Foto de Cartier Bresson

Foto de Cartier Bresson

viernes, agosto 29, 2008

ESE ALGO...


ESE ALGO...

por Ronit Sela


Este cuento de Ronit Sela, Ese Algo..., fue elegido para integrar la antología de Tortuosidades, cuentos relacionados con la salud mental. Figuran allí prestigiosos escritores israelíes, como A.B. Ioshúa, Dalia Ravikovitz, Eyal Megued, Amir Gotfroind, etc.. Una comisión de la Asociación Israelí de la Salud Mental (ENOSH) eligió por unanimidad el cuento de Ronit Sela para integrar tan calificada antología, auspiciada asimismo por la Organización de Escritores de Israel. Cabe señalar que numerosos escritores participaron de la selección, de la cual fue elegido un pequeño número.
Entre los breves extractos de relevantes escritores, recopilados en el prólogo de Tortuosidades, se incluyeron algunos pertenecientes a Ronit Sela.

Ronit Sela nació en Buenos Aires. Llegó a Israel en 1975, a los tres años, junto con sus padres recién salidos de la cárcel. Es licenciada en ciencias de la comunicación, ha publicado un libro de cuentos para niños, Historias de la pequeña Luz, colabora en revistas literarias y de opinión, tiene terminadas dos breves novelas: Frutillas con crema , y Un hada en la calle Shenquin, y una serie de cuentos del cual destaca La primera lluvia, que incluye varios relatos con el mismo tema. Vive en el kibutz Tzibón, madre de tres hijas, se ocupa de la absorción de nuevos miembros de este pequeño enclave de la Alta Galilea. Es hija de Ester Mann y Andrés Aldao.

ESE ALGO...

(un relato de Ronit Sela)

Ilana me llamó y me propuso que fuéramos a Kvutzat Shiler¹ en bicicleta. Es algo que hacemos de vez en cuando. A Ilana le gustan los deportes y todo lo que esté relacionado con ellos, y a pesar de que a mí no, puedo disfrutar también mientras el camino sea llano o en bajada. En las subidas me cuesta mucho, siempre me quedo atrás y siento que no sirvo para el deporte y para ninguna otra cosa.
De todas maneras vale la pena, porque entonces, cuando ya llegamos a distintos lugares que amamos, como por ejemplo un árbol de nísperos en el camino a Nes Tziona², o un naranjal, o el césped extendido en la entrada de Kvutzat Shiler, nos sentamos y hablamos, nos leemos una a la otra párrafos de algún libro que nos gusta. A veces, una de nosotras lee algo que hayamos escrito, y esto me produce una sensación muy agradable −como si fuésemos dos escritoras que comparten sus creaciones−, incluso la envidia (la mía) y el miedo (que no le agrade lo que escribí), no consiguen empañar el momento.

Me emociona saber que dentro de un rato nos encontraremos. Y de tanta emoción ya no tengo ganas de hacer ninguna otra cosa hasta el instante del encuentro. Algo en mi cálculo del tiempo se complica, como me es habitual... tal vez porque calculo diez minutos para bajar en el ascensor.
A las cuatro menos diez ya estoy en la planta baja, demasiado temprano, como siempre, a pesar de que Ilana siempre, pero siempre, llega tarde.
Y como siempre yo, tengo la esperanza de que de alguna manera esta vez llegará a horario.
No me gusta estar parada abajo, en la entrada del edificio. Pasan todo tipo de vecinos a los cuales no tengo ganas de saludar, y lo peor es que me la encuentre a Aliza, la indeseable, o a Galit, que fue mi mejor amiga en la primaria hasta que la abandoné, porque no era bastante popular. La mezcla de lo que siento por ellas −culpa, rechazo y lástima− es tan insoportable, que hasta decirles un seco hola me cuesta un esfuerzo supremo.
Ahora ya son las cuatro y cuarto, y comienzo a pensar que quizá confundí la hora. Así empieza, con inocencia, como una especie de duda: ¿tal vez Ilana me dijo a las cuatro y media... o a las cinco? Sé que no me conviene pasar por alto esa incertidumbre. Ya me ocurrió que cuando alguna persona llegó muy tarde, pensé que no habíamos fijado ninguna cita ni que hablamos, que no me conocen o que no existen, llegando hasta el punto de dudar de mi propia existencia y de la del mundo (aunque esto ocurrió sólo una o dos veces, cuando nadie concurrió a la cita).

Por fin ella llega, alegre e inocente, disculpándose de pasada, sin tener consciencia de que para mí el mundo se destruyó y se creó varias veces, por el solo motivo de que Ilana no llegó a tiempo. Y por supuesto que yo, en el instante en que Ilana aparece y reafirma mi existencia, vuelvo a ser una joven normal, tal vez no tan alegre e inocente como Ilana pero perfectamente normal, y todo lo ocurrido dentro mío durante el tiempo de espera se resume en una corta y cínica observación que, como siempre, provoca la risa de Ilana.

Nos ponemos en camino. Al principio conversamos normalmente, luego tenemos que gritar y después ya es imposible hablar −llegamos a las estepas de Rejovot³, y de aquí en más veo casi todo el tiempo la espalda de Ilana alejándose de mí.
El viento de la tarde es algo frío y sugiere un aroma invernal, acompañado del estallido de anhelos. De pronto, mi corazón se abre por un instante. Y a veces me ocurre que se abre por más tiempo. Aunque, por lo general, en las subidas se quiebra el ritmo y sólo después que ya estamos sentadas debajo de un árbol o sobre el césped, y luego que tomo agua y me repongo del cansancio y de la autocompasión (que me dominan a partir de la primera subida), sólo en ese momento mi corazón se abre lentamente, e Ilana vuelve a ser mi querida amiga después de haber sido mi rival deportiva a lo largo del camino.
La charla comienza a desenvolverse y a fluir, llegando a ese lapso en que se convierte en emotiva e interesante, como si ésta fuera la cosa más atrayente que ocurrió en mi vida, e Ilana y yo las jóvenes más extraordinarias que alguna vez existieron. Seguramente, está relacionada con la mirada de Ilana, con su atención, con sus preguntas que me hacen sentir especial e inteligente (en esos instantes casi creo que es así), y que también ella es igual, y entonces percibo cuánto la quiero.
Ahora estamos sentadas en el césped. Después de la gran emoción del diálogo, junto con la brisa agradable y todo ese verde de la copa de los árboles y el pasto, iluminados con la luz dorada del atardecer, me vuelve la conocida opresión de alegría y la loca esperanza de algo, y enseguida la impaciencia, también conocida, de que ese algo tan oscuro ya haya llegado.
Enseguida, como es habitual, pierdo el interés en el césped, en los árboles, en Ilana, porque está claro que ese algo es mucho mejor, que todo lo que me rodea es sólo el preámbulo, que mientras ese algo no llegue todos los momentos son una intolerable pérdida de tiempo.
Pronto caerá la noche sobre otro día sin ese algo, yo estaré muy triste, me inundará el miedo de que ese algo no llegue o que no exista, que toda la vida es un desencuentro continuo con algo que no sé qué es; sólo percibo que no voy a hallarlo nunca en ninguna persona, en ningún objeto ni en ningún lugar.
Esto se me pasará hasta la mañana o hasta la próxima conmoción, y luego retorna, se va, retorna...

Esperé muchos años a ese algo.
Lo busqué en el cuerpo y en el alma de tanta gente y lugares, cercanos o muy lejanos, en emociones que tuvieron que hacerse más grandes y más artificiosas a medida que pasaba el tiempo, cuando las conversaciones o el verde de los árboles habían perdido su magia.
Y todavía busco, a pesar de que ya se me reveló dónde encontrarlo, aún me descubro buscando, a veces, en lugares equivocados, dado que en el único sitio donde puedo encontrar ese algo es dentro mío, aquí, en este mismo instante. Un algo pequeñísimo, una ínfima partícula, delicada como un rayo de sol sobre una hoja verde y tan fugaz como él.
Pero sé como detenerlo un instante y luego liberarlo. Y dispongo de toda una vida para seguir aprendiendo a retenerlo cada vez un poco más, a estar cada vez menos afligida al liberarlo. Puedo encontrar a ese algo una vez más, guiñándome, de pronto, desde la grisura de un simple día rutinario. ■


¹ Kvutzat Shiler: kibutz en la zona de Rejovot

² Nes Tziona: pequeña ciudad vecina a Rejovot, en el centro sur de Israel

³ Rejovot: Ciudad caracterizada por estar situada al lado de una zona de cítricos, hoy inexistentes. Allí transcurrió la infancia y la adolescencia de la autora.

