Foto de Cartier Bresson

Foto de Cartier Bresson

lunes, agosto 08, 2011

GIANNI SICCARDI - La soledad habitada


GIANNI SICCARDI 

La soledad habitada

 

Agradezco a Andrés Aldao, cuya generosidad hizo posible
la publicación de La Soledad Habitada, y a los poetas
Graciela Maturo y Máximo Simpson, por sus oportunas
sugerencias y permanente estímulo 


INDICE

Palabras preliminares. Ofelia Funes. I
Prólogo. Graciela Maturo V
LA SOLEDAD HABITADA. I Palabras sueltas 1
Tarde de verano
Entro en la vieja casa
Cigarras
Sueño ritual
Mi habitante
Una lágrima
Palabras sueltas

LA SOLEDAD HABITADA. II Plegaria
Un grillo en el centro de Manhattan. Ofelia Funes.
Plegaria. A Ofelia
Acrósticos
Basta de no vida
La visita
A modo de Epílogo. Máximo Simpson.









PALABRAS PRELIMINARES


La voracidad del tiempo no sólo borra y merma a la obra,
sino que también consume aquellos nombres que sólo se pueden
conservar por medio de las piadosas plumas de los escritores (…)
escribo con el propósito de defenderlos en lo posible de esta segunda
muerte… (Giorgio Vasari, Vida de los más excelentes pintores,
escultores y arquitectos. (1550). Proemio a toda su obra.)
Estas palabras del reconocido primer historiador del
Arte de Occidente me acompañan para presentar la obra inédita
de Gianni Siccardi. Mi intención fue reunir en un libro toda
la obra inédita que tenía en mi poder. Poemas que me habían
sido entregados, poemas sueltos encontrados en cuadernos luego
de su muerte, palabras sueltas… Rescatar del olvido sus últimos
escritos, aquellos que escribió estando yo a su lado, poemas
que me solía leer en el pequeño departamento de Almagro.
Gianni presentó el libro inédito Palabras Sueltas al
Concurso de Poesía convocado por el Gobierno de la Ciudad
de Buenos Aires para el período 2000 - 2001. En la presente
edición se lo publica tal cual él lo estructuró. Los textos que
no pertenecen al libro los reuní bajo el nombre de Plegaria,
nombre surgido de mi lectura. Dispuse entonces, en el libro
virtual que aquí se presenta, dos partes: la primera contiene el
libro Palabras sueltas, y la segunda Plegaria, los poemas que me
habían sido entregados por Gianni, y otros que encontré entre
sus papeles y en algún cuaderno descartado… Los Acrósticos
y la Carta-poema “A Ofelia” -me fueron entregados en el año
2001-; “Mi habitante”, que figura en Palabras sueltas, es una
versión apenas modificada de la Carta-poema “A Ofelia”-;
también adjunté “Basta de no vida”, que escribió poco antes
de morir. Me lo había leído una tarde, como era su costumbre:
necesitaba oír la música del poema y compartirla. Luego, revisando
sus papeles, lo encontré en un cuaderno de apuntes y vi
que lo había fechado, algo que no era habitual en él; escribió:
13 de noviembre de 2002. Gianni falleció el 29 de noviembre de
2002. En el mismo cuaderno figuraba “La visita”, que también
incorporé. Finalmente decidí dar un nombre general al libro
que involucra los textos mencionados: La soledad habitada. El
mismo surge del prólogo que generosamente escribió Graciela
Maturo. Me pareció que es un título que plasma con sutileza, la
singular percepción de la prologuista y el pensamiento poético
de Gianni Siccardi.
Gianni solía organizar “reuniones de taller de poesía”
que duraban todo un día, en las que los participantes se sumergían
en una atmósfera única y especial. Para él, la poesía era
una posibilidad de conocimiento del ser, experiencia en la cual
todos los lectores podían participar. En una mesa redonda a la
que había sido invitado, organizada por la Universidad Nacional
de Quilmes, dijo:
(...) escribimos poesía para entrar en nuestro ser. Para ser dignos de
conocer sus secretos (…) el resto es un accidente. (…) Hölderlin ha
dicho que la poesía es un tomar posesión de la realidad. Pero, ¿de
qué realidad habla? (…) creo que se refiere a una verdad inmutable.
En nuestros estados comunes de conciencia somos capaces de
abrirnos paso en el maremagnun, en esa verdadera avalancha que
es la realidad y tocar su esencia inmutable. (…) A todo poeta le son
dados algunos poemas que sólo él podría escribir. Ésa es su enorme
responsabilidad: nadie podrá escribir aquellos poemas que él haya
dejado de escribir. (*)
Los talleres de poesía de Gianni posibilitaban la experiencia
de percibir otros niveles de conciencia. La idea de esta
publicación surgió de mi necesidad de dar a conocer la obra
inédita de Gianni Siccardi, una voz lírica que no puede ser soslayada
en el panorama de la poesía argentina contemporánea.

