Foto de Cartier Bresson

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domingo, octubre 24, 2010

GIANNI  SICCARDI - Poemas



compilados y ordenados por Ofelia Funes



MORIR DOS VECES

La voracidad del  tiempo no sólo borra y merma a la obra, sino que también consume aquellos nombres que sólo se pueden conservar por medio de las piadosas  plumas de los escritores (…) escribo con el propósito de defenderlos en lo posible de esta segunda muerte…(Giorgio Vasari. Vida de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos  1550. Proemio a toda la obra.)

Las palabras del reconocido primer historiador del arte en Occidente, me hicieron meditar sobre la situación de los poetas y escritores muertos que han dedicado la vida a su arte, que nos han legado su experiencia poética y hoy,  por pereza, ignorancia, y lo que es peor, por banalidad, suelen no figurar en antologías, o no se publican sus obras. De este modo nos encontramos ante la segunda muerte del poeta. Esta meditación me llevó hacia el recuerdo del poeta Gianni Siccardi, fallecido en noviembre de 2002. Fino poeta de raíz lírica y carácter celebratorio, su universo poético pleno de sensualidad musical nos revela una poesía, según sus propias palabras, y citándolo a Hölderlin, que tomando posesión de la realidadla realidad del amante, la realidad del místico, la realidad del poeta, surge de la subjetividad y adquiere características universales.

Una vida consagrada a la búsqueda y al trabajo de la palabra, aquella palabra que procura  penetrar en lo “innombrable”, donde se vislumbra la armonía musical del cosmos. Se puede escribir sobre cualquier situación de la realidad, pero siempre desde la silla correcta, decía a en sus reuniones de taller. Aludía a la pureza del sentido poético, al estado de inocencia del poeta –inocencia, aclaraba, que no es lo mismo que ingenuidad, sino la posesión de  una mirada desprejuiciada. Aprendí de él que el poeta se puede distraer en las pequeñas cosas, más aún, puede estar comprometido con el mundo concreto,  pero cuando escribe poesía desarrolla su agudeza y hondura para penetrar en el verdadero sentido de las cosas.  Cito sus palabras:
A todo poeta le son dados algunos poemas que sólo él podría escribir. Ésa es su enorme responsabilidad: nadie podría escribir aquellos poemas que por desidia o distracción él haya dejado de escribir. Cuando el poeta escribe es un náufrago, en el momento en que el náufrago ha dejado de luchar. El tiempo se detiene. El encanto de la vida se esfuma. Las opiniones se evaporan. Los estados de ánimo dejan de fluir. La imaginación deja de proyectar su film. El ser que escribe pierde su astucia, olvida su habilidad. Y no sabe cómo reaccionar, sólo que no hay nada a qué reaccionar. El hechizo latente de las palabras  de pronto se ha despertado en él y entonces advierte los límites estrechos de su pobre conciencia habitual amarrada a la pequeña y fácil maquinaria del pensamiento lógico y transpone esos límites. ( Gianni Siccardi,  “Poesía y realidad”, encuentro de poetas en la Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, octubre de 2002).
Poseedor de un agudo oído musical, verdadero artesano de la palabra y de la imagen poética, su gran capacidad de síntesis, y su singular lenguaje entraman  un proceso de creación en el que forma y contenido aunados adquieren un sentido revelador.

Mucho se podría escribir sobre Gianni Siccardi,  pero valgan estas pocas palabras para introducirnos en su poesía.  ■  

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GIANNI  SICCARDI - Poemas

ESTAS  SON  LAS  PALABRAS  QUE  AMO

si tuviéramos un oficio donde reconocernos
y ganas de envejecer
si no conociéramos tanto lugar de ocio
tanta calle desordenada y abierta
tantos bares y hoteles
pozos de perdición o de violencia
donde se usan palabras extraviadas
recursos rápidos
encuentros sin destino
vidas distintas
y hubiéramos abandonad el deseo
volver a partir
de conocer gente desorbitada
alimentos extraños
músicas fáciles
islas distantes

si no tuviéramos amigos muertos
y enemigos
amores olvidados
si no estuviéramos cansados
de los diarios de la mañana
de los deportes y las ejecuciones
de las estrellas fugaces
de la ferocidad de la calle
de los ruidos de la ciudad
a los que dentro de poco
agregaremos otros ruidos
dejando que el reloj de la cocina
que el sol
recorran estas piezas
tus cosas y mis cosas
que entren aquí el calor y los gritos
que nuestras pobres cosas
sean azotadas por el sol y los malentendidos
que entre aquí la violencia y se vaya
sin saber que aquí un día
entraron la desesperación y el amor
o algo que se desesperaba por darse como el amor.