jueves, agosto 28, 2008

EL SIMPLE ARTE DE MATAR


EL SIMPLE ARTE DE MATAR

Raymond Chandler

LA LITERATURA DE FICCIÓN siempre, en todas sus formas, intentó ser realista. Novelas anticuadas, que ahora parecen pomposas y artificiales, hasta el punto de resultar ridículas, no lo parecían a las personas que las leyeron por primera vez. Escritores como Fielding y Smollett podrían parecer realistas en el sentido moderno, porque en general dibujaban personajes sin inhibiciones, muchos de los cuales no estaban muy lejos de la frontera de la ley, pero las crónicas de Jane Austen sobre personas muy inhibidas, contra un fondo de aristocracia rural, parecen bastante reales en términos psicológicos.
En la actualidad abunda ese tipo de hipocresía moral y social. Agréguesele una
dosis liberal de presuntuosidad intelectual, y se obtendrá el tono de la página
literaria de su periódico y el sincero y fatuo ambiente engendrado por los
grupos de discusión de los pequeños clubes. Ésas son las personas que
apuntaban a los best-sellers, que son trabajos de promoción basados en una
especie de explotación indirecta del esnobismo, cuidadosamente escoltados
por las focas adiestradas de la fraternidad crítica, y cuidados y regados con
amor por ciertos grupos de presión demasiado poderosos, cuyo negocio
consiste en vender libros, aunque prefieren que uno crea que están
estimulando la cultura. Atrásese un poco en sus pagos y descubrirá cuán
idealistas son.
El relato policial, por varias razones, puede ser objeto de promoción en
muy raras ocasiones. Por lo general se refiere a un asesinato, y por lo
tanto carece del elemento promocionable. El asesinato, que es una
frustración del individuo y por consiguiente una frustración de la raza,
puede poseer -y en rigor posee- una buena proporción de inferencias
sociológicas. Pero existe desde hace demasiado tiempo como para
constituir una noticia. Si la novela de misterio es realista (cosa que muy
pocas veces es), está escrita con cierto espíritu de desapego; de lo
contrario nadie, salvo un psicópata, querría escribirla o leerla. La
novela de crímenes tiene también una forma deprimente de dedicarse a
sus cosas, solucionar sus problemas y contestar sus preguntas. Nada
queda por analizar, aparte de si está lo bastante bien escrita como para
ser buena literatura de ficción, y de todos modos la gente que
contribuye a las ventas de medio millón de dólares nada sabe de esas
cosas. La búsqueda de la calidad en la literatura es ya bastante difícil
para aquellos que hacen de esa tarea una profesión, sin tener que prestar
además demasiada atención a las ventas anticipadas.
El relato de detectives (quizá será mejor que lo llame así, pues la
fórmula inglesa sigue dominando el oficio) tiene que encontrar su
público por medio de un lento proceso de destilación. Así lo hace, y se
aferra a él con gran tenacidad, y eso es un hecho; las razones por las
cuales lo hace exigen un estudio de mentalidades más pacientes que la
mía. Tampoco es parte de mi tesis la de que constituya una forma vital
e importante del arte. No existen tales formas vitales e importantes del
arte; sólo existe el arte, y en muy escasa proporción. El crecimiento de
las poblaciones no aumentó en manera alguna esa proporción; no hizo
más que acrecentar la destreza con que se producen y expenden los
sustitutos.
Y, sin embargo, el relato detectivesco, aun en su forma más
convencional, ofrece dificultades para ser bien escrito. Las buenas
muestras de arte son mucho más raras que las buenas novelas serias.
Mercancías de segunda fila sobreviven a la mayor parte de la literatura
de ficción de alta velocidad, y muchas de las que jamás habrían debido
nacer se niegan, lisa y llanamente, a morir. Son tan perdurables como
las estatuas que hay en los paseos públicos, e igualmente aburridas.
Esto resulta muy molesto para la gente que posee lo que se llama
discernimiento. No les gusta que las obras de ficción penetrantes e
importantes, de hace algunos años, ocupen sus propios anaqueles
especiales en la librería, con el rótulo de «best-sellers de años ha», y
que nadie se acerque a ellos, salvo uno que otro cliente miope que se
inclina, lanza una breve mirada y se aleja a toda prisa; en tanto que las
ancianas se empujan unas a otras ante la estantería de los misterios para
atrapar alguna muestra de la misma vendimia, con un título como El
caso del triple asesinato o El inspector Pinchbottle acude a la escena.
No les gusta que «los libros realmente importantes» acumulen polvo en
el mostrador de las reimpresiones, mientras La muerte usa ligas
amarillas se publica en ediciones de cincuenta o cien mil ejemplares, se
distribuye en los quioscos de revistas de todo el país, y es evidente que
no está en ellos sólo para decir adiós al que pasa.
A decir verdad, a mí tampoco me gusta mucho. En mis momentos
menos campanudos yo también escribo relatos de detectives, y toda esa
inmortalidad proporciona un exceso de competencia. Ni siquiera
Einstein podría ir muy lejos si todos los años se publicaran trescientos
tratados de física superior y varios millares de otros, en una u otra
forma, rondaran por ahí en excelentes condiciones, y además se los
leyera.
Hemingway dice en alguna parte que el buen escritor compite sólo con
los muertos. El buen escritor de relatos detectivescos (a fin de cuentas
tiene que haber unos pocos) compite no sólo con los muertos no
enterrados, sino también con todas las multitudes de los vivientes. Y en
términos casi de igualdad, porque una de las cualidades de ese tipo de
literatura consiste en que lo que hace que la gente la lea nunca pierde el
estilo. Es posible que la corbata del protagonista esté un poco pasada de
moda y que el bueno y canoso inspector llegue en un carricoche y no en
un sedán aerodinámico, con la sirena aullando, pero lo que hace cuando
llega es el mismo antiguo ocuparse de comprobaciones de horas y de
trozos de papel chamuscado, y de quién pisoteó la vieja y querida
planta en flor que crece bajo la ventana de la biblioteca.
Sin embargo, yo tengo un interés menos sórdido en el asunto. Me
parece que la producción de relatos de detectives en tan gran escala, y
por escritores cuya recompensa inmediata es tan pequeña, y cuya
necesidad de elogio crítico es casi nula, no sería en modo alguno
posible si el trabajo exigiera algún talento. En ese sentido, la ceja
enarcada del crítico y la sospechosa comercialización del editor son
perfectamente lógicas. El relato detectivesco común quizá no sea peor
que la novela común, pero uno nunca ve la novela común. No se la
publica. La novela detectivesca común, o apenas por encima de lo
común, sí se publica. Y no sólo es publicada, sino que es vendida en
pequeñas cantidades a bibliotecas ambulantes, y es leída. Inclusive hay
unos pocos optimistas que la compran al precio de dos dólares al
contado, porque tiene un aspecto tan fresco y nuevo, y porque hay en la
cubierta el dibujo de un cadáver.
Y lo extraño es que ese producto de una literatura de ficción
absolutamente irreal y mecánica, más que medianamente aburrida y
marchita, no es muy distinto de lo que se denomina obras maestras del
arte. Se arrastra con un poco más de lentitud, el diálogo es un tanto más
gris, el cartón del que se ha recortado a los personajes es apenas más
delgado y las trampas un poco más evidentes. Pero es el mismo tipo de
libro. En tanto que una buena novela no es en modo alguno el mismo
tipo de libro que la mala novela. Se refiere a cosas distintas desde
cualquier punto de vista. Pero el buen relato de detectives y el mal
relato de detectives se refieren exactamente a las mismas cosas, y se
refieren a ellas más o menos de la misma manera. (También existen
motivos para esto, y motivos para los motivos; siempre es así.)
Supongo que el principal dilema de la novela de detectives tradicional,
clásica, directamente deductiva o de lógica y deducción consiste en que
para acercarse en alguna medida a la perfección, exige una
combinación de cualidades que no se puede encontrar en el mismo
espíritu. El constructor frío no siempre crea al mismo tiempo
personajes vivaces, un diálogo agudo, un sentido del ritmo y un
penetrante empleo del detalle observado. El torvo lógico obtiene tanto
ambiente como el que hay en un tablero de dibujo. El investigador
científico tiene un bonito y reluciente laboratorio nuevo, pero lo siento
mucho, no puedo recordar su cara. El tipo que puede escribirle a uno
una prosa vívida y llena de colorido no se molesta en absoluto con el
trabajo de coolie de atacar las coartadas inatacables.
El maestro poseedor de raros conocimientos vive, en términos
psicológicos, en la época de las faldas de miriñaque. Si uno sabe todo
lo que debería saber sobre cerámica o sobre la labor de costura egipcia,
no sabe nada sobre la policía. Si sabe que el platino no se funde por
debajo de los 2.800 grados Fahrenheit, pero que sí lo hace bajo la
mirada de un par de ojos intensamente azules; cuando se le pone cerca
de una barra de plomo no sabe cómo hacen el amor los hombres en el
siglo XX. Y si sabe lo suficiente sobre la elegante flanerie de la Riviera
francesa de preguerra como para hacer que su relato se desarrolle en ese
escenario, entonces no sabe que un par de cápsulas de barbital lo
bastante pequeñas para ser tragadas no sólo no matan a un hombre, sino
que ni siquiera consiguen hacerle dormir si él se resiste a dormirse.
Todos los escritores de relatos de detectives cometen errores, y ninguno
sabrá nunca tanto como debería. Conan Doyle cometió errores que
invalidaron por completo algunos de sus relatos, pero fue un precursor,
y a fin de cuentas Sherlock Holmes es sobre todo una actitud y algunas
docenas de líneas de un diálogo inolvidable. Los que realmente me
tumban son las damas y caballeros de lo que Howard Haycraft (en su
libro Murder for Pleasure) llama la Edad de Oro de la ficción
detectivesca. Esa edad no es remota. Para los fines de Haycraft,
empieza después de la Primera Guerra Mundial y dura más o menos
hasta 1930. Para todos los fines prácticos, todavía existe. Dos terceras o
tres cuartas partes de todas las narraciones detectivescas publicadas
todavía siguen la fórmula que los gigantes de esa era crearon,
perfeccionaron, pulieron y vendieron al mundo como problemas de
lógica y deducción.
Éstas son palabras severas, pero no se alarmen. Son sólo palabras.
Echemos una mirada a una de las glorias de la literatura, una obra
maestra reconocida del arte de engañar al lector sin estafarlo. Se llama
El misterio de la casa roja, fue escrita por A. A. Milne, y Alexander
Wollcott (un hombre más bien rápido con los superlativos) la consideró
«uno de los tres mejores relatos de misterio de todos los tiempos».
Palabras de esas dimensiones no se pronuncian con ligereza. El libro se
publicó en 1922, pero es casi intemporal, y con suma facilidad habría
podido ser publicado en julio de 1939 o, con unos pocos y leves
cambios, la semana pasada. Tuvo trece ediciones y parece haberse
vendido, en su tamaño primitivo, durante dieciséis años. Eso sucede
con muy pocos libros, de cualquier tipo que fueren. Es un libro
agradable, ligero, divertido, al estilo de Punch, escrito con una
engañosa suavidad que no es tan fácil como parece.
Se refiere a la suplantación, por Mark Ablett, de su hermano Robert, a
modo de broma a sus amigos. Mark es el dueño de la Casa Roja, una
típica casa de campo inglesa, y tiene un secretario que le alienta y
ayuda en su suplantación, porque el secretario piensa asesinarle si logra
hacerla bien. En la Casa Roja nadie ha visto nunca a Robert, desde hace
quince años ausente en Australia y conocido de todos por su reputación
de pillastre. Se habla de una carta de Robert, pero nunca es mostrada.
Anuncia su llegada, y Mark insinúa que no será una ocasión placentera.
Y entonces, una tarde llega el supuesto Robert, se identifica ante una
pareja de sirvientes, se le hace pasar al estudio y Mark (según
declaraciones prestadas en el sumario judicial) le sigue. Después se
encuentra a Robert muerto en el suelo, con un agujero de bala en la
cara, y, por supuesto, Mark ha desaparecido. Llega la policía, sospecha
que Mark debe de ser el asesino, elimina los restos y lleva adelante la
investigación, y a su debido tiempo el sumario judicial.
Milne tiene conciencia de un obstáculo muy difícil, y trata de superarlo
como mejor puede. Como el secretario va a asesinar a Mark en cuanto
éste se haya establecido como Robert, la suplantación tiene que
continuar y burlar a la policía. Pero además, como todos en la Casa
Roja conocen íntimamente a Mark, es necesario un disfraz. Esto se
logra afeitando la barba de Mark, haciendo más rudas sus manos («no
las manos manicuradas de un caballero»: declaración) y usando una voz
gruñona y de modales toscos.
Pero eso no es suficiente. Los policías tendrán el cadáver, las ropas que
lo cubren y el contenido de los bolsillos de éstas. Por consiguiente,
nada de eso debe sugerir a Mark. Milne trabaja entonces como una
locomotora de maniobras para imponer la idea de que Mark es un actor
tan engreído que se disfraza inclusive en lo que respecta a los calcetines
y la ropa interior (de todo lo cual el secretario ha eliminado las marcas
del fabricante), como un mal actor que se ennegrece la cara para
representar a Otelo. Milne calcula que si el lector se traga eso (y las
cifras de ventas muestran que así ha sucedido), estará pisando terreno
firme. Pero por frágil que pueda ser la textura del relato, es presentado
como un problema de lógica y deducción.
Si no es eso, no es ninguna otra cosa. Nada tiene que lo convierta en
ninguna otra cosa. Si la situación es falsa, ni siquiera se la puede
aceptar como una novela ligera, pues no hay relato alguno que la
novela ligera tenga como contenido. Si el problema no contiene los
elementos de verdad y plausibilidad, no es un problema; si la lógica es
una alusión, nada hay que deducir. Si la personificación es imposible en
cuanto se informa al lector de las condiciones que debe tener, entonces
toda la novela es un fraude. No un fraude deliberado, porque Milne no
habría escrito la novela si hubiese sabido con qué tropezaría. Porque
tiene ante sí gran cantidad de cosas mortíferas, ninguna de las cuales es
objeto de su consideración. Y por lo que parece tampoco las tiene en
cuenta el lector casual, quien desea que el relato le agrade y, por lo
tanto, lo toma en su valor nominal. Pero el lector no está obligado a
conocer los hechos de la vida; el experto en el caso es el autor. Y he
aquí lo que ese autor ignora:
1. El juez de instrucción lleva a cabo un sumario judicial respecto de un
cadáver del cual no se ofrece una identificación legalmente competente.
Un juez de instrucción, por lo general en una gran ciudad, realiza a
veces un sumario con un cadáver que no se puede identificar, cuando el
registro de semejante sumario tiene o puede tener un valor (incendio,
desastre, pruebas de asesinato, etc.). Pero aquí no existen esos motivos,
y no hay nadie que pueda identificar el cadáver. Un par de testigos han
dicho que el hombre afirmó que era Robert Ablett. Eso es pura
presunción, y sólo tiene peso si no existe nada que lo contradiga. La
identificación es prerrequisito de un sumario judicial. Aun en la muerte,
un hombre tiene derecho a su propia identidad. El juez de instrucción
tiene que imponer ese derecho, donde tal cosa sea humanamente
posible. Hacer caso omiso de ello constituiría una violación de las
obligaciones de su cargo.
2. Como Mark Ablett, desaparecido y sospechoso de asesinato, no
puede defenderse, son vitales todas las pruebas de sus movimientos
antes y después del asesinato (como también si posee dinero con el cual
huir). Y, sin embargo, todas las pruebas en ese sentido son ofrecidas
por el hombre que está más próximo al asesinato, y carecen de
corroboración. Resultan automáticamente sospechosas, hasta que se
demuestre que son verdaderas.
3. La policía descubre, por investigación directa, que Robert Ablett no
gozaba de buena reputación en su aldea natal. Alguien en ella debe de
haberle conocido. Ninguna de esas personas comparece durante el
sumario judicial. (El relato no lo toleraría.)
4. La policía sabe que hay un elemento de amenaza en la supuesta visita
de Robert, y tiene que resultarle evidente que está vinculado con el
asesinato. y, sin embargo, no intenta seguir los pasos de Robert en
Australia, o descubrir qué reputación tenía allá, o qué vinculaciones, o
inclusive si es cierto que ha ido a Inglaterra, y con quién. (Si lo hubiera
hecho, habría descubierto que estaba muerto desde hacía tres años.)
5. El médico forense examina el cadáver, que tiene una barba recién
afeitada (deja al descubierto una piel no atezada), manos artificialmente
maltratadas, pero que es el cuerpo de un hombre adinerado, de vida
ociosa, residente desde hace tiempo en un clima fresco. Robert era un
individuo rudo y había vivido durante quince años en Australia. Ésa es
la información del médico. Es imposible que no haya advertido nada
que la contradijese.
6. Las ropas son anónimas, no contienen nada, y marcas del fabricante
han sido quitadas. Pero el hombre que las usaba declaró una identidad.
La presunción de que no era quien decía ser resulta abrumadora. Nada
se hace en relación con esta circunstancia. Jamás se menciona que se
trata de una circunstancia peculiar.
7. Ha desaparecido un hombre -y un hombre de la localidad, muy
conocido- y hay en el depósito un cadáver que se le parece mucho. Es
imposible que la policía elimine en el acto la posibilidad de que el
desaparecido sea el muerto. Nada sería más fácil que probarlo. Pero ni
siquiera pensar en ello resulta increíble. Convierte a los policías en
idiotas, para que un descarado aficionado asombre al mundo con una
falsa solución.
El detective del caso es un negligente aficionado llamado Anthony
Gillingham, un buen muchacho de mirada alegre, cómodo apartamento
londinense y modales vivaces. No gana ningún dinero con su tarea,
pero está siempre cerca cuando los gendarmes locales pierden su libreta
de anotaciones. La policía inglesa parece soportarle con su
acostumbrado estoicismo, pero tiemblo cuando pienso en lo que le
harían los muchachos de la oficina de homicidios de mi ciudad.
Hay ejemplos menos plausibles que éste. En El último caso de Trent (a
menudo llamado «el perfecto relato detectivesco») hay que aceptar la
premisa de que un gigante de las finanzas internacionales, cuyo más
ligero fruncimiento de cejas hace que Wall Street se estremezca como
un chihuahua, tramará su propia muerte para lograr el ajusticiamiento
de su secretario, y que éste, cuando es arrestado, mantenga un
aristocrático silencio; es posible que ello se deba a que es un viejo
licenciado de Eton. He conocido relativamente pocos financieros
internacionales, pero se me ocurre que el autor de la novela ha
conocido (si ello es posible) a muchos menos.
Hay una novela de Freeman Wills Crofts (el más sólido constructor de
todos, cuando no se pone muy fantasioso) en la que un asesino, con la
ayuda de maquillaje, sincronización de fracciones de segundo y una
muy bonita huida, personifica al hombre que acaba de asesinar, con lo
cual logra tenerlo vivo y lejos del lugar del asesinato. Hay una de
Dorothy Sayers en la cual un hombre es asesinado de noche, en su casa,
por medio de un peso que se suelta mecánicamente, y que funciona
porque él siempre enciende la radio en tal y cual momento, siempre se
mantiene en tal y cual posición delante del aparato, y siempre se inclina
hasta tal y cual punto. Un par de centímetros de más hacia un lado o
hacia el otro, y los clientes tendrían que esperar a otra oportunidad.
Esto es lo que vulgarmente se conoce como hacer que Dios se le siente
a uno en el regazo. un asesino que necesita tanta ayuda de la
Providencia debe de haberse dedicado al oficio equivocado.
Y hay un argumento de Agatha Christie que presenta en primer plano a
M. Hercules Poirot, el ingenioso belga que habla en una traducción
literal de francés escolar, según el cual, mediante el adecuado empleo
de sus «pequeñas células grises», M. Poirot decide que ninguno de los
ocupantes de determinado coche-cama había podido realizar el
asesinato por sí solo, y que por lo tanto todos lo cometieron juntos, y
entonces divide el proceso en una serie de operaciones simples, como si
montara una batidora de huevos. Pertenece al tipo garantizado para
convertir la mente más aguda en pulpa. Sólo un idiota podría
adivinarlo.
Hay argumentos mucho mejores de estos mismos escritores y de otros
de su escuela. Puede que en alguna parte exista alguno que realmente
soporte un examen atento. Sería divertido leerlo, aunque hubiese que
volver a la página 47 para refrescar la memoria en cuanto al momento
exacto en que el segundo jardinero trasplantó a una maceta la begonia
rosa de té que ganó el primer premio. Nada hay nuevo en esos relatos, y
nada viejo. Los que menciono son todos ingleses, sólo porque las
autoridades (las que existen) parecen entender que los escritores
ingleses llevaban cierta ventaja en esta monótona rutina, y que los
norteamericanos (inclusive el creador de Philo Vance, quizás el
personaje más asnal de la literatura de ficción detectivesca) sólo
llegaron a los cursos preparatorios de la universidad.
Esta novela clásica de detectives no aprendió nada ni olvidó nada. Es la
narración que uno encuentra casi todas las semanas en las grandes
revistas satinadas, con bonitas ilustraciones, y que prestan su debido
homenaje al amor virginal y al tipo correcto de artículos suntuarios.
Quizás el ritmo se haya hecho un tanto más rápido y el diálogo un poco
más voluble. Se piden más daiquiris helados y menos vasos de oporto
añejo y anticuado; hay más ropas de Vogue y decorados de House
Beautiful, más elegancia, pero no más veracidad. Nos pasamos más
tiempo en hoteles de Miami y en colonias veraniegas de Cape Cod, y
no vamos con tanta frecuencia a contemplar el viejo y grisáceo reloj de
sol del jardín isabelino.
Pero en lo fundamental se trata del mismo cuidadoso agrupamiento de
sospechosos, la misma treta absolutamente incomprensible de cómo
alguien apuñaló a la señora Pottington Postlethwaite III con el sólido
puñal de platino, en el preciso instante en que ella tocaba el bemol en
lugar del sostenido en la nota más alta de la Canción de la campana, de
Lakmé, en presencia de quince invitados mal elegidos; la misma
ingenua de pijama con adornos de piel, que grita por la noche para
hacer que la gente entre en las habitaciones y salga de ellas corriendo,
para confundir todas las tablas de horarios; el mismo silencio lúgubre al
día siguiente, cuando están sentados sorbiendo cócteles Singapur y
mirándose con expresión despectiva, en tanto que los investigadores se
arrastran de un lado a otro, bajo las alfombras persas, con el sombrero
hongo hundido en la cabeza.
Por lo que a mí respecta, me gusta más el estilo inglés. No es tan frágil,
y por lo general la gente usa ropa y bebe bebidas. Hay más sentido del
escenario, como si Cheesecake Manor existiera de veras y por
completo, y no sólo la parte que ve la cámara; hay más largas caminatas
por los páramos, y los personajes no tratan de comportarse todos como
si acabaran de ser sometidos a prueba por la MGM. Es posible que los
ingleses no sean siempre los mejores escritores del mundo, pero son,
sin comparación alguna, los mejores escritores aburridos del mundo.
Es preciso hacer una afirmación muy sencilla .en lo que respecta a
todos estos relatos: en el plano intelectual no aparecen como
problemas, y en el plano artístico no aparecen como ficción. Están
demasiado elaborados, y tienen demasiado poca conciencia de lo que
sucede en el mundo. Tratan de ser honrados, pero la honradez es un
arte. El mal escritor es deshonesto sin saberlo, y el escritor más o
menos bueno puede ser deshonesto porque no sabe en relación con qué
ser honesto. Piensa que un plan complicado para un asesinato, que ha
desconcertado al lector perezoso porque no se molesta en hacer una
lista de los detalles, desconcertará también a la policía, que tiene la
obligación de ocuparse de los detalles.
Los muchachos que apoyan los pies sobre el escritorio saben que el
caso de asesinato que más fácil resulta solucionar es aquel con el cual
alguien ha tratado de pasarse de listo; el que realmente les preocupa es
el asesinato que se le ocurrió a alguien dos minutos antes de llevarlo a
cabo. Pero si los escritores de este tipo de ficción escribieran sobre los
asesinatos que ocurren en la realidad, también estarían obligados a
escribir sobre el auténtico sabor de la vida, tal como es vivida. Y como
no pueden hacerlo, fingen que lo que hacen es lo que se debe hacer. Y
ésa es una petición de principio... y los mejores de ellos lo saben.
En su introducción al primer Omnibus of Crime, Dorothy Sayers
escribía: «[El relato detectivesco] no llega, y por hipótesis nunca puede
llegar, al plano más alto de logro literario.» Y en otra parte sugería que
ello se debe a que se trata de una «literatura de evasión» y no de una
«literatura de expresión». No sé cuál es el plano más alto de logro
literario; tampoco lo sabían Esquilo ni Shakespeare; tampoco lo sabe
Dorothy Sayers. Cuando los demás elementos son iguales -cosa que
nunca sucede-, un tema más poderoso provoca una ejecución más
poderosa. Pero se han escrito algunos libros muy aburridos acerca de
Dios, y algunos muy buenos sobre la manera de ganarse la vida y seguir
siendo honrado. Siempre es cuestión de quién es el que escribe y de qué
tiene adentro para escribir.
En cuanto a literatura de expresión y literatura de evasión, pertenece a
la jerga de los críticos, es una utilización de palabras abstractas como si
tuviesen significados absolutos. Todo lo que se escribe con vitalidad
expresa esa vitalidad; no hay temas vulgares; sólo hay mentalidades
vulgares. Todos los que leen escapan de algo hacia lo que hay detrás de
la página impresa; puede discutirse la calidad del sueño, pero la
liberación que ofrece se ha convertido en una necesidad funcional.
Todos los hombres tienen que escapar en ocasiones del mortífero ritmo
de sus pensamientos íntimos. Ello forma parte del proceso de la vida
entre los seres. pensantes. Es una de las cosas que los distingue del
perezoso de tres dedos; en apariencia -uno nunca puede estar seguroéste
se conforma con colgar cabeza abajo de la rama, y ni siquiera le
interesa leer a Walter Lippman. No tengo una predilección especial por
la novela detectivesca como evasión ideal. Simplemente digo que todo
lo que se lee por placer es una evasión, se trate de un texto en griego, de
un libro de matemáticas, de uno de astronomía, de uno de Benedetto
Croce o de El diario del hombre olvidado. Decir lo contrario es ser un
esnob intelectual y un principiante en el arte de vivir.
No creo que tales consideraciones movieran a Dorothy Sayers en su
ensayo de frivolidad crítica.
Creo que lo que en realidad le torturaba los pensamientos era la lenta
adquisición de la conciencia de que su tipo de relato detectivesco era
una fórmula árida que ya no podía satisfacer siquiera sus propias
inferencias. Era una literatura de segundo grado porque no se refería a
las cosas que podían constituir una literatura de primer grado. Si
empezaba por referirse a personas reales (y ella sabía escribir sobre
esas personas; sus personajes menores lo demuestran), éstas tendrían
que hacer muy pronto cosas irreales a fin de elaborar el esquema
artificial exigido por el argumento. Cuando hacían cosas irreales,
dejaban de ser personas reales. Se convertían en muñecos, en
enamorados de cartón y en villanos de cartón piedra, y en detectives de
exquisita e imposible gracia.
El único tipo de escritor que podría sentirse dichoso con estas
propiedades es el que no sabe qué es la realidad. Los relatos de Dorothy
Sayers muestran que le molestaba esa trivialidad; el elemento más débil
en ellas es la parte que los convierte en narraciones detectivescas, y el
más fuerte la parte que se podría eliminar sin tocar el « problema de
lógica deducción». y, sin embargo, no pudo o no quiso dar a sus
personajes libertad para que construyeran su propio misterio. Para
lograrlo hacía falta una mente más sencilla y directa que la de ella.
En The Long Week-end, que es una exposición drásticamente
competente de la vida y los modales ingleses en la década posterior a la
Primera Guerra Mundial, Robert Graves y Alan Hodge prestaron cierta
atención al relato detectivesco. Eran tan tradicionalmente ingleses
como los adornos de la Edad de Oro, y escribían acerca de la época en
que esos escritores eran tan conocidos como cualquier escritor del
mundo. De una u otra forma, sus libros se vendían por millones, y en
una docena de idiomas. Ésas fueron las personas que fijaron la forma,
establecieron las reglas y fundaron el famoso Detection Club, que es un
Parnaso de los escritores ingleses de novelas de misterio. Entre sus
miembros se cuentan prácticamente todos los escritores importantes de
novelas de detectives, a partir de Conan Doyle.
Pero Graves y Hodge decidieron que durante todo ese período un solo
escritor de primera línea había escrito novelas de detectives. Un
norteamericano, Dashiell Hammett. Tradicionales o no, Graves y
Hodge no eran almidonados conocedores de lo de segunda fila; veían lo
que estaba pasando en el mundo, cosa que no era percibida por el relato
detectivesco de su tiempo; y tenían conciencia de que los escritores que
poseen la capacidad y la visión necesarias para producir una verdadera
literatura de ficción no producen una literatura de ficción irreal.
No es fácil decidir ahora, aunque tenga importancia, cuán original fue
en verdad Hammett como escritor. Fue uno en un grupo, el único que
logró el reconocimiento de la crítica, pero no el único que escribió o
trató de escribir verdaderas novelas de misterio realistas. Todos los
movimientos literarios son así: se elige a un individuo como
representante de todo el movimiento; por lo general es la culminación
de éste. Hammett fue el as del grupo, pero no hay en su obra nada que
no esté implícito en las primeras novelas y cuentos cortos de
Hemingway.
Y, sin embargo, por lo que sé, es posible que Hemingway haya
aprendido algo de Hammett, y también de escritores como Dreiser,
Ring Lardner, Carl Sandburg, Sherwood Anderson y él mismo. Hacía
tiempo que se llevaba a cabo un desenmascaramiento más o menos
revolucionario, tanto en el lenguaje como en el material de la literatura
de ficción. Es probable que comenzara en la poesía; casi todo comienza
en ella. Si se desea, se puede remontar hasta Walt Whitman. Pero
Hammett aplicó ese desenmascaramiento al relato detectivesco, y éste,
debido a su gruesa costra de elegancia inglesa y de pseudo elegancia
norteamericana, fue muy difícil de poner en movimiento.
Dudo que Hammett tuviese algún objetivo artístico deliberado; trataba
de ganarse la vida escribiendo algo acerca de lo cual contaba con
información de primera mano. Una parte la inventó; todos los escritores
lo hacen; pero tenía una base en la realidad; estaba compuesta de cosas
reales. La única realidad que los escritores ingleses de novelas de
detectives conocían era el acento que usaban en su conversación los
habitantes de Surbiton y de Bognor Regis. Aunque escribían sobre
duques y jarrones venecianos, los conocían tan poco, por propia
experiencia, como lo que conoce el personaje adinerado de Hollywood
sobre los modernistas franceses que cuelgan de las paredes de su
castillo de Bel-Air o sobre el semiantiguo Chippendale, antes banco de
remendón, que usa como mesita para el café. Hammet extrajo el crimen
del jarrón veneciano y lo depositó en el callejón; no tiene por qué
permanecer allí para siempre, pero fue una buena idea empezar por
alejarlo todo lo posible de la idea de una Emily Post acerca de como roe
un ala de pollo la debutante bien educada.
Hammett escribió al principio (y casi hasta el final) para personas con
una actitud aguda y agresiva hacia la vida. No tenían miedo del lado
peor de las cosas; vivían en ese lado. La violencia no les acongojaba.
Hammett devolvió el asesinato al tipo de personas que lo cometen por
algún motivo, y no por el solo hecho de proporcionar un cadáver. Y con
los medios de que disponían, y no con pistolas de duelo cinceladas a
mano, curare y peces tropicales. Describió a esas personas en el papel
tales como son, y las hizo hablar y pensar en el lenguaje que
habitualmente usaban para tales fines.
Tenía estilo, pero su público no lo sabía, porque lo desarrollaba en un
lenguaje que no se suponía capaz de tales refinamientos. Pensaron que
estaban recibiendo un buen melodrama carnal, escrito en el tipo de
jerga que creían hablar ellos mismos. Y en cierto sentido así era, pero al
mismo tiempo era mucho más. Todo el lenguaje comienza con el
lenguaje hablado, y en especial con el que hablan los hombres
comunes, pero cuando se desarrolla hasta el punto de convertirse en un
medio literario, sólo tiene la apariencia de lenguaje hablado. En sus
peores aspectos, el estilo de Hammett era tan formalizado como una
página de Mario el epicúreo; en el mejor de sus momentos podía decir
casi cualquier cosa. Yo creo que ese estilo, que no pertenece a Hammett
ni a nadie, sino que es el lenguaje norteamericano (y ya ni siquiera
exclusivamente eso), puede decir cosas que él no sabía cómo decir ni
sentía la necesidad de decir. En sus manos no tenía matices, no dejaba
un eco, no evocaba una imagen más allá de una colina distante.
Se dice que a Hammett le faltaba corazón, y sin embargo el relato que a
él más le gustaba era la descripción del afecto de un hombre por un
amigo. Era espartano, frugal, empedernido, pero una y otra vez hizo lo
que sólo los mejores escritores pueden llegar a hacer. Escribió escenas
que en apariencia nunca se habían escrito hasta entonces.
Y a pesar de todo no destrozó el relato detectivesco formal. Nadie
puede hacerlo la producción exige una forma que se pueda producir. El
realismo exige demasiado talento, demasiado conocimiento, demasiada
conciencia. Es posible que Hammett lo haya aflojado un poco aquí y
aguzado un tanto allá. Por cierto que todos, salvo los más estúpidos y
prostituidos de los escritores, tienen más conciencia que antes de su
artificialidad. Y él demostró que el relato de detectives puede ser una
forma de literatura importante. Puede que El halcón maltés sea o no
una obra genial, pero un autor que es capaz de esa novela no es, en
principio, incapaz de nada. En cuanto a que un relato detectivesco
puede ser tan bueno como ése, sólo los pedantes negarán que podría ser
mejor aún.
Hammett hizo algo más: hizo que resultase divertido escribir novelas de
detectives, y no un agotador encadenamiento de claves insignificantes.
Es posible que sin él no llegara a existir un misterio regional tan
inteligente como Inquest, de Percival Wilde, o un estudio irónico tan
diestro como el Veredicto de doce, de Raymond Postgate, o una salvaje
muestra de virtuosismo intelectual como The Dagger of the Mind, de
Kenneth Fearing, o una idealización tragicómica del asesino como en
Mr. Bowling Buys a Newspaper, de Donald Henderson, o inclusive una
alegre y enmarañada cabriola hollywoodense como Lazarus Nº. 7, de
Richard Sale.
Es fácil abusar del estilo realista: por prisa, por falta de conciencia, por
incapacidad para franquear el abismo que se abre entre lo que a un
escritor le gustaría poder decir y lo que en verdad sabe decir. Es fácil
falsificarlo; la brutalidad no es fuerza, la ligereza no es ingenio, y esa
manera de escribir nerviosa, al-borde-de-la-silla, puede resultar tan
aburrida como la manera vulgar; los enredos con las rubias promiscuas
pueden ser muy fatigosos cuando los describe un joven gotoso que no
tiene en la cabeza otro objetivo que describir un enredo con rubias
promiscuas. Y se ha hecho tanto de esto, que cuando un personaje de
una narración de detectives dice Yeah, el autor es automáticamente un
imitador de Hammett.
Y hay todavía por ahí algunas personas que dicen que Hammett no
escribía relatos detectivescos, sino simples crónicas empedernidas de
calles del hampa, con un superficial elemento de misterio dejado caer
como una aceituna en un martini. Son las ancianas aturdidas -de ambos
sexos (o de ninguno) y de casi todas las edades- que prefieren sus
misterios perfumados con capullos de magnolia y no les agrada que se
les recuerde que el asesinato es un acto de infinita crueldad, aunque los
que lo cometen tengan a veces el aspecto de jóvenes de la buena
sociedad, profesores universitarios o encantadoras mujeres maternales,
de cabello suavemente encanecido.
Hay también algunos asustadísimos defensores del misterio formal o
clásico, quienes entienden que ningún relato es un relato de detectives
si no postula un problema formal y exacto, y si no dispone a su
alrededor todas las claves, con claros rótulos. Esas personas señalan,
por ejemplo, que al leer El halcón maltés a nadie le preocupa quién
mató al socio de Spade, Archer (que es el único problema formal de la
narración), porque al lector se le hace pensar constantemente en otra
cosa. Pero en La llave de cristal se le recuerda al lector a cada rato que
el interrogante es quién mató a Taylor Henry, y se obtiene exactamente
el mismo efecto; un efecto de movimiento, de intriga, de objetivos
entrecruzados, y el gradual esclarecimiento de lo que son los
personajes, que de cualquier manera es todo lo que la novela
detectivesca tiene derecho a ser. Lo demás es hojarasca.
Pero todo esto (y además Hammett) no es suficiente para mí. El realista
de esta rama literaria escribe sobre un mundo en el que los pistoleros
pueden gobernar naciones y casi gobernar ciudades, en el que los
hoteles, casas de apartamentos y célebres restaurantes son propiedad de
hombres que hicieron su dinero regentando burdeles; en el que un astro
cinematográfico puede ser el jefe de una pandilla, y en el que ese
hombre simpático que vive dos puertas más allá, en el mismo piso, es el
jefe de una banda de controladores de apuestas; un mundo en el que un
juez con una bodega repleta de bebidas de contrabando puede enviar a
la cárcel a un hombre por tener una botella de un litro en el bolsillo; en
que el alto cargo municipal puede haber tolerado el asesinato como
instrumento para ganar dinero, en el que ninguno puede caminar
tranquilo por una calle oscura, porque la ley y el orden son cosas sobre
las cuales hablamos, pero que nos abstenemos de practicar; un mundo
en el que uno puede presenciar un atraco a plena luz del día, y ver quién
lo comete, pero retroceder rápidamente a un segundo plano, entre la
gente, en lugar de decírselo a nadie, porque los atracadores pueden
tener amigos de pistolas largas, o a la policía no gustarle las
declaraciones de uno, y de cualquier manera el picapleitos de la defensa
podrá insultarle y zarandearle a uno ante el tribunal, en público, frente a
un jurado de retrasados mentales, sin que un juez político haga algo
más que un ademán superficial para impedirlo.
No es un mundo muy fragante, pero es el mundo en el que vivimos, y
ciertos escritores de mente recia y frío espíritu de desapego pueden
dibujar en él tramas interesantes y hasta divertidas. No es gracioso que
le asesinen por tan poca cosa, y que su muerte sea la moneda de lo que
llamamos civilización. Y todo esto sigue sin ser suficiente.
En todo lo que se puede llamar arte hay algo de redentor. Puede que sea
tragedia pura, si se trata de una tragedia elevada, y puede que sea
piedad e ironía, y puede ser la ronca carcajada de un hombre fuerte.
Pero por estas calles bajas tiene que caminar el hombre que no es bajo
él mismo, que no está comprometido ni asustado. El detective de esa
clase de relatos tiene que ser un hombre así. Es el protagonista, lo es
todo. Debe ser un hombre completo y un hombre común, y al mismo
tiempo un hombre extraordinario. Debe ser, para usar una frase más
bien trajinada, un hombre de honor por instinto, por inevitabilidad, sin
pensarlo, y por cierto que sin decirlo. Debe ser el mejor hombre de este
mundo, y un hombre lo bastante bueno para cualquier mundo. Su vida
privada no me importa mucho; creo que podría seducir a una duquesa,
y estoy muy seguro de que no tocaría a una virgen. Si es un hombre de
honor en una cosa, lo es en todas las cosas.
Es un hombre relativamente pobre, pues de lo contrario no sería
detective. Es un hombre común, pues de lo contrario no viviría entre
gente común. Tiene un cierto conocimiento del carácter ajeno, o no
conocería su trabajo. No acepta con deshonestidad el dinero de nadie ni
la insolencia de nadie sin la correspondiente y desapasionada venganza.
Es un hombre solitario, y su orgullo consiste en que uno le trate como a
un hombre orgulloso o tenga que lamentar haberle conocido. Habla
como habla el hombre de su época, es decir, con tosco ingenio, con un
vivaz sentimiento de lo grotesco, con repugnancia por los fingimientos
y con desprecio por la mezquindad.
El relato es la aventura de este hombre en busca de una verdad oculta, y
no sería una aventura si no le ocurriera a un hombre adecuado para las
aventuras. Tiene una amplitud de conciencia que le asombra a uno,
pero que le pertenece por derecho propio, porque pertenece al mundo
en que vive. Si hubiera bastantes hombres como él, creo que el mundo
sería un lugar muy seguro en el que vivir, y sin embargo no demasiado
aburrido como para que no valiera la pena habitar en él.