Ofelia Funes, otoño de 2011.
Siccardi, Gianni. Encuentro de poetas en la Universidad Nacional de Quilmes, octubre de 2002


PRÓLOGO


Gianni Siccardi, la soledad habitada.

Bienvenida esta publicación, que completa la obra
valiosa y no demasiado difundida de uno de nuestros mejores
poetas. Ofelia Funes, que acompañó al poeta Gianni Sicardi
en los años finales de su vida, se ha impuesto la loable tarea de
editar sus últimos poemas, algunos de ellos ya recopilados por
el autor, otros entregados a ella o recogidos de sus cuadernos.
En continuidad con sus libros anteriores, la poesía de Sicardi se
muestra traspasada por arreciantes intuiciones y una constante
interrogación a la vida, en busca de significación y respuesta.
Su captación del entorno dista mucho de la impasibilidad
descriptiva o el mero contentamiento sensual. Gianni es un
buscador de sentido, un poeta que afronta la intemperie, “lo
abierto”, tal como designaba Rilke a esa zona sin fronteras en
que el poeta genuino, no el mero cronista de la cotidianidad, se
adentra con temeridad y asombro.
Gianni ha indagado en lo profundo de su propia
existencia, poniendo en evidencia los huecos, la irracionalidad
del tiempo que transcurre, la permanente ocultación
del ser, cifra última de lo real. Una secreta angustia, sólo
atemperada por el amor, recorre su peculiar manera de recoger
la diversidad inextricable del universo. Su mirada
deshace lo rutinario del vivir, deja que las cosas se carguen
de su tensión, toma conciencia de su propia extrañeza o extranjería
en el mundo. La memoria trabaja en la recuperación
del pasado, al que rescata triunfando un tanto sobre la
entropía. La infancia es núcleo sagrado en que se produjeron
las primeras revelaciones
pero aún / lo más mío del día está en la noche / y la almohada /
apenas sostiene mi cabeza .
Hay que dar al mundo lo que es del mundo / y al ser lo que es del ser.
No nos sorprende la frase de resonancia evangélica, en
vista del giro espiritual que toman sus versos. Gianni habla de
una “zona” de inmutabilidad, como poeta dotado de antenas
metafísicas, intuye lo eterno en medio de lo perecedero y mudable
del mundo. Es un defensor de la noche y el sueño. Expone,
en su poema “Mi habitante”, una presencia interna que luego
elabora y amplía en “A Ofelia”. La sed , el hambre de eternidad,
el amor como forma a veces sosegada de la sed, la pareja como
anticipo de la unidad del ser, éstos son los rasgos de una poesía
que se sabe a sí misma y enuncia su poética. Al considerar el poema
propio lo denomina “palabras sueltas”, “frases sin terminar”,
“fragmentos de un poema no dicho” . Apenas signos o huellas que
quisiera ver convertidas en piedras, símbolo de lo durable.
El poema “A Ofelia”, de la segunda parte, encierra un
compendio de vida y pensamiento. Escrito en una prosa rítmica
y fluyente, tiene 3 estrofas bien delimitadas. La primera, como
ya he dicho, reelabora y amplía el poema “Mi Habitante”.
mi íntimo huracán, ...mi hambre elemental, mi hondo gemido…

Luego, en una fase más distante, la mirada abarca el
universo, la multiplicidad de los seres y sus esferas y dentro de
esa diversidad , la milagrosa aproximación de él y ella, la pareja
humana, valorada como síntesis y unidad de lo contrario y
disperso. Finalmente, una tercera instancia, más breve que las
anteriores, adquiere el tono y la estructura de una plegaria:
Que se produzca el milagro... que esa atracción no cese, ... que ellos
resguarden la inocencia de su amor para que pueda ser llamado
Amor, como esa antigua energía que ha mantenido y mantiene
vivo el universo, por los siglos de los siglos, amén.
En la intemperie indeclinable del poeta, el amor se abre
como puerta a la eternidad, tal vez como un anticipo de ella. En
momentos así la palabra del poeta se colma de sabiduría, justifica
el camino y la espera. Como Dante, es capaz de reconocer su
pertenencia cósmica, y la energía revelatoria del lenguaje.
Graciela Maturo










LA SOLEDAD HABITADA


1. Palabras sueltas

TARDE DE VERANO
I
La fina tarde de verano
se mueve delicadamente.
Su oficio es pasar inadvertida
entre la niebla
y dispensa la lentitud de su sopor
a manos llenas.