si no tuviéramos las palabras
palabras de amistad de hastío de indiferencia
palabras complicadas con el amor
palabras que recuerdan el amor
aunque no le pertenezcan
si no tuviéramos los ruidos de las palabras
si no estuviéramos cansados de tanta estupidez
y tanto olvido

has pasado a mí
tu soledad que no comprendo
ha pasado a mi soledad
que no comprendo

aunque siempre estás entre los ruidos de mis palabras
he encendido este fuego para reconocerte.

*Del libro ella y otros poemas


AQUÍ

Hacia el sur
hay exilios y pequeños arbustos
ladrones de caballos
mujeres acribilladas por la sequía y la pobreza del sol
hacia el norte
posadas y siestas y andenes lentos y frenéticos
yugulares enardecidas por el polen
bocas que esperan un golpe de placer.
Unos viajes perdidos ya
con rocas solitarias
una mujer desconocida que lloraba en cuclillas
sobre la arena helada
y almejas deshechas a picotazos
y gaviotas puramente asesinas y absortas
y anzuelos rotos
y pisadas que obligan al mar
que le dan una forma enloquecida
y el mar que accede
la mujer que accede
y borra las pisadas mientras sigue llorando.
Una mosca se ahoga en un vaso
la canilla gotea
el agua corre fuera del vaso liberada
abandonamos todo
las cáscaras que aleja la corriente
y se pierden
en una curva bajo un árbol
los labios dulces de los peces
besarán esas cosas inútiles
diarios envejecidos
anzuelos rotos
ruinas
cosas del río  que nos debe otro  día
otro día que abandonamos.
O en la ciudad
frente al reloj detenido
dentro del ascensor que os condena
en el automóvil que crepita y aguanta esta tormenta
con el gin luminoso lleno de compasión
cosas inútiles
nocturnas
como un poema como una carta como diarios
o citas
o mensajes secretos.

Escucho lo que está cerca mío
veo mi vida y otras vidas
complicadas con las cosas de la noche
con lo que va quedando
pero qué haremos cuando se acabe todo esto
cuando vayamos cayendo o eligiendo
Cuando digamos una calle olvidada una mujer extraña.

Aquí
en esta encrucijada de palabras y errores
golpes desconocidos
intenciones fugaces
aquí
cerca de todo recuerdo
de lo que se calla y atormenta
aquí
en esta región abandonada por los otros
donde parece no haber nada sino habladurías y perfume
aquí vivimos
aquí encontramos un clima
una paciencia.
Hemos pasado hambre
conocemos lo que es posible conocer
carecemos de lo que es posible carecer
tenemos lo que reencontramos
tenemos lo que perdimos y abrazamos
tenemos la confusión
hemos abierto los brazos
hemos abierto las manos
dejamos mucho mundo para los otros
el puerto y los hoteles de paso
la noche que no era para mí
algunos pueblos de polvo y de traiciones
los caminos
lo que nos llena de terror.

Aquí no arden incendios ni fogatas
éste no es el corazón del bosque
no estoy en un restorán en medio de gritos y rencores
no llevo el timón no estamos naufragando
el gato que roza los tobillos es suave y voluptuoso
esto no es un abismo
esto no es un lámpara que absorbe la noche
aquí no hay crímenes famosos
aquí estamos solos y temblamos
azulejos rotos
ruinas.
No hace falta conocer el futuro
yo sé dónde está la alegría
aquí
en este cuerpo habitado por hábitos y muecas
en la vehemencia arrasada disuelta en el candor
aquí
en esta cacería
en esta encrucijada
en esta región abandonada por los otros
donde parece no haber nada sino habladurías y perfume.

* Del libro Fragmentos.



TRAVESÍA


Antes de conocer su tristeza yo le decía
estás en el libro que leo
tu carne borra las letras de todo libro
intento que tu cuerpo sea más hermoso
que cualquier abrazo que haya podido dar
que cualquier ruido
que haya podido asustarme
en el pantano de la noche
que cualquier partida de dados
que cualquier sueño
por el que haya apostado
trato de mirar el libro
como lo miraría tu cuerpo.
Antes de conocer su tristeza
yo le hablaba
de sus costumbres lujosas
asestadas en pleno día
sus costumbres inagotables
de hermosa parturienta
su boca más despierta
que todos los lenguajes.