ESE ALGO... por Ronit Sela


Este cuento de Ronit Sela, Ese Algo..., fue elegido para integrar la antología de Tortuosidades, cuentos relacionados con la salud mental. Figuran allí prestigiosos escritores israelíes, como A.B. Ioshúa, Dalia Ravikovitz, Eyal Megued, Amir Gotfroind, etc.. Una comisión de la Asociación Israelí de la Salud Mental (ENOSH) eligió por unanimidad el cuento de Ronit Sela para integrar tan calificada antología, auspiciada asimismo por la Organización de Escritores de Israel. Cabe señalar que numerosos escritores participaron de la selección, de la cual fue elegido un pequeño número.
Entre los breves extractos de relevantes escritores, recopilados en el prólogo de Tortuosidades, se incluyeron algunos pertenecientes a Ronit Sela.


Ronit Sela nació en Buenos Aires. Llegó a Israel en 1975, a los tres años, junto con sus padres recién salidos de la cárcel. Es licenciada en ciencias de la comunicación, ha publicado un libro de cuentos para niños, Historias de la pequeña Luz, colabora en revistas literarias y de opinión, tiene terminadas dos breves novelas: Frutillas con crema , y Un hada en la calle Shenquin, y una serie de cuentos del cual destaca La primera lluvia, que incluye varios relatos con el mismo tema. Vive en el kibutz Tzibón, madre de tres hijas, se ocupa de la absorción de nuevos miembros de este pequeño enclave de la Alta Galilea. Es hija de Ester Mann y Andrés Aldao.

Ese algo...