La ciudad es una pradera ardiente
el sol extrae espuma de las veredas
y va dejando un reguero de vapor en la tarde.
Cada uno va caminando
con oídos ciegos
con ojos sordos
sin hacer caso siquiera
de su sombra
que a veces lo persigue
y a veces se adelanta.
Y ninguno camina
sabiendo que camina
en esta tarde de verano
ni advierte las macetas coquetas del balcón
ni aquella cortina que apenas se mueve
y oculta unas risas desafiantes
que chocan entre sí.
¿Y ese muchacho de andar despreocupado
que dentro de cincuenta años será viejo
y medido y titubeante?

La multitud va en manada
moviéndose
en una calle desierta para cada uno
sin tocarse
sin mirarse
sin hacer caso de los otros
en la implacable tarde de verano.
No se sabe por qué.
II
No se sabe por qué
hay el perro cabizbajo
que busca su comida
entre las botellas vacías
de la noche pasada
y aparta con paciencia
la hoja de diario
y no hace caso
de la fotografía del ministro.
Hay el sereno olor
a muerte inmaculada
de la carnicería.
Hay el llanto
del bebé
en el umbral abandonado.
Hay peones de la mudanza
que cargan la heladera
amorosamente abrigada con una frazada.
Hay los que esperan
el salto del suicida
que amenaza desde la cornisa.
Hay la mezcla improbable
del olor de los restoranes
el aullido histérico de las disquerías
y todas esas caras que sonríen desde los afiches
sin hacer caso
de su oreja arrancada
o de los bigotes pintados.

Y hay también
el guitarrista trabajoso
sentado contra la pared
que jamás traiciona ni amenaza
en el fuego tibio
de sus ojos confiados
de un día más
un día más
una última tonada
y que sabe que
él también ha de morir
para contribuir al orden de la naturaleza.

Y hay la pregunta nunca contestada
de no se sabe por qué.

III
No se sabe por qué
nadie hace caso
de las agujas del reloj
de la pizzería de la calle Talcahuano
que marchan en sentido contrario
a las agujas del reloj.
Ni por qué
la tarde se distrae
y el verano descuida su trabajo
cuando la mendiga
sentada en la escalinata
como en el cuarto silencioso
de aquella casa en que vivió
descifra las líneas de su mano
y con la otra
alisa su pollera rasgada
mientras todos pasan a su lado
con la entera convicción
de tener el futuro en sus manos.

No se sabe por qué
nadie hace caso
del llanto de esos jóvenes
aislados en la celda de su amor
a la sombra del umbral
que no se esconden de los otros
ni se interesan por el futuro
que camina por las líneas de sus manos
como si el tiempo se negara
a continuar su danza incontrolable
para escuchar hipnotizado
ese sollozo.

No se sabe por qué.
No se sabe por qué.

IV
Finalmente
mientras la tarde
muele su sopor
el colectivo ha decidido
cumplir con su tarea.
Atraviesa el escenario
con un gruñido de certeza en los neumáticos
quiebra su línea en el momento justo
alcanza al muchacho
que corre con su moto
lo alza con gracia definida
y el joven cuerpo elástico
describe su último vuelo
y cae en cámara lenta
con la belleza de sus brazos abiertos
después de ese único encuentro previsto
mientras el colectivo
justifica su actuación
con su gran final
contra un árbol inmutable
y dos destinos unen sus travesías
inmovilizando el mundo.

Los automóviles bruscos
que tartamudean
su canción de ninguna parte
el tic-tac irrefutable del semáforo
que siempre tiene razón
el grito amarillo de las naranjas
y el ronroneo de la vencida gente lenta
con rápidas vestiduras
y mirada insolada
no hacen caso
de aquella pequeña
y alta nube solitaria
ni de la osada hoja de pasto
que canta entre los adoquines.
No se sabe por qué.