Cuerpo vivo
entreabierto
todo te llega como una vieja dolencia.

Paso mi vida en tu vida
así como los condenados pasan
sobre los rostros queridos
lo que no hicieron
lo que no pudieron conocer
así como tu cuerpo está escrito
en todos los libros.

Estoy bajo la noche
bajo el olor profundo del barco
puedo morir sobrevivir
sin recuerdos ni excusas
en la miseria de esta gente
entre gritos y ropas desgarradas
abandonarme en la tormenta.
Estoy en tu cuerpo
como en una travesía
como en una tela de araña
como en el plumaje de las drogas sagradas
sin más destino que crecer
entre tus dientes entreabiertos.

Viajo por tu cuerpo como por una sonrisa
abro tus ojos como en un río
encuentro tus ojos de marea
alejo lo que no me pertenece.

Estamos solos en casas desconocidas
en otras ciudades
son otras las caras que olvidamos
cuando toco tu cuerpo
otros los olores que nos enloquecen
Mi cuerpo está en el tuyo como en un naufragio
como en un puente sobre mis sentidos
podemos vivir o sobrevivir
y veo mi vida sin mirarla
sin recordar lo que me aterra.

Puedo morir o sobrevivir
en el furor que se despierta
en el agua en la noche en su cuerpo.
Miro dentro suyo y no veo sino mi vida
otros viajes lentos como en una siesta
como otros países
como otras costumbres y lenguajes.
Estoy bajo cubierta
un loco se arrastra sobre el piso y canta
quisiera tener miedo ahora
la cara helada por el viento y el agua
y golpear y caer en la cubierta húmeda.
Estoy junto a su cuerpo salado
lo encuentro de marea en marea
toco sus ojos como un loco
toco sus ojos como un asesino.

Esos son los ojos que amas
ella está a tu lado
hace tanto que no se abandona
las plazas las calles los rincones
aquella habitación
la niebla y las mañanas
algunos días o momentos
giran alrededor de tu vida
palabras absolutas
que se escucharon o dijeron
giran alrededor de tu vida
son las cosas que tocas sin saberlo
lo que ves sin saberlo
lo que encuentras en cada gesto  son sus ojos
y ves por sus ojos sin saberlo
sin recordar lo que te aterra.

Los que miran
y están a su lado como lenguas ardientes
sin ser ella misma ni parte de ella
ni de su vida terrestre
pero giran alrededor de su vida
y sus vestiduras y costumbres
llevan sus ademanes
ah, su cabeza vuela.

Ahora ahora
si se enciende el camino
si nada nos es negado
si esas gotas de incienso son la luz
los ojos de los amantes
que no se matarían por amor
ojos ligeramente explosivos
que no morirían sino por distracción.
Tanta simiente tanta luz
puede vivir el verano y devorar todo esto.

De pronto soy otro
nada de lo que he vivido
ningún recuerdo me convierte en otro
pero soy otro
soy el lenguaje
entre tu cuerpo y la noche
soy el lenguaje
entre lo que se va
hacia otras habitaciones y aventuras
y lo que permanece
para durar en su cuerpo
y ella conoce lo que permanece
es parte de su cuerpo
lo lleva en cada movimiento
cuando camina cuando mira
cuando camina en el verano bajo el sol
y lleva ese lenguaje
donde se dieron la dicha los olores
los descubrimientos
los abrazos
las repentinas simpatías
y ella lleva su cuerpo
como una alcoba
donde se han dicho los secretos
las cosas graves que llenan el mundo
o lo vacían de pronto.

Soy otro
otro junto a su cuerpo
mis manos son las mismas
y mi boca
pero tocan su cuerpo como un loco
tocan su cuerpo como un asesino.

* Del libro Fragmentos.


LA  BELLA  DEL  LÍBANO 

Ella es más hermosa
que los recuerdos
que entornan deliciosamente los párpados
de las mujeres del Líbano
que el aire que azota levemente las palabras
de las mujeres del Líbano
que el desatino y la furia
que derrama por el día
la gracia de las mujeres del Líbano.

Ella es más hermosa
que el espectáculo de las calles
abarrotadas de espaldas
por la máquina de la oración del Líbano
que los saltos aterciopelados de los gatos
en las noches lujosas del Líbano
que las rutas sacrílegas
que atraviesan los ojos
de los impasibles rufianes del Líbano.