(un relato de Ronit Sela)

Ilana me llamó y me propuso que fuéramos a Kvutzat Shiler¹ en bicicleta. Es algo que hacemos de vez en cuando. A Ilana le gustan los deportes y todo lo que esté relacionado con ellos, y a pesar de que a mí no, puedo disfrutar también mientras el camino sea llano o en bajada. En las subidas me cuesta mucho, siempre me quedo atrás y siento que no sirvo para el deporte y para ninguna otra cosa.
De todas maneras vale la pena, porque entonces, cuando ya llegamos a distintos lugares que amamos, como por ejemplo un árbol de nísperos en el camino a Nes Tziona², o un naranjal, o el césped extendido en la entrada de Kvutzat Shiler, nos sentamos y hablamos, nos leemos una a la otra párrafos de algún libro que nos gusta. A veces, una de nosotras lee algo que hayamos escrito, y esto me produce una sensación muy agradable −como si fuésemos dos escritoras que comparten sus creaciones−, incluso la envidia (la mía) y el miedo (que no le agrade lo que escribí), no consiguen empañar el momento.

Me emociona saber que dentro de un rato nos encontraremos. Y de tanta emoción ya no tengo ganas de hacer ninguna otra cosa hasta el instante del encuentro. Algo en mi cálculo del tiempo se complica, como me es habitual... tal vez porque calculo diez minutos para bajar en el ascensor.
A las cuatro menos diez ya estoy en la planta baja, demasiado temprano, como siempre, a pesar de que Ilana siempre, pero siempre, llega tarde.
Y como siempre yo, tengo la esperanza de que de alguna manera esta vez llegará a horario.
No me gusta estar parada abajo, en la entrada del edificio. Pasan todo tipo de vecinos a los cuales no tengo ganas de saludar, y lo peor es que me la encuentre a Aliza, la indeseable, o a Galit, que fue mi mejor amiga en la primaria hasta que la abandoné, porque no era bastante popular. La mezcla de lo que siento por ellas −culpa, rechazo y lástima− es tan insoportable, que hasta decirles un seco hola me cuesta un esfuerzo supremo.
Ahora ya son las cuatro y cuarto, y comienzo a pensar que quizá confundí la hora. Así empieza, con inocencia, como una especie de duda: ¿tal vez Ilana me dijo a las cuatro y media... o a las cinco? Sé que no me conviene pasar por alto esa incertidumbre. Ya me ocurrió que cuando alguna persona llegó muy tarde, pensé que no habíamos fijado ninguna cita ni que hablamos, que no me conocen o que no existen, llegando hasta el punto de dudar de mi propia existencia y de la del mundo (aunque esto ocurrió sólo una o dos veces, cuando nadie concurrió a la cita).

Por fin ella llega, alegre e inocente, disculpándose de pasada, sin tener consciencia de que para mí el mundo se destruyó y se creó varias veces, por el solo motivo de que Ilana no llegó a tiempo. Y por supuesto que yo, en el instante en que Ilana aparece y reafirma mi existencia, vuelvo a ser una joven normal, tal vez no tan alegre e inocente como Ilana pero perfectamente normal, y todo lo ocurrido dentro mío durante el tiempo de espera se resume en una corta y cínica observación que, como siempre, provoca la risa de Ilana.

Nos ponemos en camino. Al principio conversamos normalmente, luego tenemos que gritar y después ya es imposible hablar −llegamos a las estepas de Rejovot³, y de aquí en más veo casi todo el tiempo la espalda de Ilana alejándose de mí.
El viento de la tarde es algo frío y sugiere un aroma invernal, acompañado del estallido de anhelos. De pronto, mi corazón se abre por un instante. Y a veces me ocurre que se abre por más tiempo. Aunque, por lo general, en las subidas se quiebra el ritmo y sólo después que ya estamos sentadas debajo de un árbol o sobre el césped, y luego que tomo agua y me repongo del cansancio y de la autocompasión (que me dominan a partir de la primera subida), sólo en ese momento mi corazón se abre lentamente, e Ilana vuelve a ser mi querida amiga después de haber sido mi rival deportiva a lo largo del camino.
La charla comienza a desenvolverse y a fluir, llegando a ese lapso en que se convierte en emotiva e interesante, como si ésta fuera la cosa más atrayente que ocurrió en mi vida, e Ilana y yo las jóvenes más extraordinarias que alguna vez existieron. Seguramente, está relacionada con la mirada de Ilana, con su atención, con sus preguntas que me hacen sentir especial e inteligente (en esos instantes casi creo que es así), y que también ella es igual, y entonces percibo cuánto la quiero.
Ahora estamos sentadas en el césped. Después de la gran emoción del diálogo, junto con la brisa agradable y todo ese verde de la copa de los árboles y el pasto, iluminados con la luz dorada del atardecer, me vuelve la conocida opresión de alegría y la loca esperanza de algo, y enseguida la impaciencia, también conocida, de que ese algo tan oscuro ya haya llegado.
Enseguida, como es habitual, pierdo el interés en el césped, en los árboles, en Ilana, porque está claro que ese algo es mucho mejor, que todo lo que me rodea es sólo el preámbulo, que mientras ese algo no llegue todos los momentos son una intolerable pérdida de tiempo.
Pronto caerá la noche sobre otro día sin ese algo, yo estaré muy triste, me inundará el miedo de que ese algo no llegue o que no exista, que toda la vida es un desencuentro continuo con algo que no sé qué es; sólo percibo que no voy a hallarlo nunca en ninguna persona, en ningún objeto ni en ningún lugar.
Esto se me pasará hasta la mañana o hasta la próxima conmoción, y luego retorna, se va, retorna...

Esperé muchos años a ese algo.
Lo busqué en el cuerpo y en el alma de tanta gente y lugares, cercanos o muy lejanos, en emociones que tuvieron que hacerse más grandes y más artificiosas a medida que pasaba el tiempo, cuando las conversaciones o el verde de los árboles habían perdido su magia.
Y todavía busco, a pesar de que ya se me reveló dónde encontrarlo, aún me descubro buscando, a veces, en lugares equivocados, dado que en el único sitio donde puedo encontrar ese algo es dentro mío, aquí, en este mismo instante. Un algo pequeñísimo, una ínfima partícula, delicada como un rayo de sol sobre una hoja verde y tan fugaz como él.
Pero sé como detenerlo un instante y luego liberarlo. Y dispongo de toda una vida para seguir aprendiendo a retenerlo cada vez un poco más, a estar cada vez menos afligida al liberarlo. Puedo encontrar a ese algo una vez más, guiñándome, de pronto, desde la grisura de un simple día rutinario. ■


¹ Kvutzat Shiler: kibutz en la zona de Rejovot

² Nes Tziona: pequeña ciudad vecina a Rejovot, en el centro sur de Israel

³ Rejovot: Ciudad caracterizada por estar situada al lado de una zona de cítricos, hoy inexistentes. Allí transcurrió la infancia y la adolescencia de la autora.

sábado, agosto 02, 2008

NICOLÁS OLIVARI: LA MUSA DE LA MALA PATA (y otros textos)


Nicolás Olivari

Dedicatoria

Dedico este libro, grotesco, rabioso e inútil, a todos los empleados de Comercio de mi ciudad. Pobres seres canijos y dispépticos que nunca conocieron el amor y dividieron la vaguedad sentimental de sus vidas entre el cinematógrafo de barrio y la magnesia calcinada de Carlos Erba. Pobres seres que huelen los versos y mastican la 5ª edición de "Crítica" mientras limpian sus lapiceras en el lamentable relieve de sus traseros afilados por la inminencia de la patada patronal.

Advertencia

Las ilustraciones que hay en este libro fueron robadas por el autor de "La musa de la mala pata" en revistas francesas y argentinas.

Con la despreocupación de hijo del siglo no se detuvo a investigar el nombre de los autores. Pero con su defensivo instinto de franco tirador ante la propiedad artística asegura que no discutirá a nadie que presente su reclamación en tal sentido, la paternidad de las ilustraciones y si mucho se empeñan, la paternidad de los poemas, cosa que felizmente, por las razones que darán sus críticos, no sucederá.

Así como el editor multimillonario del año 2926 publicará los versos del autor de "La musa de la mala pata" con el dulce título "Cancionero popular anónimo" o "Antología de los poetas atorrantes del siglo pasado" sin entrar a discutir con el erudito profesor de literatura de los archivos de la Universidad General de Chuquisaca que, con gran acopio de datos falsos y citas erradas pruebe mi paternidad en los poemas que desintegran este libro.

Nicolás Olivari.


Prólogo

Para "La musa de la mala pata" que Jorris Karl Huysmann, envió al autor minutos antes de convertirse al catolicismo.

Hasta la imperfección le gustaba, con tal que no fuera parásita ni servil, y acaso hubiera una dosis de verdad en su teoría de que el escritor subalterno de la decadencia, el escritor todavía personal, aunque incompleto, alambica un bálsamo más irritante, más aperitivo, más ácido que el artista verdaderamente grande, verdaderamente perfecto de la misma época. Entre los turbulentos esbozos de esos escritores era donde se advertían las exaltaciones más sobreagudizadas de la sensibilidad, los caprichos más morbosos de la psicología, las depravaciones más exageradas del lenguaje, obligado en último término a contener, a arropar las sales efervescentes de las sensaciones y de las ideas.

JORRIS KAKL HUYSMANN [9]


Canción con olor a tabaco, a nuestra buena señora de la improvisación

I

Santa Señora absurda de linotipia
con un mono sabio cabe tu regazo,
el retruécano oye de mi melancolía
y como buena efigie no le hagas caso.

II

Como Titio Livio, santo catedrático,
empeñé mi día en la buena acción,
resultó señora, ¡caso matemático!,
he aquí señora, justa relación...

III

Nuestra tuerta musa, la que uso a diario [10]
encontrose a sueldo en un diario serio,
¡qué triste es Señora, para el foliculario
ver crecer al hijo de sus adulterios!...

IV

Café de poetas con caras de perro.
-"Este es un necio, aquél un carcamal",
-"Y de ese Olivari, ¿qué opinan?, me aferro
a la crítica, ese mocito es un informal..."

V

Me siento, un poco triste, para escuchar,
mientras dejo paso a mi hipocondría:
-"Ese muchacho va de yerro en yerro..."
-"¡Mozo! medio litro, pero bien frappé."
-..."puesto que ni figura en la Antología
del Señor Doctor Don Julio Noé..."

VI

Esta noche vago como un alma en pena
y como siempre en busca de la buena acción
encontré un zaguán ¡oh! ¡tu luz de luna llena!
y resueltamente rebalsé el portón.

VII

La prostituta alzando su grupa
en la palangana se despatarra,
el pobre poeta se calza su chupa
y en la ceniza del amor esgarra... [11]

VIII

Para la tristeza téjeme una cuerda,
téjeme una cuerda de humo sutil,
téjeme una cuerda con la frágil cerda
de tu voluta endeble, ¡ilusión de dril!...

IX

Entre la musa estéril y la camaradería
entre las Revistas y la corrección formal
me he quedado, hermanos, sin mercadería
y casi creo ser intelectual...

X

Humo de inconstancia ábreme tu anillo
para la pirueta del salto mortal,
mientras tú existas, rubio cigarrillo,
mi alma peregrina ensayará volar...
XI

(Menos mal que fumo
el árido tabaco del rencor en grumo...)

XII

Tiéndete en la cuerda del humo que fumo
-alma peregrina tu pena esfumina-
álzate el faldín montgolfiera de humo,
-alma peregrina puedes columpiarte-
o la cuerda floja, loca danzarina
puede que te sirva para extrangularte... [12]


La dactilógrafa tuberculosa

Esta doncella tísica y asexuada,
esta mujer de senos inapetentes,
-rosicler en los huesos de su cara granulada,
y ganchuda su israelita nariz ya transparente...

Esta pobre yegua flaca y trabajada, 5
con los dedos espátulas de tanto teclear,
esta pobre mujer invertebrada,
tiene que trabajar...

Esta pobre nena descuajeringada,
con sus ancas sutiles de alfiler, 10
tiene el alma tumefacta y rezagada
¡y se empeña en comer! [13]

Yo la amé cuatro meses con los ojos,
con mis ojos de perro triste y vagabundo;
cuando le miraba los pómulos rojos, 15
¡qué dolor profundo!

Un día juntamos hombro a hombro nuestra desdicha;
vivimos dos meses en un cuchitril;
en su beso salivoso naufragó la dicha
y el ansia de vivir... 20

Una tarde sin historia, una tarde cualquiera,
murió clásicamente en un hospital.
(Bella burguesita que a mi lado pasas, cambia de acera,
porque voy a putear...) [14]


Extracto ecléctico de las partes más notables de la larguísima carta a la amada que devolvió el correo

¡Oye!... pero, claro, las vías te impulsan,
¿cómo negarse a su fatalismo geométrico?
pero oye, ¿ves a la musa,
que compasiva se acopla
a la posterior silueta del poeta peripatético 5
con una tristeza cansina de copla
cribando la noche?

Amada, vos estás en estado de frío,
-¡Oh!, pero esto no es un reproche-
si en vos es estado de gracia, 10
como le cuadra a ella, ¡Dios mío!
su trashumancia lacia... [15]

Tu condición amada mía,
era la de trotacalles,
pero mil pequeños detalles 15
te hacían una virgen de cerería.

Eras en tu infortunio, peligrosa,
porque tu condición lata
de económica "Traviata"
te hizo ser la musa tuberculosa 20
de mi mala pata...

Tu tos era un detalle,
-tu tos, tu bárbara tos-
y tu bárbara afición a la calle,
-... bueno, la calle nos seducía 25
infiel amada mía
por igual, a los dos...

Otro detalle: las ruidosas lacas
de los collares,
las cosas pobri-lujosas de los bazares, 30
que al abrazarte pinchaban como las púas...
Y tus ojeras violetas
y el amor a los que llamabas tus poetas
¡y eran payadores atacados de romanzas!...
Bueno, nada de chanzas... 35
Amabas en las tardes de garúa
los valses migratorios de Leo Fall,
y junto al mate, para tu mal,
te hubieras entregado, arrecida
de un frío brutal que nunca marra, [16] 40
al que te lagrimease en la guitarra:
"Pobre mi madre querida".

(En mis huesos el frío me obliga a blasfemar,
pero el tuyo es el frío sentimental.)

¿Llevas siempre tu cuello desnudo? 45
¿y la nuca rapada?
¡Te vas a enfermar!
y ese será el suceso.
Tu cuello, ¡ah!, ¡tu cuello exprofeso
para el crimen pasional! 50
El organito callejero
concretaba tu pasión filarmónica
y en mi ansia de tu beso,
-a riesgo de entuertarme en tu sombrero-
columbraba tu perfil... 55
¿En qué lejana excavación hallaron el marfil
de tu carita a la Verónica?

Amabas los perfumes más violentos
con tendencia al grito
y preferencia al desmayo, 60
y por vía de ensayo
en la mohosa claridad de acuario
de los cines de extramuros,
mi mano modeló en tus razgos duros
la virgen de cerería 65
a que aludía
mi anterior hipocondría... [17]

(No es hipocondría,
-¡Oh! novia dolorosa, ¡oh dulce amada infiel!
es melancolía... 70
...¡Ah!... ¡no volverte a ver...!)

Pero en la atmósfera viciada
de los cinematógrafos,
sólo podrán tus biógrafos
íntuirte amada, 75
porque en las salas de espectáculos
de la ciudad
comenzó tu enfermedad,
-prenuncio de mi suicidio en tinta-
la gran guignolesca cinta 80
de mi amor sentimental,
filmada en tu tabernáculo...

Detalles hay: Tu amor a la naturaleza
eminentemente urbana:
junto a la reja colonial 85
del conventillo de arrabal
había una maceta.

¡Oh! pobre flor que nunca florecerá,
no llegará el sol al inquilinato...
En un mismo sino la vida nos entierra: 90
la amada enferma por la ciudad,
la flor que nunca florecerá,
y mi taciturnidad...
¡ay dura tierra!...

Pero esto era antes, mucho, mucho antes... 95
pero ante estas vías [18]
-las calles, ¡cuán distantes!-
presiento tu presencia
en las trashumancias mías...
Porque en nuestros sesgados paseos, 100
-que mi ironía silencia-
o bien era un charco que salvaba el salto
o bien era el espejismo del asfalto,
o bien era una plaza con árboles feos,
mas gozamos de raras voluptuosidades: 105
barrios nuevos con húmedas plazas
y perfiles vagos de incubadas razas
en el pozo cegado de las ciudades...

(¡Buenos Aires! cuna del mundo, cuna
de mi sensibilidad... 110
Ella era como una luna
pequeña
en mi vida,
y tú ofendida,
la mataste, ¡oh mi ciudad!) 115

Pero en venganza
tendré un frac flojo de charlatán de feria,
y seré hábil en las inútiles artes de los vagabundos,
con un clavo torcido violaré baúles-mundos
y he de tallar tu imagen en mi bastón sin contera: 120
Un perfil enfermizo a lo Willette
para apoyar la renguera
que le copié a Choulette.

Con mi viejo cortaplumas de cabo de cuerno [19]
el amor perdido se fijará para in eternum: 125
He grabado tu nombre en las ventanillas
de todos los tranvías de mi ciudad
para entregarte al ludibrio de la popularidad.
El somnoliento pasajero en su recuerdo afásico
incorporará tu nombre al de las heroínas 130
populacheras de sus recuerdos clásicos:
Julieta, Juana de Arco, Mimí, Lady Macbech...

Te oigo toser en la noche como un llamado
y no podré alcanzarte... ¡no podré!
en la ciudad hay cenáculos, mujeres..., el pozo está cegado 135
me atan, me atan con el hilo flojo de mi bambolla
sentimental
donde llorosa se hamaca esta criolla
suave pereza de mi ciudad...

