz. Ella lo observaba. Lo sentía tan lejano
−Me parece increíble estar aquí sentada. En nuestra casa. Hace un tiempo que recuerdo nuestra infancia, que se yo nada en especial, pero momentos juntos.
Ricardo se dio vuelta y sin moverse del lado de la ventana exclamó :
−¿Te acordás el día que te fuiste ¨?−
Mariana dijo ,por supuesto y alzó la cabeza, mientras le preguntaba por qué.
−Yo también quisiera acordarme.
Volvió a darle la espalda . Ella comenzó a hablar, cuando él hizo un ademán con el brazo.
−Deja, no me expliques, ahora para qué .
Sonó el teléfono: La voz de Ricardo le llegó apagada desde el otro extremos de la casa. Mariana empezó a recorrer la habitación. Acariciaba con la punta de los dedos la superficie labrada de un mueble, cuando él entró . Ella le señaló las formas que sobresalían. Gárgolas de madera de grandes fauces abiertas pretendiendo devorarse a pequeños y desconocidos animales.
−Todavía me acuerdo el miedo que me daban cuando era chica .
−¿Miedo?¿Vos?
Ella lo miro y dijo,
−por qué no , qué tiene de extraño.
Se alejaba del mueble cuando el murmuró:
−No te recuerdo miedosa −se quedo unos segundos en silencio y agregó, con ironía− de chica y de grande menos.
Mariana no contestó. Respiró hondo antes de hablar.
−Nunca me aprobaste. Me aprobaron.
−Tampoco te importó− e hizo un gesto con la mano− ¿ Querés más café...?.
Ella asintió y agregó :
−Dejá lo hago yo.
Ambos fueron para la cocina. La luz entraba suavemente por la ventana
Mariana miró hacía el pequeño jardín y se sonrió.
−El níspero, el níspero todavía está.
Ricardo asintió mientras servía el café y tomando la bandeja dijo : −Vamos a sentarnos.
−Sabés, Ricardo, hace tiempo que recuerdo algo que nos pasó cuando éramos chicos, tendríamos diez años −se interrumpió para tomar el café− Hasta lo escribí.
Él la miro con una mezcla de sorna y furia.
−Qué, ¿ahora escribís?
−No, no, es una manera de quitarme la angustia, de aclararme las ideas...−parecía pedir perdón mientras explicaba.
−¿Y qué es lo que recordás?
−La vez que estábamos en el río, cuando casi nos ahogamos .
Ricardo se rió, por primera vez con ganas .
−¿Ahogarnos? qué decís, sí sabíamos nadar desde muy chicos. Lo soñaste.
−Pero no, acordate, esa vez que el río creció de repente...
Mariana lo miraba ansiosamente. El permaneció quieto, pensando, hasta que dijo:
−No, no me acuerdo de nada.
Ella bajo los hombros y murmuró: ¿cómo puede ser? Mariana se acurrucó en el sillón, los ojos entrecerrados. Su voz sonó tenue:
−Era domingo, me parece. Había mucha gente, familias, esos grupos que iban al club .
Ricardo la miraba con atención, había cierta expresión en la cara de ella, parecía elegir las palabras,. como si tuviera temor a equivocarse.
−Nos pusimos a jugar, como haciamos siempre, tirábamos agua, barro, hasta que no se por qué, tal vez nos cansamos y decidimos sentarnos y quedarnos de espaldas a la costa.
−Siempre mirábamos el horizonte, era más lindo, supongo. O tal vez era mejor así, y no ver otros chicos que tenían padre y...−se mordió el labio inferior.
Ambos se quedaron callados unos instantes. Ella volvió a hablar.
−El río empezó a crecer sin que lo notáramos, nos arrodillamos, después tuvimos que pararnos, entonces yo me asusté y empecé a pedirte que nos fuéramos.
−¿Y yo que hice? −Ricardo inclinó su cuerpo hacia ella.