V
La moneda que rueda
las dos señoras
que se agachan y chocan
entre las mesas de la vereda
y no logran alcanzarla.
La muleta apoyada en el árbol
la música de la radio del florista
el parsimonioso cortejo fúnebre
y el rápido muchacho del correo
nadie hace caso
del hombre y la mujer ancianos
que salen de la casa
caminan gravemente tomados de la mano
dentro de su silenciosa burbuja impenetrable
se detienen en mitad de la cuadra
y detienen todo a su alrededor
y el aire se detiene
y hasta la tarde se detiene
cuando los dos ancianos
se miran por un tiempo inmóvil
tan largo que no es el de la calle
como si cada uno se mirara a sí mismo
y con tranquila desesperación
se dan uno al otro
una vez más
los años que les quedan por vivir
como si fueran a morir
el mismo día
en idéntico instante.

Y no se sabe por qué
a su alrededor sigue resonando
ajena
la incesante marea de
“no puedo seguir viviendo así”
“no puede ser que digas eso”
“éramos tan felices”
“¿por quién me toma?”
“es egoísta hasta para sufrir”
“se lo dije en la cara”
“estoy temblando”
“lo único que puedo hacer es ...”

Y esta tarde morirá
esta tarde morirá
y será menos que ceniza
entre sus manos.

No se sabe por qué.

VI
No se sabe por qué
para algunos
unos pocos
tiembla el aire
tiemblan las hojas de los árboles
tiemblan las monedas de sol
en las veredas.
Ni por qué
alguien se detiene
y consulta su reloj
gira la cabeza
está a punto de entrar
al edificio de departamentos
enciende un cigarrillo
pero enseguida
se acerca al cordón de la vereda
y lo arroja con exactitud
en la delgada línea de agua de la calle
mira hacia el edificio
pasa la lengua por sus labios.

No se sabe tampoco por qué
la mano resignada y firme
que sostiene el maletín
es la misma
que ayer abrió vacilante
las puertas temblorosas de la noche.

Ni por qué
en la redonda tarde de verano
los gritos de los vendedores
el rugido de los automóviles
el imperioso anuncio de las ambulancias
no hacen caso
pero no apagan
el susurro humilde de los árboles.
No se sabe por qué.
VII
La mujer que cruza la calle
sin participar del mundo
ya que se trata del mundo y de ella
no hace caso del calor
que revienta la calzada
y deja una fina espuma
en la pradera de la tarde
ni del sopor del viento
que apenas toca su cabello.
¿Los movimientos de su andar
serán parte del bálsamo
de la nada inmóvil
que la contiene sin tocarla?

Cualquiera podría darse cuenta
de que lleva a su hombre adentro
cuando anda.
Sus pies no sueñan
de modo que no es la calle
la que pasa.
Cuando camina es ella
sólo la calle y ella.
¿Y el mundo?
¿La multitud?
¿La colmena incesante?
Nada.

La tarde de verano
sólo tiene los ojos fijos
en la mujer que atraviesa la calle.
La saluda respetuosamente
y se detiene para cederle el paso.

Quizás se encuentren
algún día las palabras
que la desnuden sin tocarla.
Quizás no.

No se sabe por qué.

VIII
La delicada tarde
se mueve finamente en el verano
dispensa su oficio
sin que la niebla de su sopor se advierta.
¿Se sabe por qué, hay una mayoría que atraviesa esta
/calle
esta calle y tantas calles
en esta tarde calurosa
sólo siguiendo sus zapatos
que improvisan pasos caprichosos
por su cuenta?
¿Nunca son ahora en la calle numerosa?
¿Está fuera de sus cuerpos?
Llevan sus ojos fijos en sus pantallas
en la arbitrariedad de sus fantásticos guiones
con los millones de impresiones y diálogos
y cálculos y planes instantáneos
y viajes misteriosos
hacia países y siglos inexistentes
y ráfagas de miedo
de vergüenza y orgullo
y las iluminaciones repentinas
y los desasosiegos
y las miradas de horas perdidas y olvidadas
y el golpe exacto en el mentón del adversario
y los minúsculos tentáculos
del veneno semanal
con los ojos esterilizados
por el fermento de los pequeños odios inútiles
y la veloz respuesta precisa
y el agua contaminada de los remordimientos
y los naufragios imperceptibles
y las excusas y los malentendidos
arrojados al viento.

¿Serán menos que nada en este instante?
¿Más que error?

¿Se sabe por qué ninguno se agacha para recoger las
migajas de esta tarde
esta tarde de verano como otras
que transcurre majestuosamente?

No.
No se sabe.
No se sabe por qué.