¡Ah pero un día sollozaré 140
siguiendo tus huellas
que en sesgo suicida ya van!

...¡como marchan las estrellas
en la abandonada vía!...

Amada mía 145
si vives todavía
y no estás con ellas,
te tendré que matar... [20]


La aventura de la pantalla

¡Claro!, ahora no vale la pena recordar...
Ahora tengo un alma aviesa de malandrín
-medio comerciante, medio grumete-
pero a veces conviene rascar el violín
del verbo amar 5
en pasado ya, grácil midinette.
Estoy en la ventana del recuerdo
-viejo lobo de mar-.
¿Qué añejo amargor enverdece el espejo
en la desolada taberna del arrabal? 10
Eran crepúsculos abiertos como heridas
que enconaba mi nostalgia de ver el mar
-yo fumaba un tabaco exótico de capitán-
y corría la aventura contigo por querida [21]
por las huecas tabernas que a veces desfilan 15
en la solitaria sábana del cinema del arrabal...
La taberna, el mar y quizás tu carne eran de utilería-,
¿Y la melancolía?
¿Esa vieja provinciana,
beguina enana, 20
con la poesía pasadista por capuchón?
¿Y la embriaguez acre que agarré junto al depósito?
¡Cómo me emborrachaba el olor a pescado!
y te llevaba a propósito
por los muelles... por los muelles... 25
Mi corazón
-vieja barcaza que hace agua-
rolaba por el borde de tu enagua
que a veces era blanca como la espuma del mar.
¿Quién como yo gozó en poesía de la sinecura 30
de fumar en la pipa de la real aventura?
Y en su humo, países, países en toda la oscura
sentina musgosa del cinema del arrabal...
Después vino la lógica del pan
nuestro de cada día, 35
vos te fuiste al hospital,
yo iré algún día,
y mientras tanto
¿para qué el llanto
si me calafateo con la brea de la melancolía? 40
¡Ahora amo a las mujeres de ojos grises
como el acero que domina en la ciudad!
¡La ciudad!, ¡la ciudad!, la ciudad
tiene en sus calles a todos los países
de mi sensualidad. [22] 45


En ómnibus de doble piso, voy en tu busca...

Frente al surco de nubes en el campo
del cielo triste de la gran ciudad,
la mortecina luz de mis ojos paso
desde el heroico techo de la imperial.

Desusada viñeta de la melancolía, 5
el paisaje lacio pende de los hilos
como un periódico ilustrado. Amada mía
aquellos versos, ¿recuerdas?, dilos
con tu voz recogida, tan blanca y tan fría...

Te busca mi mirada de piloto errabundo 10
desde el heroico techo de la imperial. [23]
¿Dónde estarás ahora? ¿En qué lejano mundo
nuestras pequeñas almas unidas volarán?...

¿Almas?... la tuya era... ¡ah! enfermiza coqueta,
nervios atados por la sed sensual, 15
la mía era... ¡ah! pobre pantomima de poeta
encaramado en el techo de la imperial.

¡Oh! la cara ojerosa de esa casa vieja, y verde
por la tímida hiedra como una verde lepra,
cariátides de nariz rota que el frío muerde, 20
y mustio como el despertar un rosal trepa...

Todo desde el techo de la imperial
se ve; y a ti no te veo, y a ti no te hallo
y empero eres un producto de ciudad,
flor de trapo, y fue tu tallo 25
la cuerda donde saltabas en tu mocedad.

Pero no vengas, ¡oh, no!, ¡si vieras qué frío
hace en el destartalado techo de la imperial!,
si vieras las cabriolas de la luna sobre el río
no descenderías jamás... 30

Y, sin embargo, eres cual yo: "soñadora lunática"
carita de yeso pintada por la enfermedad,
yo te he desnudado, plateada y extática,
ante la luna enferma de la ciudad.

Pero no sabes, y tampoco sabes que voy de ti en pos, 35
eterno en tu búsqueda hacia la eternidad,
te encontraré un día cuando tu cavernosa tos
como un pájaro aciago su círculo haga,
-con algo del rito de una vieja maga,
sobre el destartalado techo de la imperial. 40 [24]


Canto de la dactilógrafa

Muchacha...
Abullónate los rizos delante del espejo,
-quizá ganes sesenta pesos al mes-
la miseria te obligará a mostrar la hilacha;
escucha este consejo: 5
entrégate a un burgués.

¡Si será imbécil ese muchacho que te acompaña!
-Cuarenta cuadras a pie y además sus versos.-
¡No, no, nunca! ¿Pasar la vida por las lecherías,
sostener un amor sentimental con las manos frías 10
para nunca lucir un par de medias color champaña?
¡Sentir en tu nuca los suspiros diversos,
de los que te desean, te buscan, te quieren comprar!
Véndete lo antes posible y al mejor postor; [25]
ya es hora de cambiar tus alhajas de similor; 15
¡a ese mozo lírico mándalo a pasear...!
-"Princesita de mis sueños azules
envuelta en los raros, joyantes tules
de mi querer..."
Música sentimental, amigo mío. 20
-"En la calle, ¡oh! mi amado, hace tanto frío
y tengo tantas ganas de comer..."
¿Qué? ¿Diez horas de trabajo en la oficina
no te han llenado de rabia todavía?
¿Qué esperas para entregarte? ¿Qué mezquina 25
puerilidad te ata al pálido poeta?
Sí; es un artista, un genio, un gran esteta.
Sí; es autor de un drama que nunca han de estrenar.
Lo sé, hace unos versos que te hacen llorar.
¿Qué más? ¡Te ama, te ronda, te exige, te cela 30
y sabe que la vida es una novela
que no se atreve a escribir...!

Tendrás que sucumbir: te lo dice la leyenda,
siempre así terminan las tragedias
del cómico vivir, 35
y si te detenías ante la mala senda
protestando de tu amor,
era porque tenías rotas las medias
y pensabas de las sendas elegir la mejor.

Y caíste. ¡Bien! ¡Hurra! ¡Aleluya! 40
Es muy lógica esa satisfacción tuya:
tu antigua vida es ya una lejanía...
Adiós el mostrador, la miserable faena, [26]
el suplicio de la máquina, el sufrimiento mudo,
¡qué bella persona es tu burgués panzudo...! 45
¡Ah! el pálido poeta ilustra "Noticias de Policía"
se ha pegado un tiro... pero eso no vale la pena...

Empero (en toda tragedia hay un empero
que los modernos tiempos obligan a terminar ligero)
por más que a tu caída la elogie la razón, 50
por más que por la senda te empuje la miseria,
tu caso es cosa seria
y un vago sufrimiento me llega al corazón...
Es cierto, tu paso era obligado,
pero si no lo hubieras dado... 55
¡ah la incorregible manía de la ilusión...!

Cara ex-dactilógrafa, actualmente prostituta,
tu caso es un simple caso de permuta
en la bolsa social,
te hemos perdonado porque al cabo tú eres 60
idiota como lo son todas las mujeres,
menos mamá... [27]


El piano solitario

Hay un piano en el restaurant,
hay un piano, viejo, asmático,
sirve el tema y nace el plan
para un poema lunático.

Han uncido un hombre al piano, 5
y él toca sin saber,
toca siempre pero en vano
pues no le ayuda a comer.

Parece que es alemán o suizo,
y sueña con una fábrica de cronómetros, 10
y tiene un aire mestizo
de Werther con ribetes metronómicos. [28]

¿Tendrá mujer este hombre? o una hija
flaca y con granos y ojos blanquecinos,
cuando va hacia el conservatorio ella se fija 15
si su padre sigue uncido a su destino.

Yo abro un concurso internacional
para los tristes que la tierra apresa,
a ver, ¿cuál es el poeta sentimental
que al del piano le gane la tristeza? 20

Este hombre toca, toca y toca,
¡quién pudiera leer en su interior!,
debe tener tanta rabia loca
como para hacer definitivamente la revolución.

Más triste que el destino de este pianista 25
no debe haber destino. Trina, trina,
desde el piano con su música evangelista
mientras le inundan los malos olores de la letrina,

o de la cocina que está a su lado
-olor de gachas donde nadan tres fideos-, 30
que no alimentan y en hilachas un asado
que lleno de pimienta atasca los deseos.

El patrón de la venta le endilga su homilía,
y el pianista sonríe olvidado de su poca suerte,
¡ha tenido un sueño tan bello!, vio a Santa Cecilia 35
¡danzando!, ¡danzando! su inédito minuet de la muerte. [29]

Este hombre se debría suicidar
antes que el hambre que ya lo amoja
con la filarmonía del ayunar
lo lleve a tocar 40
a la corte celestial
del Figón de la reina Patoja.

Pero este hombre se agarra a la vida
porque tiene un secreto a falta de sopa,
yo le oí decir con vez conmovida, 45
¡ah cuando se estrene por fin mi ópera!

Este hombre toca, toca y toca
y su hija viene a oírle sus absurdos trinos,
su hija es fea, tiene granos, pero cuando el padre toca,
¡ah! cuánta la dulzura de sus ojos blanquecinos. 50 [30]


Cuarteto de señoritas

Las cuatro son flacas, las cuatro son feas;
vestidas de rosa las cuatro muequean...
las cuatro muequean vestidas de rosa,
las cuatro tan flacas... las cuatro tan feas...

El poeta ha venido a beberse su copa, 5
-su aguada ración de ilusión-;
como siempre tiene raída la ropa,
y la angustia inquilina de su corazón.

Las cuatro comienzan
el shimmy "Tristeza de Honololú", 10
se piensa
en aquella pianista viciosa
que fue la ilusión tosegosa
de Juan Pedro Calou. [31]

Tra... la la... rilamolirina... 15
-con su carina en harina
la violinista se empina
en dos flatos
de can-can...
Tra... la la... rilamolirina... 20
con su carita transparente y fina
el púber lava-platos
sueña en Onam...

La una no tiene pechos,
y no tiene tampoco papá... 25
da la lá...
y no tiene tampoco mamá
da la lá...
El tenorio del barrio
comenta estos hechos 30
mientras el corolario
resuelve el jazz band.

La otra encandila los ojos
de los sesudos burgueses vecinos;
-ojos al aceite de ricino- 35
que se encandilan hiposos
a cada pausa
de la otra vestida de rosa...
¡Pobre la gorda de carne infructuosa
por la meno-pausa...! 40

¿Y la otra?... ¡ah! nena, ¡cómo te he encontrado!,
¿cómo pudiste llegar hasta aquí? [32]
¿El camino del cielo está trascurado
para ti?

¡Pobre milonguita soplando, soplando... 45
en la pípa absurda de tu saxofón!,
soplando, soplando,
me llega volando
lo que te ha quedado de tu corazón.

Turris ebúrnea en el palco de humo, 50
virgo veneranda al poso de café,
¡sahúma tu efigie el humo que fumo
con tan mala fe!

María semper virgo para la mentira
que comulgo en la rima que se me escapa, 55
lira molirina,
del poeta que anda de capa
caída...

Stella matutina en la urbe grasienta,
cuando a la alborada taconea sin pan 60
tu enlodado escarpín de cenicienta...
la, la, ra, ta, tan...

Virgo sin virgo del café concierto,
hay vagorosas notas de Rabel
que tú no sabes... 65
definitivas claves
de tu tos...
la, la, ra, ta, tan... [33]
cascabel..., cascabel...
¿dónde está Dios? ¡Dios! 70
...el café y el pecho desiertos...

Las cuatro son flacas, las cuatro son feas,
vestidas de rosa las cuatro muequean...
las cuatro muequean vestidas de rosa...
las cuatro tan flacas, las cuatro tan feas... 75 [34]


Tranvía a las dos de la mañana

Aburrido carro de hierros económicos,
diez centavos de ruidos a hierro viejo,
maderas nostalgiosas de bosques, lacónicos
edictos municipales y un higiénico consejo...

Un guarda metafísico que fuma 5
a espaldas de un espectro de inspector.
Larva retardada el tranvía se esfuma
dejando un parpadeante resplandor...

¡Oh! mi tristeza exacerbada,
mi cuantiosa tristeza, 10
como pesa
en esta carrindanga retrasada...

Nenas apabulladas por un frío reticente [35]
-el inútil frío de las dos de la mañana-,
la pereza se da diente con diente 15
con la inminencia de la cama...

Son dos violinistas por la nota espigadas,
que aún las persigue, la nota del vals...
siempre a estas horas están desmadejadas
y en el pomo de la rabia solucionan su mal... 20

Tendrán hasta diez y seis años confesados,
y una tristeza efectiva de heroínas de opereta,
a estas horas sus espíritus son blandos estados
de conciencia, a ver, ¡qué hace este poeta!

Ensayo una mirada que es cómica a fuer de triste, 25
-pero una se ha dormido- mi corazón,
así como el deseo que antes la desviste,
presiente un gran agujero de pobreza en su talón.

¡Oh la miseria de tu media agujereada!
-la bella durmiente ha descalzado un pie- 30
silba suavemente un aria cansada
la otra compañera del Café Concert...

Miseria de pequeños burgueses
la nuestra, nenas violinistas...
y el tranvía sigue haciendo eses 35
como un progreso juerguista.

Miseria de burgueses pacatos [36]
que no se deciden a definir sus vidas:
Ustedes, serían prostitutas ha rato,
y el que les canta sería un suicida... 40

¡Cómo es innoble la vida a las dos de la mañana!,
¡qué abulia escandalosa!, ¡qué ganas de acabar
para siempre!, ¡para siempre!
toca la campana
se acaba el viaje 45
y mañana
empezar... empezar... [37]


Insomnio

No mintamos más. Clávate en tu angustia,
no disimules tu opaco gesto,
tu tortura,
el otoño enrarecido en tu alma,
la inutilidad de tu juventud inicua, 5
tu criollismo sin sol...
El barrio es carne de tu carne,
y su misma absurda alma, esa, es tu alma.
No mientas más, ¿para qué?, aléjate
de los círculos literarios, 10
y llora, hombre, una vez en tu vida,
cuando no te ve nadie.
Ten el pudor de tu lágrima,
y tu lágrima sea
blasfemia, 15
caló arrabalero, [38]
perífrasis de artista,
cualquier cosa que disimule
tu escepticismo,
tus amadas que tocan los órganos sexuales, 20
tus veinticinco años aburridos,
tu incapacidad de dar,
de crear, de amar, de orar...
No creas en nada y no lo digas,
muestra tu cinismo como una lápida 25
que te soterre en vida...
Pregusta la muerte
en tus chistes suicidas...
No salgas los domingos de tu cueva,
hazlo a la noche pegado a las paredes, 30
ocupando el menor sitio posible en el mundo,
para que la vida no te vea
y no te escupa.
No escuches el himno nacional,
ni menos la fácil polka del ensueño burgués, 35
ilumine tu pavés
-negra bandera del "qué me importa"-
un sólo verso de Baudelaire.
Todo está dicho ya.
No añadas palabras inútiles 40
a las de los periódicos...
Sé idiota o banal,
consérvate ausente de tu mal...
y no se lo digas a nadie, ni a tu mujer,
-ella es chismosa 45
y su carne infecunda
propalará tu abulia-... [39]

Estás solo y estás en ti,
¿te ves el nauseabundo pozo de ti mismo
la carroña de tus instintos locos, 50
de tus quimeras tuertas
de tus siete amadas estranguladas
en la cámara oscura de tu original locura?...
Ponte tu orgullo como tu camisa
-tu plebeya camisa de zephir-, 55
odia mortalmente, odia a fondo,
con el odio untuoso de los malevos,
y el mismo odio de las prostitutas...
Haz el poema de tu animalidad
cuida estilizar tus podredumbres, 60
saca brillo a tus crímenes;
hay fiesta en la ciudad
de mis años muertos...
¡ah los gusanos tuertos
que buscan mis ojos en la oscuridad!... 65
Ciudadano, ciudadano,
y con veinte siglos de literatura en el pecho,
disimula... disimula...
Y ODIA, odia, ¡ah la hora del odio!
odia, odia, ¡ah! la espera del odio, 70
odia, odia, ¡ah! la voluptuosidad del calembourg
tendido en flecha hacia el que odias...
el epigrama... el epitafio, la sorna,
la bella calumnia infame que acogota
la sublime basura humana... 75
y luego tu tos...
siempre tu tos... [40]


Domingo burgués

Si mis amigos me vieran
en esta tarde de abril,
en verdad que no creyeran
lo que debía ocurrir

con tu hermana la casada 5
y tu cuñado que es sastre,
...(tu hermana ya está preñada,
y el paseo fue un desastre).

Este poeta con cara
de empleado nacional, 10
-su elegancia un poco rara
de premio Municipal-. [41]

Vos, con tu carita fina
y tu pasito de alondra,
y la frágil serpentina 15
de tu risa un poco tonta.

El vientre bien empinado,
-orgullo de recién casada-
como diciendo: "Esto es nada,
lo hizo el tipo de mi lado". 20

Paseándonos por Palermo
con cara de bien comidos,
tu perfil un poco enfermo
estaba rejuvenecido.