−La orilla se veía lejos, vos no dijiste nada y empezaste a caminar, yo a duras penas podía seguirte, así que me tomaste de la mano y juntos hicimos toda la fuerza para vencer la corriente −respiró con angustia.
El atardecer había ocupado el interior de la habitación y ahora las facciones de ambos parecian borrosas. El se levantó y prendió una lámpara de pie que estaba junto al sillón de ella. Al hacerlo, le toco levemente el hombro, lo que la sacó de la ensoñación y continuó:
−Íbamos mirando hacia la costa que estaba llena de gente, no gritamos, no pedimos auxilio, ni siquiera hicimos señas.
Edgardo murmuró, no me acuerdo nada de eso y se quedo mirándola. Ella dijo:
−Tan significativo, no te parece.
El la miro sin entender.
−¿ Te acordás aquello de saber ser solo es no pedir ayuda?
−Mamá siempre lo decía, y con eso...? –frunció el ceño
−Nos lo marcó a fuego, aceptar la realidad ,porque no se cambia –
sacudió la cabeza– tal vez por eso me fui de boca , querer cambiar todo lo que creía injusto.
El endureció la cara y no dijo nada. Ella continuó:
−Fue algo terrible que no gritáramos socorro, nada, aceptamos eso como aceptamos la muerte de papá, por aquello de que la vida es así, que a la vieja no se le caía de la boca.
−Ya veo, mamá es responsable de todo −sonrió irónicamente.
−No digas pavadas y escuchame. Llegamos muertos a la orilla, nos tiramos sobre el pasto y no le dijimos nada a mamá, ni tampoco lo hablamos entre nosotros.
−A esa edad qué querías.
−¿A esa edad? A ninguna , jamás hablamos vos y yo.
Ricardo se paró. Bueno, dijo, empezó el psicoanálisis. Dio unos pasos y se volvió hacía ella:
−Hubo muchos momentos en que los hubiera necesitado... tenerlos cerca, quiero decir.
Ella levantó los ojos y extendió la mano para tomarle el brazo, pero él se alejó.
−Y yo, por ejemplo, hubiera querido saber que estabas viva.
−No `podía avisarles, Ricardo, era muy peligroso para mi y para ustedes.
−Peligroso para nosotros, claro, porque aquí , según vos, no hubo riesgos −Él agitó las manos− Aquí nosotros andábamos tranquilos, yo podía trabajar, todo estaba bien.
Se paró delante de la ventana y miró fijamente hacía la oscuridad de la calle. Mariana lo observaba, tenía las manos apretadas y la boca entreabierta.
−Para que hablar de esto −carraspeó y desvió los ojos de ella −Es ridículo, hace demasiado tiempo y además ya me olvide.
−Vos no olvidaste , Ricardo −y continuó −te aseguro que creia`que iba a volver enseguida. Tomasito estaba enfermo cuando recibimos la orden de volver. Federico se vino solo. Lo demás lo sabés.
−Además, cómo avisarte que mama ya estaba mal, que acá −Ricardo inspiró profundo− que acá la pasamos muy difícil, lo que tuve que hacer, cualquier cosa ,para poder vivir .
−Pero sólo fueron unos meses
−Qué decís, fueron años −dio unos pasos y volvió a toser.− Pero, por supuesto, la señorita no tenía que enterarse de nada, no había que preocuparla porque estaba lejos.
−Quiero decir que no tuvieron noticias mías por unos meses, después pudiste avisarme.
Él no contestó. Se hundió en el sillón con todo el peso de su cuerpo y prendió un cigarrillo. Exhaló el humo y le preguntó:
−¿Por qué no lo hiciste ¨? − Mariana insistió...
−¿Cómo es tu marido?
− Como todos. Te pregunté algo.
−¿Qué cosa?
Mariana se levanto y se acercó a él. Mirándolo a los ojos le dijo:
−Por qué no me aviste antes.