IX
Y nadie hace caso
ni queda perplejo o admirado
por el ciego con sus anteojos negros
para ver de cerca
(¿y si fueran azules o blancos?)
que jamás pisa los charcos
ni vacila
ni tropieza por las baldosas rotas
sino que avanza siempre
concentrado en su trabajo
dirigiendo con su infalible bastón blanco
(¿y si fuera rojo o verde o arnarillo?)
la sinfonía de la calle
y se sobresalta y detiene la orquesta
a la más pequeña desafinación o desajuste.

No se sabe por qué
nadie queda sorprendido o pensativo
por la asamblea de esos rostros
que parecen perfectamente serios
seguros de la importancia de sus asuntos
que jamás se detendrán
a mirar sus propias miradas
a escuchar los gritos de sus cuerpos
o los ruidos sospechosos
en la casa de su imaginación
ni sus goteras ni sus grietas
definitivamente alejados de ellos mismos
y que van sin hacer caso
del milagro que son
sin saber que son mejores que sus vidas
ni recordar siquiera
que nadie puede pasar dos veces
por la misma calle
ni comprender
que sólo están soñando sus asuntos
y que no sólo ellos
sino el mismo planeta
al que esta calle pertenece
carecen de importancia.

No se sabe por qué.


ENTRO EN LA VIEJA CASA
La casa bosteza su pasado
en el lamento de los tatuajes del techo
grietas que guardan las miradas furtivas
de sus antiguos habitantes.

Crepitan las historias oxidadas de los muertos.
en la memoria de la casa
sus risas grotescas
sus estériles agravios
que entran y salen
de la cárcel de las habitaciones
sus fugaces deseos repentinos
a media luz
que nunca se jugaron la vida.

La sombra mezquina
de sus minúsculas batallas
sube lentamente por las paredes
y una gelatina de humores sombríos
avanza con un gemido amenazante
y se apodera
de las secretas cicatrices de los zócalos
del silencio pudoroso del placard.

Los gritos de la casa
sus alcobas inconfesables
aparecen de pronto en sus cerraduras trabajosas
en sus espejos
atiborrados de caras desconocidas.
Y los aullidos amordazados
que interrumpen la noche
¿Son los llamados paganos de los vencidos
antiguos habitantes
o los desvaríos de la casa
y su vendaval de ausencias?

¿Y ese rumor de ropa tendida?
¿Ese olor suculento a guisos?
¿El golpe de viento en las ventanas ajadas
y el arrastrar de sillas en el piso indefenso?
¿Y la música gangosa de una radio
que todavía se queja de sus achaques?

Estas habitaciones
me echan en cara su pasado irreparable
sus trabajos para sobrevivir
a tantas historias
y muecas y diálogos fracasados
y pequeñas traiciones domésticas.

El centro de las habitaciones
donde se palpan
los cuerpos enredados de los amantes
y sus asfixias y ceremonias y delirios
sus gestos demenciales
sus respiraciones de náufragos
sus besos a la deriva
la celebración de la eterna fogata
donde crecieron los sexos
y se abrazaron.
Palpo sus suspiros desgarradores
que iluminan toda la casa
y la casa se estremece
con una alegría insensata.

¿Merezco este lugar
estas paredes?
¿Podré sobrellevar los excesos
de los desconocidos antepasados?
¿Podré ser el legítimo heredero de esos años?

Extranjero
advenedizo
intruso
extraño
usurpador.

Entro al baño
y veo a sus mujeres
que enjabonan sus cuerpos sagrados
detrás de la cortina.
Ahora
la exactitud de los gestos rápidos
de la eficaz mujer solitaria
que verifica con mirada higiénica
el trabajo de sus manos asépticas
sobre el mapa de su piel.
Ahora
La lentitud de esa otra que adormece
los rincones más redondos de su cuerpo
bajo la sensualidad de la lluvia caliente
y se demora en ese refugio
que le oculta el mundo
y el jabón encuentra
entonces
su verdadera naturaleza
de espuma soñadora
de crema voluptuosa
de miel reparadora.

Salgo a la libertad del patio
y las voces de los chicos
se me suben a los hombros.
¿Serán ahora ancianos
abuelos
penosos jubilados
acortando las tardes frente al televisor
o inventando el pasado
con sus débiles voces quejosas?

¿Por qué dejaron la casa?
¿Por qué permitieron
que el intruso que soy atravesara la puerta?
¿Nacieron aquí?
¿Murieron aquí?
¿Escribieron aquí cartas de abandono y desaliento?
¿Sonó el teléfono para destrozar sus lágrimas?
¿Amaron hasta la extinción de sus cuerpos?