Ella es más hermosa
que la mirada solitaria
de los que dan de comer a los pájaros
en los parques del Líbano
que la unción de los vagabundos
encargados de escuchar la noche en el Líbano
que los pensamientos últimos de los suicidas
en los puentes que cabalgan
sobre el Litani en el Líbano.

Ella es más hermosa
que las miríadas de soles que se encienden
en las medallas cuidadosamente lustradas
en el pecho de los generales del Líbano
que el lento estiércol
de los sonoros caballos militares
en la insolación de los días de desfile del Líbano
que los impíos bombardeos
y las turbias conferencias de paz en el Líbano.

Ella es más hermosa
que la luminosa fantasía de los falsos adivinos
y los verdaderos  profetas del Líbano
que la borra de café
que dibuja los caminos del futuro en el Líbano
que la ciencia del porvenir
que corre por los oscuros canales del tiempo
tan vertiginosamente en el Líbano.

Ella es más hermosa
que los lazos de sangre que unen
la humedad, la tortura y los sueños
en las corruptas, hediondas prisiones del Líbano
que los vientos que bate
el árbol de los recuerdos indelebles
de los condenados a muerte del Líbano
que el llanto de Dios
que humedece los cabellos
de las víctimas inocentes del Líbano.

Ella es más hermosa
que la alegría eterna
y las penas violentas
de los jóvenes enamorados del Líbano
que la luz de plata y seda
que sube hacia el cielo
cuando el amante entierra el cuchillo
en el pecho del amante
en los pobres hoteles del Líbano
que la emoción desnuda de los encuentros furtivos
los besos en la garganta
las citas secretas
las cartas inesperadas
los viajes de regreso
que galvanizan los destinos
de los hombres y las mujeres del Líbano.

* Del libro Ella y otros poemas.

 EL  FUNERAL  DEL  POETA 

La balada inmutable del invierno
está por empezar.
Por la distante avenida del cementerio
llegan los cortejos hasta la enorme explanada.
Lágrimas secas
en las caras serias de los hombres
que acompañan a sus muertos.
Al penetrar en la helada capilla
unas mujeres
con respetuosos vestidos negros
lloran sin vergüenza.
Dos poetas esperan sin quererlo
ni tener aún conciencia de la muerte
el ataúd que no llega
como si se negase a escuchar
la voz profesional del sacerdote
que reza antiguas palabras estériles
en la fría tarde de junio.
En la entrada de la helada capilla del cementerio
seis hombres transportan un féretro.
Llevan las mandíbulas rígidas
y lágrimas secas en las caras serias.
Más atrás van unas mujeres
con ceremoniosos trajes negros
llorando sin vergüenza
pero pudorosamente
porque allí hay dos extraños
sin saber que esos dos hombres
desearían rebobinar el film de la vida
mientras esperan el cortejo
que trae el cadáver que fue su amigo.
La voz profesional del sacerdote
sigue repitiendo las áridas palabras
de la inútil oración siempre repetida
-porque ese es su trabajo-
en la fría tarde de junio.

En la entrada de la letal capilla del cementerio
seis hombres desfallecientes
falsamente seguros
transportan a pulso un féretro
dirigidos y ayudados
por los cuidadosos empleados de la funeraria.
Van con la rigidez en las mandíbulas
la muerte en sus ojos ciego
lágrimas viejas en las mejillas frías.
Un poco más atrás
unas mujeres
enfundas en temblorosos vestidos negros
caminan con honda lentitud agonizante
llorando sin vergüenza
pero pudorosamente
cuando pasan junto a los dos poetas
que esperan ese cortejo que no llega
con el ataúd con el cuerpo de su amigo
sin saber todavía
que la muerte es una separación definitiva
y oyen como en un sueño
la voz profesional del sacerdote
que reza sus palabras heladas
marchitas por la repetición
con su vigésima oración de muertos de ese día
mientras los cortejos pasan sucintamente
y el invierno todavía no empieza
en la fría tarde de junio.