¿Ves que mi amor es muy puro?, 25
¿ves que te quiero de veras?,
de otro modo, te lo juro,
¿cómo pasearme a tu vera?

Yo, el insumiso y el loco,
terror de ricos parientes, 30
con mi junquillo barroco,
sin nicotina los dientes...

Con la corbata rameada
que tú me cosiste, ufano,
-corbata que con la pomada 35
me hace héroe flaubertiano. [42]

El vientre de la señora,
la cara lela del tipo,
la dulzura de la hora,
la fontana con su hipo. 40

Y esa onda que en mi frente
peiné con tanto cuidado,
y la décima doliente
que te hube dedicado.

Los dulces proyectos que 45
del casorio entretejemos,
proyectos con gusto de
la dicha usual de esos memos.

que nos vigilan despacio,
con su vientre la mujer, 50
y con su andar de batracio,
el sastre nos puede ver.

Subir a las calesitas
con alegre suficiencia,
escuchar las conferencias 55
todas plagadas de citas
de socialistas arteros,
mientras vos con tu cuñado
van al TIRO que está al lado
a perder unos dineros. [43] 60

Imaginación de poeta
feliz en dicha serena,
dulcedumbre a la violeta
con que yo escondo mi pena.

Cuadrito burgués que tejo 65
en la tarde canserosa,
mientras retrata el espejo
macilenta mariposa

Mientras retrata el espejo
macilenta mariposa, 70
tu cara tuberculosa,
Rosa, veo de reflejo...

Felicidad que me niega
la vida triste e impiadada,
deseo humilde que alega 75
una dicha trascurada.

Porque la verdad se diga,
en esta tarde, sabrás:
estoy solo y no mitiga
mi pena el imaginar... 80

¡Estoy solo y más que nunca
estando solos los dos!
...me llega la risa trunca
de tu tos, de tu tos, de tu tos... [44]


El musicante rengo

Tendrá treinta años el musicante rengo,
y acaso un principio de ataxia locomotriz,
a oír sus rapsodias a este café vengo
arrastrando mi pena como a una lombriz. [45]

La mujer es aquella, la blanca, la loca 5
mujer que en todos restrega
su sexo. (A cambio de coca,
la pobre se entrega)...

El hombre para olvidar bebe,
y yo bebo para olvidar; 10
la mujer esa debe
cocainizarse para terminar...

Entre los tres sumaremos doce lustros,
¡y estamos tan cansados ya!
tengamos un gesto de decadencia augusto: 15
hagamos un menage a troi...

La ronda tan linda de descamisados:
un poeta enfermizo y desconocido,
un rengo con cuerda que ha terminado,
y la mujer borrosa que de todos ha sido... 20

El rengo me mira la piadosa mofa,
la mujer me sonríe con un gesto opaco,
yo bostezo y me río de mi perruna estofa,
mientras azul se arrepiente el tabaco... [46]


La negra olvidada en la lechería

¡Ja, ja, una negra olvidada en una lechería!
¡Si será chusca esta ocurrencia mía:
la negra en la lechería!

Tenía dos ojos lacrimosos, borrosos, fastidiosos;
quizás hambre, frío y ganas de llorar... 5
el cráneo puntiagudo, el cuero motoso...
¿no serías, ¡oh! tú, Juana Durval?

(Putativo hermano Baudelaire, el de los cabellos verdes
y la boca tumular,
mi sitio te corresponde: viernes, 10
tu día, y este es tu lugar...) [47]

Pobre cosita negruzca y exótica,
-bibelot de fango en mi gran ciudad-
púrpura en retazos de mi regia manía erótica,
amorosa insalubridad. 15

La lengua de mis ojos lame en tu mirada un reproche;
tu nebuloso mirar de antílope cegado
recoge la lengua de mis ojos. ¿A tu costado
sientes mi solidaridad de desplazado
y en sábado a la noche? 20

¿Vamos? ¿Vienes?... El festín será para los dos
la solitaria, muda, espantosa orgía,
del fondo de los días,
¿no oyes el reclamo del tambor?

Tu abuelo, bronce tenebroso, alza su clava 25
destrozando los huecos cráneos de las mesnadas;
tú tienes a una blanca, ¡tan bella!, como esclava
púnzale los ojos con tus uñas anilladas.

¿Oyes? Nos reclama el tambor
con insistencias de Historia: 30
...tum-turumtum-tum-turumtum...
civilizó a tu abuelo el Civilizador
con la elegante trayectoria
de la bala dum-dum...


Dame tu lengua ofídica y palpitante 35
-lanza del deseo entre el escudo [48]
de tus dientes rutilantes...
¡ah tu negro cuerpo desnudo!
Mientras la flámula del primus dora
los muslos blancos de las bellas presas, 40
apréstate al festín, ya es la hora
de devorarnos la civilización burguesa...

Para desalar los hipogrifos de mi torturada sensibilidad
ha bastado tan sólo, ¡oh!, injerto del Congo
en mi gran ciudad, 45
¡tu presencia en la lechería
donde mi hipocondría
entreabre el paraguas de mi enhiesta soledad de hongo!
de hongo de humedad...

Por diez minutos y a tu gran conjuro, 50
-negra miserable de mi ciudad-
fui dichoso ¡te lo juro!,
¡olvidé un instante a la realidad!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Ha venido un ciudadano, alto, desgarbado,
y dejó caer en tu oreja la clásica palabra, 55
vete, negra, esto ha terminado,
la vida, negrita, no tiene abracadabra. [49]


Valses nobles y sentimentales

A Enrique González Tuñón

Hermanito te dedico estos Valses que tanto te gustan y que no tienen nada de noble ni de sentimental como nuestras vidas aburridas y te los dedico porque vos y yo somos una misma alma en un mismo bolsillo pelado.

- I -
Wilkins (ilusionista)

Decadente payaso que vienes
a este cine que alberga tu paso
donde luces tu triste fracaso
que consterna a mi sucio arrabal.
Yo te he visto salir a la escena 5
con un raro turbante mugriento
y tu angustia de real fingimiento
falsifica tu mueca, ¡nabah!

Enmudeces y así das la nota
de algún príncipe en viaje de incógnito 10 [50]
-porte real que encanalla el acónito,
de ámbar, la caña, la grappa, el soñar...
Y así te contemplo en el ruin escenario
con fiebre sonámbula preñada de grippe
y rajah yo te nombro de Maragojipe 15
e hijo adoptivo del mismo arrabal.

Hacen falta ilusiones, ¡oh! Wilkins,
no dudar de que todo es un truco
y a pesar de tu aspecto kalmuco
apestas, ¡oh! Wilkins, a vil bric a brac... 20
Tu mujer suspendida en el aire
cumple el noble deber de coyunda
y ante ella, ¡oh! Wilkins, te inunda
el dolor de la unión conyugal...

Ilusión, Magnetismos, hipnosis, 25
lacónico rezas en cada programa
y mi barrio, ¡oh! Wilkins, te ama
porque haces soñar...
Poco importa que el juego se trunque,
nada vale que el truco no salga, 30
no interesa que salte la trampa.
¡Oh! Wilkins, si el juego es soñar...

¡Oh! Wilkins, caído y oscuro
en las fauces de los escenarios
que llenan los treinta denarios 35
de la vida: madrasta al tum-tum...
¡Salud! de potencia a potencia
iguales histriones de idéntica zona
nos da la tristeza la seca corona.
¡Oh! Wilkins, para nuestra fosa común... 40 [51]


- II -
Severín: pantomimo

Severín, pantomimo grotesco,
Rey Lear de la corte del sueño
es tu mueca macabro diseño
surgida de un cuadro de Thibón de Libián.
Has caído en mi cine de barrio 5
agitando tus manos de araña,
¡Severín! el hambre no engaña
y tú eres del hambre su seco galán.

Severín, espantoso relieve del crimen
de la Rue del Vizconde D'Estoche 10
tu amante no viene esta noche.
¡Oh! príncipe negro del negro bas fond...
Faltarán esta noche a la cita
tu señorita y mi Milonguita...
¡linda puñalada tendrá el corazón! 15 [52]

En el cine de barrio triunfa
tu arte manido de apache infecundo
tu mundo es mi mundo
grotesco arlequín,
rellena de estopa tu faz de magnesia 20
se agita en la vana epilepsia
que danza en la tripa del loco violín.

Severín, pantomimo grotesco,
ya cae la noche en la turbia cortada,
se acelera el burgués en la torpe celada 25
y una luna prestada
desaloja al farol.
¡Severín acabemos, ¡por Dios!, nuestra bárbara
farsa, y en el vil tobogán de la gárgara
compartamos, ¡oh mimo!, la ilusión del alcohol! [53] 30


El tenor atónico

Pier María Giró della Valle
desafina su "arieta" constante
en la cual una luna menguante
le hace guiños a un paje de miel.
(Varietés de mi cine de barrio 5
donde el asco de vivir solitario
nos obliga a huir de la calle
y en el cine acampar nuestro bártulo infiel...)

El sensual propietario del cine
por dos pesos que afloja a despecho 10
le gestiona al tenor "do" de pecho
¡inhallable, infructuosa gestión!
Ya en la sala no zumba una mosca
Pier María tritura "La Tosca"
con la mano envarada sobre el corazón. 15 [54]

A la gente aburre el concierto,
Pier María se ahorca en un gallo
y un señor a quien pisan un callo
resopla un arpegio en tono mayor.
Pier María se esfuerza en su arieta 20
y a lo lejos su boca semeja la grieta
por donde se escabulle el espectador.

El pobre tenor desafina "a piacere"
su voz engolada resiste el esfuerzo
y con angustia ya ve que el almuerzo 25
de mañana es un mito irreal.
La gente bosteza y no aplaude
y alguno murmura del fraude.
¡Caramba! también si a eso lo llaman cantar...

Pier María se ahoga en su intento, 30
la canción en su escala de asma
raras muecas elásticas plasma,
Dios mío, ¡cuándo irá a terminar!
La sala murmura, la gente se enoja
se ve que no saben de la estría roja 35
que el pobre tenor dejó al salivar... [55]


Nuestra vida en folletín

¡Claro! nos hemos pasado la vida por los cinematógrafos,
tu amor tenía las dulzuras tortuosas de las heroínas
de Cecil B. de Mille,
y nos estremecimos juntos ante los revólveres de los ínclitos cow-boys, 5
y cuando Perla White estaba a punto
de caer bajo las garras de aquel tipo de bigotito de traidor
temblábamos en idéntica emoción...
Tu alma de estrella fracasada 10
y mis miméticos gestos de artista sin contrata,
trasvasaban la pantalla
a la platea suburbana.
Vivimos cien vidas misteriosas
en la encrucijada de las probabilidades, 15
en el ómnibus de doble piso de la casualidad, [56]
y ardiendo en amores irreales
fuistes esclava, reina, gigolette y burguesa
y yo fui Hernani y boxeador...
Cómo hemos violado la naturaleza 20
-pues tú eras una muchachita de arrabal
y yo un muchacho haragán
escandalosamente sentimental-,
ella se vengó haciéndonos representar
el melodrama de nuestro mutuo amor 25
a menos de 0'50 la sección.
Todo se complica en la ficción
de nuestras tardes filmadas,
-matinée y sección Vermouth-
y en nuestras poses norteamericanas 30
cruza el caramelero,
el don Juan de la boletería,
que te daba entradas gratis
y aquel viejo huraño que nos miraba con risa de eunuco
o de jubilado de moralidad. 35
Y toda la triste tristeza de los arrabales porteños
cuando nuestro frío se refugiaba
en el cinematógrafo que era nuestro hogar.
Tus ancas quedaron infecundas
de tanto plegarse a las butacas 40
y el hijo se nos escabulló en la boletería.
Todo el argumento novelable
de tu beso en la oscuridad
no tenía originalidad,
plagio de una industria disfrazada de arte, 45
cuando el deseo nos sacudía
y por un momento el amor [57]
de que hablan mis compañeros de redacción
llegaba a nuestras almas,
encendía la llamarada darwiniana 50
al compás del piano onanista
que se masturbaba siempre con el mismo vals,
nuestro espasmo se perdía
en la electricidad del entreacto.
Perdimos cinco años en las plateas, 55
-los cinco años que perdí
en el Colegio Nacional-
para amarnos con gusto de película
y atmósfera de ácido carbónico
enhebrada en el piano afónico. 60
Con todo te quería,
-muchachita enferma y tan flaca-
pese a Edison y a su dramaturgia,
pero las butacas
eran tan estrechas y nuestra sensualidad tan ancha 65
que el espasmo se perdía
en la electricidad del entreacto.
Rebalzamos las fronteras de la realidad
y nos encontraremos en las películas futuras
cuando el cinematógrafo 70
sea el arte del porvenir.
Yo, ¿por qué? leía libros en los entreactos
y tú no hacías más que soñar
y ya no nos pudimos encontrar.
Suelo pasar las tardes de mi melancolía 75
en aquel sucio cinema
que gastamos tanto
y me ilusiono vibrando en argumento [58]
como esperando el momento
de oír tu tos: 80
acomodador
que me señala que ya llegaste
al cinematógrafo del recuerdo
donde el que pasa las cintas
se llama Dios. [59]


Los amores albinos

¿Qué sol blanco cegó tus pupilas?
¿Qué absurda niebla pintaba tu faz?
¿Quién diablos te hizo los dientes lilas
y te recompuso ese antifaz?

¡Cómo te quiero, albina! Porque eres diferente; 5
porque el arco amarillo de tus cejas es tal,
que parece un paréntesis donde cabe la gente
que felizmente ya no es normal...

Tu cuerpo tiene el blanco de los muertos extraños
de los que se aburrieron de melancolía; 10
tu blancor es un filtro de quién sabe qué daños
y ciudadanos son los ritos de tu hechicería. [60]

¡Cómo te quiero, albina! ¿Con qué letra de tango
celebraremos nuestros absurdos esponsales?
¡Eres la única musa de tan alto rango 15
y dignificas hasta los orinales!

¡Qué bello es pasear junto a tu flanco
y ver la cara de pasmo de los burgueses!
¡Ah! si no saben que eres el sol blanco
que, Josué borracho, detengo con mis eses... 20

Tus cabellos, con el color ámbar de mi boquilla,
son la cosa más triste de aqueste mundo;
tus cabellos me sirven de presilla
para que no se me caiga el dolor vagabundo...

Tu voz es amarilla como las cubiertas 25
de las novelas francesas "vient de paraitre"
tu voz es mi rabia que me tiene alerta
de la estupidez constitucional del medio ambiente.

Musa amarilla, barro de puertos
que vuelcan la angustia viajera, 30
la angustia de todos aquellos que han muerto
y no tienen más corona que tu pelambrera.

¡Eppa de los muertos anónimos y no hay caso!
de aquellos que tuvieron el lujo siniestro
de estirar en la Morgue sus cuatro retazos 35
de miembros simiescos... [61]

Repliego en tu helada constancia postrera
-constancia que agría tu faz de rodaja-
el agrio limón de mi loca manera:
grotesco descarte de inútil baraja. 40

¿Verán mis hermanos, los líricos locos,
la mordaz preceptiva que ayunta
mis rizos rebeldes a tus pajisos copos
para seguir por la vida tirándola en yunta?

¡Albina! destiñe tu humor ceniciento, 45
agrupa tu aurora boreal en mi nuca,
yo soy el orgullo tenaz, macilento,
que de falsa modestia contigo se estuca.

¡Albina! acopla tus miembros helados al cuerpo,
que ha tiempo olvidaba el ingrato rescoldo 50
del bello ideal, el pobre está muerto
debajo de un toldo:
la roja bandera...

Cómo sube el frío de tu cuerpo en mi cuerpo, ¡oh! albina,
¡Oh vivir infeliz! 55
¡Qué frío!... Esto, amiga, termina...
dormir...
dormir... [62]


¿Sabes compañero?