−Ah, eso− puso el cigarrillo en el cenicero−, mamá no quiso.
−¿Y vos? −había rabia contenida en su voz
−Yo qué...
−Vos esperaste casi treinta años, así podías echármelo en cara.
Ricardo hizo un ademán mientras decía, cuánta estupidez. Se quedaron callados unos minutos hasta que él habló :
−Mamá me hizo prometerle que no te diría nada. Que estaba enferma, que se moría... Eso, todo lo que nos pasó.
−¡Pero qué les pasó! – gritó ella.
−Te dije, ya me lo olvide...
Mariana empezó a pasearse por la habitación. Al fin se detuvo y sin mirarlo, murmuró :
− No vas a hablar, por supuesto.
El se encogió de hombros con los labios apretados.
−No entiendo de que sirve, para qué sirvió todo −Ella se había tomado la
cabeza con las manos.
Se quedaron callados. Afuera sintieron los ladridos de unos perros que pasaban por la vereda .
−Para qué tanto silencio –Mariana hablaba cerrando los ojos –te recordé todos estos años tomándome la mano en el río, siendo uno para sobrevivir. Y ahora esto. Se le quebró la voz.
−No llores, no vale la pena recordar.
−Cómo hago para no recordar que todo salió mal, que yo me quedé y a Federico lo mataron, cómo olvido la traición, Ricardo −le tomó las manos, casi gritando.
−Traición, qué decís – tuvo un sobresalto imperceptible, mientras se
soltaba.
Ella se refregó los ojos con el dorso de la mano y se puso a buscar en la cartera.
−El pañuelo, me olvide el pañuelo, justo ahora −levantó la vista y tendió la mano−, prestame el tuyo.
Ricardo sacó del bolsillo el pañuelo celeste y se lo dio. Ella se secó la cara y lo retuvo entre las manos. En su boca apareció una sonrisa leve.
−Siempre te pedía el pañuelo, te acordás?
−No fallabas, no había recreo que no vinieras a pedírmelo – su cara se
había distendido−. Cómo me fastidiaba que me lo devolvieras todo mojado.
−Y mamá todas las veces me preguntaba si lo llevaba en el bolsillo, pobre vieja− empezó a llorar suavemente−, por que no me avisaste que estaba enferma...
Ricardo se levantó del sillón y buscó un paquete de cigarrillos. Antes de prender uno, le dijo:
−¿Sabés? me estoy acordando de algo.−
−¿De qué? −Mariana lo miró .
−Del río, me acuerdo que siempre que íbamos vos te retrasabas, juntabas bichos, piedras, te ponías flores en el pelo.
−Y vos me protestabas todo el camino, apurate, apurate, Mariana, tengo calor, se nos hace tarde −empezó a sonreír.
−Y la escalera, ¿te acordás de la maldita escalera que teníamos que bajar hasta el balneario? −Ricardo soltó una carcajada−.
La de los mil escalones y subirla después, cuando regresábamos muertos de cansancio, siempre tarde porque nos quedábamos hasta que el sol se iba.
Aún se reía. De pronto se dio un golpecito en la frente. Se levantó y fue hasta un mueble. Abrió el cajón y sacó algo que escondió detrás de su cuerpo, mientras volvía al sillón. Entonces le dijo:
−Mirá lo que tengo aquí −y le mostró un álbum con tapas de cuero, de aspecto algo raído− Lo encontré hace poco, metido dentro de un placard.
Mariana abrió sus labios en un gesto de asombro y murmur: no lo puedo creer.
−Sentate acá, al lado mío –le hizo un gesto con un brazo– fijate esta foto en que estamos los dos de la mano, la ropa que nos habíamos puesto.
−Es de Carnaval, no ves que estás disfrazado de soldado, yo de india, mamá los había cosido, ganamos un premio en el Corso −siguió sonriendo mientras decía: nuestro álbum de fotos, lo guardaste. Y empezó a recorrer las hojas.