La avenida de cipreses
la enorme explanada de piedra gris
y la entrada de la abierta
desolada
aséptica capilla del cementerio,
se llenan y se vacían
de autos callados
y de lívida gente nocturna.
Hombres que portan féretros
con actitud desplomada
mandíbulas rígidas
y duros ojos ciegos
fijos en la penumbra del pasado.
Lentas mujeres de negro
que caminan gravemente
con cuerpos derrotados
y cabezas cubiertas pero vacías
lloran sin vergüenza avanzan mecánicamente
hasta la voz profesional del sacerdote
que repite siempre las mismas palabras
para uno u otro hombre
de los tantos que llegan
se detienen un momento
y se van para siempre
mientras los dos poetas
se dicen unas pocas y torpes palabras
sin recordar aún todo lo que les queda
y todo lo que les ha sido quitado
por ese ataúd que tarda en llegar
con el cuerpo de su amigo
ese poeta que ya no se lanzará hacia la palabra
hacia sus peligros y alegrías
y esperan el tardío cortejo
en la entrada de la helada capilla ardiente
en la fría
moribunda tarde de junio
del inminente invierno.

 El invierno se ha detenido
frente a las puertas del cementerio.
El último cortejo navega serenamente
majestuosamente
por la líquida superficie de la avenida,
llega finalmente al amarradero de la capilla
y entrega con sencillez conmovedora
el ataúd del náufrago.
Los dos poetas sorprendidos y aliviados
llenos de asombro y terror
aunque sin percibir aún claramente
el silencio y la oscuridad de la muerte
que llegan en ese ataúd definitivo
dan las adeudadas explicaciones a su amigo
ese poeta que hace muchos años
compartió con ellos
la alegría y la aventura de la palabra
y les dio pudorosamente
pero sin vergüenza
algunas señas para el viaje.

El invierno está por empezar
se detiene exactamente
en el límite de la estación.

Todo queda exánime
y un aire de irrealidad barre el escenario.
los cipreses se evaporan
y en el instante encantado
todo se detiene.
La acuosa avenida
y la enorme explanada de humo
se disuelven
y la capilla se eleva
hacia el pálido soplo de la eternidad.
El invierno está por empezar
pero nadie lo advierte:
ni los inmóviles deudos
hundidos en el espíritu de la piedad
ni los dos poetas
que flotan con las manos extendidas
hacia el tiempo de su juventud.
Lo único que se mueve
es la nave del ataúd.
Lo único real
es el cuerpo ya náufrago del poeta
que aún palpita
y viene a exigir su última ración de amor
y a bendecir una vez más a los hombres
mientras la fría tarde de junio
pliega y guarda su paño sombrío
y los dos poetas
hipnotizados
abrazan por última vez
el corazón de su amigo
y luchan por comprender por qué
la voz ajena del sacerdote
no maldice ni canta
ni grita ni impreca
ni tiembla ni solloza
sino que repite la helada
insulsa
muerta oración de su oficio
cuando en la fría
final tarde de junio
el sol elige otra órbita.
Y empieza el invierno.

* Del libro Fragmentos.


BUSCO  LA  LIBERTAD

Busco la libertad
mi amor
busco la libertad que te contiene
mi amor
que te revela.

Busco la libertad que existe
la que me ha sido dada
la blanca libertad despierta.

Entre escombros y ruinas
equívocos y llantos
entre sueños absurdos
manotazos de ahogado
excusas y proyectos.
Con armas desafiladas
con una voz debilitada por el tiempo
busco la libertad.

Cuando tiemblo en la noche
cuando con manos torpes
acaricio aterrado
el rostro de la nada
con amor
con dolor
empecinadamente
cerca de mis cincuenta años
antes de que la muerte venga
y me lleve al olvido
busco la libertad.

La poca cosa
la delicada
la pequeña
la que a veces
sin anunciarse me visita
mi amor
la libertad.

* Del libro Ella y otros poemas.


V E R A N O 

La tierra
abre sus muslos a la noche
las palabras que no he dicho
se persiguen en el aire.

Tras la ventana
el musgo
la algarabía del verano.
Trato de sorprenderte
antes de que la abeja huya
por su propio perfume.

El aguacero ha tatuado la noche
sólo lo que no he dicho
aún abreva en tu memoria.

Inquieto
el corazón de la estación
sucumbe.

Apoyado en tus hombros
miro el vértigo de mi voz
derrumbarse a tus espaldas.

 Del libro Ella y otros poemas.


SOBRE VIVIENTES 

Aquella nube que al partir
Midió el naufragio de tu cuerpo y el mío
¿habrá alcanzado la hebra celeste del verano?

* Del libro Ella y otros poemas.


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En breve aparecerá en este mismo blog una serie de poemas inéditos de Gianni Siccardi  compilados y ordenados por la poeta Ofelia Funes.