¿Sabes compañero lo que es no tener horizonte?,
¿y a los veinte y tantos años?
Las manos se crispan en el vacío de los ideales
y alargan las brazadas de tinieblas
para la apagada hoguera de la fe... 5
Tendido en el lecho miro el hilo de humo que consuela,
nuestra juventud es un hilo de humo que se agita
sin razón,
algún día se oirá una detonación
en la casa aburrida y el enorme bostezo de sus paredes inhóspitas 10
te recogerá, arrugado y flácido
como un muñeco de comedia italiana.
Ya pasa la caravana del tedio por el Sahara del cráneo
hinchado de arena gris de hastío;
los largos albornoces de la inutilidad dan al viento 15 [63]
su caricatura de alas...
Pasan por la linfa de mi cuerpo, arrugado y flácido,
la corte del hampa de los instintos neutralizados
en la comicidad de la cultura.
¿No oyes al niño que se muere al lado?, 20
su sofoco de angustia te da un martillazo en las sienes
y complica tu hastío ciudadano
el andar de oca de las mujeres
el paso de los transeúntes
y el perpetuo gotear de las canillas mal cerradas... 25
¡Allá! ¡allá!, es tu interjección eterna,
¡más allá!, ¡más allá! debe estar la verdadera vida.
Fuma tirado en el lecho, fuma,
y silba el tango sin fin
que comenzó en la esquina del arrabal del mundo... 30
Hay que justificar nuestra inutilidad de babosa
que se arrastra pegada a los sentimientos...
¡Adiós, poeta!, tu padre, el mío, el del otro,
ronca en la alcoba,
en la misma alcoba donde ronca sus cincuenta años de costumbre 35
y su lumbre
agiganta tus ideas suicidas
en el pozo negruzco de tu vacilación,
vacilación
que llena al corazón 40
de ganas de morir
o dormir... o dormir...
Tu padre adelanta tu agonía,
día a día fallece un poco,
y sientes que el oscuro destino que te liga 45
a su ronquido igual [64]
escarba tus entrañas
con la sensación más desgraciada: la de la intolerancia...
Y tú falleces a ratos, a puchos, a retazos,
sin la parada de tirarte a muerto 50
como un fardo
en la vía pública
y al pasar la gente diga:
-Era feo y mísero el pobre poeta de la urbe...
-...más feo y más mísero que un caballo hinchado... 55
-...que una mosca verde...
-...que un perro sarnoso...
Y pase una mujer que te dé con el pie,
y pase una señora y te dé un centavo para las velas,
y pase un fariseo y te robe la cabellera, 60
y pase un amigo y te robe las metáforas,
y pase al fin una figura incierta y borracha,
-pálida y claudicante-
te mire implorante
y acaso diga: 65
-Cuán luminosa, Jesús, era su frente...
Pero mi cuerpo interrumpirá el tráfico
y licuará el asombro de su gesto decisivo
en la luminosa chorrera de puteadas
de los horteras 70
amenazados de llegar tarde a sus mostradores
ante el salto grotesco del poeta
que buscó vengarse de su ciudad
incrustando sus sesos en los adoquines
-adoquines sobados por dos millones de suelas ciudadanas- 75
para fijar en la tradición arrabalera
-arrabal que es la placenta de la Pampa prometida- [65]
el mismo gesto macho
de aquel otro versolari, de aquel otro payador,
de aquel otro hermanito en el Mester de Juglaría: 80
..."Entiérrenme en campo verde
donde me pise el ganao..."

Mi mujer
Cuando tenía veinticinco siglos de hastío y la fealdad repulsiva del ciudadano: cara de frente de fábrica, con dos ventanas por ojos y un cerrojo en la puerta para las buenas palabras llegaste vos, bruta y sencilla como una vaca, con apenas cinco años de escuela primaria, que, felizmente, no te hicieron mella.

Por más que te encanalló mi contacto, tu pureza natural estaba tatuada en tu piel blanca, olorosa a leche agria, y en el pozo de tus ojos grises y vacíos de animal alegre.

Cosa de carne tenías un alma maravillosamente simple, como una columna de agua o como un dolmen de piedra de sepulcro en la que los lagartos de tus pobres instintos salían a tomar el sol de mi lujuria.

Eras la copa de oro de la materia inerte, sin una verruga de ideal que alterase la maravillosa liga de tu metal, opaco y sordo.

¡Cuánto bien me has hecho! Volatilizastes el hastío con un gruñido de felicidad al besarme y a mi mala pata le hicistes un guiño muy mono.

Yo te bendigo y te bendice mi entraña renovada y la entraña de todos mis antepasados, los ogros y burgueses, cargados de botín en el asesinato moral de la lucha por la vida.

Mi cansancio racial fue tu túnica en la alcoba y danzamos en el espasmo con la gravedad ensimismada y animal que acaso hubiera querido Nietzsche. [67]

Tus vestidos eran lisos y blancos como tu espíritu, y más de una vez hirió la media luna de celuloide de tu barbilla la complicación paradógica del nudo de mi corbata: símbolo de mi abulia acuciada y tenebrosa.

Te amo porque aireaste los desvanes de mí mismo con el soplo de tu aliento, llenaste con la saliva de tu boca, profunda y dulce, los sótanos de mi indiferencia pesimista y clavaste en la frente de la personalidad el gallardete de sucederme en tu vientre con carne con que yo te hinchara.

Te bendigo en el nombre de mi madre porque eres sencilla como ella y tus manjares han su mismo sabor de pueblo.

Me hicistes humilde como un perro, lacio y leal, y a mí, ¡a mí! que tenía las embestidas del jabalí, pero impostadas, pero invaginadas...

Me animalizastes a tu nivel y te bendigo porque la coraza orinada de mí cultura aflautaba mis pulmones en el grito ocarinesco del pedagogo.

Eres tan del arrabal que tienes olor a tango y sabor al yuyo de la calle donde tus antepasados jugaban a los cobres.

Tu voz es una guitarra herida y cantas tus tres palabras esenciales: comer, gozar, vestir...

Tu piel granulada y blanca y blancos y granulados han de ser los 1000 gramos de tu cerebro justo.

Te producistes en mágico milagro de creación y yo sé que el divino alfarero que alisó tus ancas, altas y ondulantes, no te dejó la marca de fábrica. [68]

Eres tan del arrabal que eres mi alma ahora y a tu lado estoy en mi tierra, en mi casa, en mi traje y en mi piel.

Siento que te amaré toda la vida porque me has domesticado y estás en mí como una nueva circulación sanguínea y en mi mismo cerebro estás, alta y bella, pero muda, ciega y ausente, para no entrometerte en la endiablada zarabanda de mis imágenes, de las que no entenderías gran cosa.

Eres la perfección de lo sencillo y de lo común y sólo con mirarte pensativo siento que me agarro a ti como un pulpo negruzco se agarra a un alga elegante y derivante.

¡Vino de tu presencia para mi embriaguez nocturna! ¡Luz de tu figura para verme sombra y constatar que vivo! ¡Tabla a que me agarro! ¡Salvación de mi fe, puérpera y desangrada! ¡Turbión de delicias! ¡Tranquilidad de jornalero con los riñones doloridos y la mirada gozosa después de las 8 horas de trabajo! ¡Gratitud de poeta que ha encontrado su musa de carne...!, ¡de carne!

Darás tu alma sabiamente necia a mis hijos y yo les daré mi cochino nombre prostituido en todas las redacciones pobres.

Yo soy el escarabajo, redondo de angustia, que se amparó en tu luz.

Así, tan sin ideas generales, así, tan sin especializaciones, así, tan de carne franca y caritativa, dame siempre el agua de tu ternura fiel para templar los altos hornos de mi orgullo estéril y literatizante. [69]


El matrimonio del poeta

Marchitas hojas son los volados
de tu vestido, ¡qué mal te está!,
pero con tus grandes ojos apagados
rima bien tu faralá.

Eres la musa que a veces veo 5
en los viejos parques de la ciudad,
tráemelo a un fraile, de solideo
le serviremos tu faralá.

Nos casaremos, nos casaremos,
en una tarde lluviosa y gris... 10
con las maletas llenas de agujeros
escaparemos hacia París... [70]

Se me da una higa tu virginidad,
a veces se pierde subiendo ligera
los cuatrocientos tramos de la escalera 15
de la oficina de Monsieur Falstaff...

Unamos nuestra miseria física,
mi aire vago y doliente,
tu tuberculosis incipiente
y mi inquietud metafísica. 20

Nos casaremos, nos casaremos,
en la fiesta fúnebre colarán en rondón
los editores, los cuatro amigos que no tenemos,
y la agresiva dueña de la pensión...

Serás mi amante, la musa tuerta 25
que en mi alegría pondrá su sello,
con la miseria de tu carne muerta
serás la musa de la soga al cuello...

Nos casaremos, nos casaremos,
y en la pobre alcoba cuatro goteras 30
darán la rima de sus chas, chas...
al fin hastiados de las quimeras
de esta vida nos deslizaremos
por un suicida escape de gas... [71]


Salomé

Reventaré de risa por el símil que te endilgo.
¡Oh mi triste amada infiel!
Nunca comprenderás en tu ignorancia pura
todo lo exquisito de la leyenda en la literatura
mundial. 5
Me ha preocupado tu identidad en el tema,
para que salgas airosa en este poema:
de tu clara ignorancia no se ha roto aún el virgo,
¡Dios quiera que no te ilumine la Novela Semanal!
¡Tienes, para empezar, las barotas ajorcas de la bisutería 10
que se agitan cuando danzas en la luz sin poesía
de la electricidad! [72]
Tu vientre envasa tus órganos en la franca anarquía
de los sistemas que altera
cuando comes, el comer tan mal, 15
nadie se extrañe, pues, amada mía
ni no eres la bayadera
que en el untuoso tango su vientre hace ondular...


Tus senos rectilíneos tienen la infeliz prosapia
de los senos de las mujeres de tu raza 20
-fábricas de hijos, aplanadas como tapias-,
nadie se extrañe si las rituales curvas nunca están...
Tus senos son los senos de las mujeres de tu casa,
de las pobres mujeres de tu larvada raza,
sin senos por inútiles y en sus vientres las semillas 25
del placer de un rato a cambio de pan...

...Tus senos son dos cosas tan tristes y amarillas...

Mereces por tu hambre sin cesar renovada,
mereces por la huella del golpe en tu sien,
mereces por tu flanco canijo de insexuada 30
que te endilgue la leyenda de la literatura "bien".

Mereces por la causa de tu estoica alegría,
por las lágrimas que alcanzaste a derramar,
-porque el asco no te ha vencido todavía-
por lo que has de llorar, 35
y también, amada mía,
por la bomba que dejaste de tirar,
que te endilgue la leyenda de la aristocracia
de las letras. Tendrás por un tiempo toda la gracia
opulenta y estilizada que el ojo del Tetrarca 40 [73]
avizoró en la núbil hija de Herodíadas;
en la ambigüedad de la leyenda enarca
tus carnes miserables que la escrófula busca...
Hagamos la parodia con la desesperación tan chusca
del poeta maldito y de su infiel amada... 45

Endereza tus carnes en la luz de ceniza
de la ciudad que te hizo monstruosa y enfermiza;
levántame en la danza tu miserable traza;
danzarás la antigua danza de la leyenda de oro
con los podridos tacones de tu pie en el lodo, 50
con la raya de pringue que en tu cuello de golfa
parece que a la leyenda la va poniendo en solfa
pero en cambio la has ceñido de amenaza...

Estás en las calles de Buenos Aires que son tu cuna,
para danzar tu tuerta danza en son de mofa, 55
te agiganta solidario el palor de la luna
para que contigo baile toda la ralea de la baja estofa...

Que anochezca un sol suicida en la orgía espantosa
iluminando la decadencia de la zurda bailarina...
Con tu paso de danza vas cavando la fosa 60
donde se ve blanquear tu filoso perfil de fuina...

¡Pide lo que quieras Salomé de mi urbe!,
el deseo más insano agarrote el embrión
de tu alma, ¡¡¡que nada turbe
el desvaído anhelar de tu corazón...!!! 65

Cual pebeteros fantásticos en la ciudad, su sombra, [74]
los humos cojitrancos de las chimeneas
prestan a tu danza su brumosa alfombra,
y en el cauce oscuro del humo sin ruta,
cuando la alborada incendia sus teas, 70
¿o crees que estabas delante la gruta
donde el nuevo Bautista extrangula su voz si te nombra?

Para que se cumpla la sacra escritura,
aullar yo debiera sin literatura
las acres palabras del nuevo Mesías, 75
las rojas blasfemias de las profecías,
pero por más que se agote la garrulería
de un bachiller, pregonero de feria,
¿qué más elocuencia, ¡oh! amada mía,
que ver en tus carnes la Suma Miseria? 80

Avanza ya, grotesco Juan Bautista
-greda de locura los sesos del artista-,
¡mi cabeza en el plato de la luna...!
Y en el ritmo final el beso una
la limaza enjuta de tu boca inerte 85
y la revuelta boca del poeta fuerte
que ha encontrado en su símil su fortuna... [75]


Pero la verdad es esa

Me detuvo el espejo
-el helado espejo de tu cámara pobre-,
haciendo muecas para fingirme alegre...
Estoy siempre triste, pero amigo,
yo te niego 5
el derecho de entrar en mi tristeza...
Sufro como una bestia y esta tarde y siempre...
y vengo de mis raros paseos de extramuros
con el alma achatada como las casas,
tienen 10
mis ojos, un pavor antiguo...
Un miedo cerval a mostrarme triste,
porque la tristeza, la vera tristeza, está degenerada... [76]
Hay poetas que son tristes por el oficio,
y hay otros que lo son porque no son nada. 15
Yo tengo una tristeza sin vuelta de hoja,
una tristeza fundamental,
que ensucia las paredes de lo que se llama sentimiento
y se ensaya en el amor,
mi tristeza es una muchacha con delantal 20
en la tristeza definitiva del corredor
de una casa de departamentos... [77]


Tango

Con su pereza de hembra lasciva
arrastra el flato un bandoneón,
vierte un malevo ruin saliva
por el colmillo, sobre el salón,
esa pecosa se hace la esquiva 5
pero la alcanza a la deriva
el roce obsceno del pantalón.

Sobre la escena ya desconchada
por el otoño que es el flautín
une su pena de madrugada 10
su nota oblicua con el violín,
y la pareja danza enmarcada [78]
por la inminencia de puñalada
que es la frontera del cafetín.

Un criollo eterno con su Argentina 15
y su guitarra y el leal facón
su décima isócrona garla, empina
la danza y asienta el tacón,
cada puteada planta su espina
y un gran penacho de nicotina 20
presta la gratis decoración.

La voz añora la vieja hazaña
de algún malevo que se perdió
-Cuarenta entradas, alias: Araña.-,
por una hembra fue que mató, 25
el hampa gipa dentro su entraña
culto al coraje vuelca el caló.

Indiferente baila trenzada
con un cualquiera la tal mujer,
el tango dice con letra airada 30
que el taita Araña no ha de volver.
Tiende su carne, bestia encelada,
lame sus senos la llamarada
de los instintos que hace nacer.

Música oscura muestra la incierta 35
acre tristeza que va a danzar,
flota en la murga la rata muerta
que la noche ahoga en el albañal.
El viento lejos llama a una puerta [79]
y la blasfemia de alguien despierta 40
el alma torva del arrabal.

Hay un revuelo de luces bajas,
brillo sinuoso de algún facón,
las mesas esparcen a las barajas
y un filo muerde a un corazón. 45
Se arma la escena: Filo que saja
las cuatro ruedas son las rodajas
del honestísimo salchichón.

Sobre el tablado, triste y pringoso,
yace tirada la tal mujer, 50
junto a su flanco solloza un mozo
pero sus lágrimas no osan caer,
Nunca la hombría su vil sollozo
para que surja ya rencoroso:
-¡Mina, te dije que iba a volver...! 55

La voz de orgullo aquí se empaña
que como siempre lució el facón
-Cuarenta entradas: Alias: Araña.-,
tiene en el hampa su religión,
mientras historia la roja hazaña 60
la angustia rítmica del bandoneón. [80]


Hermana

Yo espero que el suburbio te levante
una estatua
atorranta
de pelos crinudos y bella garganta.
Yo sé que la fábrica 5
te ha dado un desmayo elegante
en la cadera
y al dibujar el tango su compadrada
estaba alcanzada
tu historia 10
¡ramera!
Ensalzada por los trovadores de la decadencia:
los saineteros te hicieron su eje, [81]
y a los payadores les diste la ciencia
del "Alma que canta". 15
Fleje
entre el perenne fardo de angustia
del centro al suburbio,
crimen turbio
de la ciudad. 20
Margarita ilegal
y nada mustia...
Estremecimiento tan tierno en el callo
que los hombres tenemos por corazón...
Ganas del ladrón 25
y excusa del asesino
alcuza de vino
barato,
después el boato
y ¡claro! el champán... 30
Typperary del vagamundos,
permanente noticia de policía
causa de la calle Azcuénaga,
Victoria Regia del Maldonado,
ciénaga 35
con luz eléctrica de noche y de día,
llanto extrangulado
en el rimero de sollozos que dicen los perros
enmendando los yerros
de sus hermanos los ladrones 40
porque en las canciones
los machos no lloran ¡nunca!
¡Atorranta!
tu apellido es gallego si no es italiano, [82]
pero tú eres la carne de los corazones 45
de todos nosotros, artistas, los nuevos,
¡que tenemos el orgullo malevo
de ser los mejores!
Hermana atorranta
te vamos a alzar una estatua 50
con latas
que quedan de tu huraña cuna:
Aquella tierra lejana y fangosa
donde florecen los heroicos temas
de tu actual fortuna: 55
¡La Quema de la basura! [83]


Marimba

Hasta tu nombre es música de rara alegría:
Marimba... marimba... ma... rim... ba...
Surges como el hilo de humo de mi cachimba
y en el café te diste carta de ciudadanía...

Tu voz es un coral, en su rojez obsceno; 5
y en la especiosa espuma de los violines
halagas el alma rubia de los sanmartines
porque tu voz es la música del género epiceno.

En el discorde acorde de autos y carriles,
junto a la redacción de seis pasquines, 10
tus alámbricos flautines
engendran los deseos más sutiles. [84]

Vales hoy, porque en la decadencia
del ambiente que musicas, hay
la omnipresencia 15
de algún mutilado Dorian Gray...

Estás entre nosotros con tu voz de lejanía,
nos llenas de recuerdos, de vagas remembranzas,
eres un misterioso trípode de esperanzas
donde canta la absurda solidaridad de la melancolía... 20

De las razas más remotas eres como un ala,
tu vago espejismo nos enseña a lo lejos,
-donde las botellas del bar acaban en los espejos-
el alma misteriosa del negro Batouala...

En el fracaso ilógico de nuestro viejo ensueño, 25
cuando su parda amenaza nos guiña la neurastenia,
vemos surgir de tu música una vaga Ifigenia
leída en el libro que no tuvo dueño.

Consuela tu música con vaga dulzura,
-dulzura que intima sabores de tila- 30
pero si alguno acaricia tu imagen impura
la loca desliza su lomo de anguila.

La ciudad rebelde a tu vana artimaña,
encrespa sus ruidos con brutal crescendo,
mientras para nos tú vas tejiendo 35
un loco arabesco de tela de araña...

Eres el encanto de una mujer velada
que nos anuncia la llegada de lo imprevisto, [85]
gracias a tus sones todos hemos visto
¡cuán era de bella la boca pintada! 40

Llenas nuestras venas de útil pereza,
eres como un lago que bifurca el "espleen",
¡y la ondina lejos si nos dice: "Ven"!,
en nuestra pereza fracasa la empresa...

Sonambuliza tu ruido a una raza cansada 45
que una guerra infame llevó a la hiperestesia,
si tienes una patria, yo digo que es Lutecia,
-provincia de Darío y región fronteriza de DADA...

Tu música aviva a nuestra foránea,
ilusión de escapar un día de la ciudad, 50
eres el marchito coro de la libertad
que llora la civilización contemporánea...

Eres una música aventurera y rasta,
posibilidad de peligrosos "ismos",
eres la Internacional del cosmopolitismo 55
y la oriflama múltiple de todas las castas...

Envuelta en tu encanto marchito se alza,
-Tanagra de carne que patina el hastío-
mi musa, y tan pobre, ¡Dios mío!
que baila descalza... 60

¡Ah! loca música de feérico fagot!
serpentea en el hilo de humo de mí cachimba...
Marimba... marimba... ma... rim... ba...
música menina... lenguaraz del caló... [86]


Cuadro sipnótico de mi existencia

Diez horas, diez horas de almacén,
¡Diez horas, diez!
Sacos de garbanzos, "Petit Pois extrafins"
¡y fardos de té!

¡Rabia! ¡Rabia! ¡Veinte horas de rabia! 5
¡Rabia multiplicada!
La cabeza en Babia
y una mueca en la cara cansada...

Cuatro idiotas, calzados, vestidos,
¡y todavía vivos! 10
...en fin... [87]
los pinte en su vida sin vida
esto: ¡nunca tuvieron noticia
de la muerte de Lenin!

Monograma en el viejo escritorio 15
que eyacula tinta,
uniendo sus burocráticos poros
un nombre se pinta.
¡Rosa! Como en el viejo Colegio Nacional
también aquí tu cifra fue grabada, 20
pero allá era sentimental
aquí es una puteada...

El patrón, un mastodonte:
cuello, cinco vueltas de grasa,
alma negra de polizonte, 25
chacal desjarretado
por el reumatismo,
tabla rasa
del mimetismo.

Yo no puedo concebir 30
que este hombre fue niño alguna vez,
lo ha debido parir
el espíritu precito de algún Juez.

El odio es una cisterna
que me vuelve el alma negra 35
con el odio y la rabia está la terna
que mi desesperación íntegra. [88]

¡Cómo han mutilado mis ilusiones!
¡Cómo han deshecho a mi optimismo!
Han abierto el grifo oscuro de las cavilaciones 40
y me han perdido de mí mismo.

¡Mamá!, ¡mamá!, ¡mamá!
¡Oh! el grito tenaz, el grito húmedo
de lágrimas subterráneas... ya
estoy haciendo números... 45

No la poesía de las cifras aladas;
son números con la cola entre las piernas,
son números burgueses, no sirven para nada,
pero no insultan ¡no hablan, no humillan...!
Oh, el firulete que les hago, 50
¡son tiernas caricias!

¡Diez horas!, ¡diez horas de almacén!
¡Mamá, mamá, mamá!,
como cuando me llevaron pupilo a la escuela,
¿recuerdas?, ¡fuiste tan buena!, 55
¡oíste mi grito infantil!
¡Ahora es ronco y cómicamente varonil
pero es más triste... ¡Mamá!
¡Llévame de aquí! [89]


La musa en el asfalto

Amo tu ocaso, tu soberbio artificio,
la gracia decadente que hace frente a la edad,
tu instinto inmortal sostiene el edificio
de tu carne que el tiempo no acierta a profanar.

Magnífica Teodora del sabio maquillage, 5
sobre la ruina eterna te levantas reina Esther,
en estado de larva se oculta bajo el traje
una de las viejecillas que amaba Baudelaire...

Los tintes sólo atigran la opulencia brumosa
de tu cabellera que hace sombra de kolh 10
sobre tus químicos ojazos de gata fastuosa
que arde en los icterísicos crepúsculos del sol. [90]

Tu boca es más vieja que tú, y también por eso
sus pliegues invisibles la entorna o la mueve
en la palabra trunca que dices como un beso, 15
porque tú besas a veces cuando llueve...

Porque tú besas a veces cuando llueve
y nuestro ensueño entonces se espeja en el asfalto...
Tu beso es esa racha de viento que aleve
el pulmón de la otra musa toma por asalto. 20

Y el alma ama tanto la sabiduría
de tu beso viejo, sabio, pegado a tus afeites...
es como haber violado a la melancolía
el esponjoso pregusto de tus raros aceites.

¿Cómo hablar de la fresa extinta en tus encías 25
para el decoro mate de tus dientes postizos?
Tu voz cascada y suave tiene las melodías
que el viento centenario modula en los chamizos...

Tu voz es la cascada voz semi-tumbada
de los jugadores que se juegan de una vez; 30
eres la lisa moneda de oro que rodaba
en el Montecarlo de mi hastío sin luz y sin croupier...

Sé que eres vieja, quizás eres vieja como mi ciudad
y que como ella gastas a las vulgares gentes,
pero sé que te atraes -¡Oh! compasiva maldad!- 35
para violarlos, a los huraños adolescentes...

Buscas la media luz para eludir el reproche
del tiempo, ¡pero en que acre lascivia el ánima se estanca [91]
cuando en el misterio de la media noche
abres tus vestidos y en la luna eres blanca! 40

Hubieras sido una viejecilla de Baudelaire
si tu enorme instinto no te avasallara,
si en tu mudez ambigua tu sexo no alzara
la voluntad a "outrance" de ser la MUJER.

¡Oh cómo amo tu bello, tu soberbio ocaso 45
la victoria del arte superior de las modistas!,
sobre la gravedad del tiempo tu traje de raso
y sobre la Muerte tus albayaldes y rouges fetichistas...

Bajo el cold-cream rosado tu cara es una esfinge
que sólo inmuta a ratos las galas del metier, 50
tu vejez es la juventud del tinte y del potinge
que se defiende contra la viejecilla de Baudelaire...

¿En qué edades antiguas clavado a tu sonrisa,
cariátide de pasmo mi rumbo en ti perdí?
Del fondo de mí mismo una voz clara y sumisa: 55
"Hace cinco mil años que está dentro de ti."

Eres quizás mi musa, artificiosa y llena
de especies olorosas ligadas a tu cera,
a veces en tu engaño en verdad que eres obscena
¡Oh! musa enigmática que estás en la vidriera... 60

Te aman los niños y los viejos se enamoran
del rosicler gemado de tu carne en locas fugas
de luz... y yo soy un niño anciano de esos que lloran
porque bajo los rizos se palpan las arrugas... [92]


La vía láctea

¡Qué tristeza feroz nos extrangula
en el locutorio de la pobretería!
donde nuestro hastío el bostezo formula
del poema urbano de la lechería.

Nada más triste en el mundo existe 5
que este locutorio de la pobretería
-blanca y agresiva su frialdad es un quiste
empotrado en nuestra melancolía-.

Días de lluvia, viejos días aceitados de aburrimiento,
cronología que escalona el suicidio, 10
ganas de acogotar el sentimiento
como a un gigantesco ofidio. [93]

Espejos maculados de antiguas grasas
-superposiciones de caras ingratas-,
granulaciones del tamaño de pasas 15
de todas las musas de la mala pata...

Los acres olores de la leche agriada,
como si se estuviese ante la lejía
de todos los pañales del mundo. Cada
mala palabra rectifica nuestra puntería. 20

Llueve inútilmente y desde el claustro blanco
de nuestra gregaria pereza criolla
se ve como al tranco
se hunde en la nada la giba de nuestra bambolla.

¿Quieres morir, hermano? La vida no tiene 25
ni una sola sonrisa de amorosa mujer,
en verdad, compañero, sostiene
a la rabia el poco comer.

Escupe tu angustia en el féretro blanco
que amortaja los días de tu mocedad. 30
Soñaste la altura y en un barranco
te desnuca la ciudad...

Pesimismo rabioso que ayuda
a trasegar la diaria ración de despecho,
hasta la lechería irónica suda 35
la angustia que inunda tu pecho. [94]

Y está tan cansado nuestro cansancio
que no movemos el gesto "arriba el telón".
y seguimos la farsa despacio, despacio,
somos: el espectador. 40

¡La espera!, algo se espera, se espera,
no sé, un grito, una ola, una revolución,
ni hemos notado a la primavera
y nos palpamos en busca del corazón...

En alguna parte del mundo habrá una mujer... 45
...¿una mujer?... ¡Bah! será como todas, hermano,
no cesa el llover,
crucemos las manos.

No me recites versos, es inútil, inútil y vano,
dame la esperanza, ¡diez centavos de ideal!, 50
una idea, un algo, un plano
desde el cual dar el salto mortal...

¡Ni eso! Toda la angustia encajada en el cuadro
del locutorio de la pobretería,
y las diarias blasfemias que ladro 55
al ser mal vestido de melancolía.

-¡Una mujer, una mujer...! La vieja idea que torna.
-Una mujer ha de existir, ¡oh mi hermano!
¿No notas la sorna
con que subrayo tu gesto tan vano? 60 [95]

Una mujer has soñado, hierática y suave
en el misterio de un parque remoto,
¡con la decoración de una fuente y un ave
y una luna romántica como un huevo roto!

Nada existe a no ser tu amargura, 65
nada existe a no ser tu fracaso,
eres la última pieza de la conjetura,
el lacio poeta de quien nadie hace caso...

Miremos la lluvia desde el lugar infame
donde nos enclava la odiada pobreza. 70
-¿Una mujer? Sí, puede ser que te ame
cuando ruedes sangriento debajo la mesa.

Una mujer te amará, no lo dudes. Su velo
de desposada blanca la ceñirá entera,
cuando se incline a besar en el suelo 75
los cuencos absortos de tu calavera.

Escucha, no bebas. A la odiada pobreza
que de fracasos en series te enfanga,
contéstale con gesto de heroica entereza:
un melancólico corte de manga... 80 [96]


Única canción de amor

I

¿Ves? Estoy obligado
a llorar en verso la pena
de tu amor perdido
para siempre en la nada.
¡He pedido tan poco!, 5
¡con tan poco edifiqué mi ensueño!
La cocina humosa,
la familiar tertulia del Domingo,
el grave silencio de tu barrio pobre, [97]
el arco iris de mi conducta hacia tus senos, 10
la dulzura de vivir bajo tus años
acurrucado como un perro trémulo
bajo la suave amenaza de tu mano...

Sensaciones fugitivas, románticas y zonsas,
desaliño ideal y trunco, 15
dejar en la puerta de tu casa chica
la complicación de mi superioridad,
y sentirme a la altura del agua barboteante
de tus lustrosas canillas sin personalidad
y de las tiras de cortezas secas, 20
-¡ilusión de campo!-
largas tiras de corteza de naranja
que se espiralizaban en los estantes...

La juventud mía es un asfalto
sereno y vulgar de puro oscuro 25
y tú eras la luna abrillantando
su opaca tristeza
clavada en mi desesperanza...
Mas todo es vulgar en la vida, y tú misma
bella y todo, fría y ausente, 30
vulgar pedestremente...

Fui a tu encuentro con el alma abierta
como una puerta familiar a la sombra amiga
y sólo encontré el enorme bostezo
de tu aburrimiento 35
y fuimos un largo bostezo de aburrimiento,
cuando podíamos ser un poema [98]
o una luz en él asfalto
de nuestras vidas
anuladas para siempre... 40

Yo bostezo amada, larga y dulcemente,
para que, amada,
mi cara
disimule el llanto,
porque por vez primera 45
en este libro que ha burlado tanto
he llorado, amada,
por ti, por mí, por el amor ido para siempre,
y como un romántico...

II

Yo podría ser un hombre rico, 50
-el sol dorado se acuesta en tus mejillas-
te hubiera llevado hacia una comarca
-nostalgia de lo andado que vi dentro tus ojos-
paisaje de sonrisas que en mis noches de visita,
tendías a lo largo de la murada calle; 55
cuando a la puerta salías a dejarme
Paisaje que
pasaba mi cabeza
recolectada en tu belleza,
y repartías tu ansia entre los mundos que habrá 60
y tu lástima a mí...
En la innutrida enredadera del traspatio [99]
un bicho vergonzante mastica 20 erres,
la vita nuova que soñamos aún no ha detenido
su improbable mentira de día de Reyes, 65
y hasta, ripio de conforme, la burguesa quimera,
-pan, sal, tranquilidad-
-el amor en mangas de camisa-
se fue... se fue...
¡Justicia de Dios! Te traje 70
hasta el alcance de tu ojo, entristecido y plúmbeo,
la cuarentena de mi tristeza que alargaba
mi cara
de aburrimiento.
-¡Oh el olor a mandarinas de tus senos alargados! 75
y gocé de prostituirte
-junto al plátano que decora la barriada-
con la incolora voz con que traduje
para tu oído, ausente en la caracola de los sueños que te hablan,
los chismes indecentes que en mi oficina ofician... 80
De profundis clamavi a te mi amor semiasfíxiado
por el temor de ser ridículo,
mientras tus largas piernas, suaves, blancas,
eran dos caminos blancos, suaves,
que yo, miserere di me, sin transitar ya desandaba... 85

III

¿Qué hacer? ¿Qué hacer si así ya somos,
si ya es inútil el beso que no alcanza [100]
a fingir la cruenta vulgaridad de todo
este pedazo de carne entusiasmada
que era yo ante ti, con la vergüenza 90
de querer obligarte a querer lo que no alcanza
a querer mi egoísmo?
(¿La madre que me quiere
acaso porque me parió y sólo por eso?)
Como una estaca que marca los caminos 95
ansiosa de belleza y de utilidad
florece cada año con brote que renueva,
así tengo mi amor, aparte y bien cuidado,
íntegro cultivo en el campo del recuerdo,
de lo que parsimoniosamente vos me distes 100
en las entrevistas truncadas por la duda,
cuando eras la señora de las islas que soñabas
y tus maravillosos ojos color de las glicinas
diluían las visiones de tierras tan distantes
de pueblos sin historias y sin literatura 105
ante el que podría ser un hombre rico
para colmar tu anhelo,
y no fue más que un oficinista
cuya alma crecida en tu belleza
es un gran borrón de tinta... 110 [101]


Plegaria única

¡Oh! bien amada
rosa enfangada
tan calumniada
llegó la fin...!

Verbo al asalto 5
claro de asfalto
loco en mi salto
por ti me vi.

Inhábil fusa,
trasluz de musa, 10
mi cornamusa
loa tu bien! [102]

Rosa en la cala,
Rosa sin gala,
tu martingala, 15
¿cuando la bala
para mi sien?

Musa transparente,
hueso solamente,
cutis puramente, 20
yo fui tu cliente
hay que pagar!

Tuerta leticia,
pobre sevicia,
ya mi impudicia, 25
¡ha de acabar!

Doncella tísica,
Venus sin física,
mi metafísica
de trapalón. 30

¡Entre guiones,
mis emociones
lamentaciones
ya son jirones
del corazón! 35 [103]

Musa borrosa,
cuerda herrumbrosa,
lira gangosa
exaudi nos!

Musa del hambre, 40
rosa de alambre,
sin un estambre,
¡tu carne fiambre
siempre tu tos!

Perdón te imploro, 45
si no deploro
en rancio lloro
tu pubertad.

Amada inerte,
negra es tu suerte 50
porque tu muerte:
¡mi celebridad!

¡Qué bien te sienta
para mi cuenta,
tu voz sin renta 55
de plañidera! [104]

Llanto que hilado,
copo arrumbado,
teje un helado,
sucio volado, 60
de clown tronado
tu danzadera!

Mi ser explicas
con tus súplicas
y me vindicas 65
pelafustán!

Mi cruel fracaso
de ir al acaso
en ti disfrazo,
¡Torcuato Tasso 70
con macferland!

Último arresto:
tuérceme el gesto
contra el Digesto
Departamental! 75

¡Nada de pacto!,
¡cumple tu acto!
al Orphelinato
Municipal! [105]

Funambulesca 80
loca y grotesca
¡armé la gresca,
con tu chapín!

Que ya el poeta,
-que se respeta- 85
llega a su meta,
en ti completa
su audaz pirueta:
última zeta
mi volatín...