Permiso.
Déjenme entrar.
Soy el nuevo ocupante de la casa.


CIGARRAS

Buenas noches.
Mis padres dormían
reparaban.
Silencio.

Algo palpitaba allí en la oscuridad.
Todos dormían en la casa
y en las casas vecinas.
Sólo estaban despiertas unas cigarras
y el chico que yo era.

¿Y esos pequeños sonidos regulares?
Uno fuerte
y dos débiles.
¿Es una danza nocturna
o es un tejado que gotea sus lamentos?
El mugido distante del tren
Se apodera de la oscuridad.
La almohada apenas sostenía mi cabeza.

Sí, una vez más
lo más mío del día era la noche.
Abandonaba la mortaja de las sábanas
y sigiloso
llevaba mi cuerpo hasta el patio
para escuchar la parra
las plantas
que respiraban a sus anchas.

Las estrellas al alcance de mi mano
la cruz del sur
las tres marías
los siete cabritos
nos mirábamos largamente
Ellas eran ellas
yo era yo.
Cortábamos la noche.

El mundo ha hecho su trabajo
mi astronomía es un poco más complicada
y ahora sé que no eran cigarras, no
apenas unos grillos
sólo uno o dos grillos.

Y ya no hay quien duerma en la casa
no hay danzas
ni tejados
ni trenes.
No hay lamentos.
No hay casa.

Pero aún
lo más mío del día está en la noche
y la almohada
apenas sostiene mi cabeza.

Hay que dar al mundo
lo que es del mundo
y al ser lo que es del ser.
Abro la ventana de este piso doce
las estrellas siguen allí
nos miramos largamente.
siento que cortamos la noche.

Algo palpita en la oscuridad.
Eran cigarras, sí
eran cigarras.


SUEÑO RITUAL

Ella duerme
y sueña conmigo.
Un sueño hermoso
en que le entrego un frasco.
Resplandece la atmósfera.
Muda escena
transcurre en un espacio
envuelto en luz dorada.

Oh, los sueños rituales.
Finalmente
despierta conmovida
estira el brazo y toca
la almohada solitaria.
Intemperie sin fin.
En la vigilia
ambos estamos solos.



MI HABITANTE

Mi habitante
mi sed
mi levadura
mi hambre elemental.
Mi llave
mi hospedaje
mi visitante
mi espejo
mi señal de humo
mi séptimo sentido
mi fósforo en la noche
mi abrigo
mi relámpago
mi escondido rincón
mi talismán
mi susurro incesante
mi incienso
mi plegaria.
Mi tatuaje indeleble
mi paisaje
mi tierra natural
mi madrugada insomne
mi brasa palpitante
mi aldea sublevada
mi íntimo huracán
mi intemperie insaciable
mi casa errante
mi miel suntuosa
mi ávido panal
mi frenético instante
mi eternidad
mi sueño y mi vigilia
mi hondo gemelo
mi ser humano
mi mujer.
Aunque los dos sabemos
que no es esto
o no sólo es esto
lo que quiero decir.










UNA LÁGRIMA

I
Ordena el tumulto del azar
con un leve movimiento de los párpados.
Feliz como un anillo olvidado
extrae el beso más íntimo
de los labios de la tarde.
Y la tarde rodea su cintura.

La tristeza
no se atreve a entrar
en su pequeño cofre.

Incansable
da a cada árbol
los pájaros que pueden sostenerlo
a cada ser
la sombra que puede conducir
sin tropezar.

¿Y la lágrima?
¿Esa lágrima
que brilla hasta estallar
pero no resbala?
¿Su oficio es permanecer?
¿Esa lágrima suspendida?

Una amenaza
un laberinto desordenado
en la sombra de sus ojos.

II
Sólo un laberinto
un paisaje laborioso en su pelo.

¿Hermosa?
Galaxias lejanas en la sombra de sus ojos.
Una amenaza sobre sus hombros
un casamiento de besos desordenados.
Lleva la tarde en su cintura.
¿Volverá?
¿Se irá lentamente por su gracia?
¿Será un sueño moviéndose en su música?
¿Qué dijo? ¿Qué miraba cuando dijo?

Solloza el cielo.
¿Volverá en su deseo?
¿En el parpadeo de su luz?
Suspiros
horizontes cruzados
jadeos
manotazos de ahogado.

Sólo un chico caminaba
bajo la lluvia indescifrable
aquella tarde de domingo.

Es el recuerdo el que la mira.

III
¿Qué dijo?
Había algo fosforescente
algo sobresalía.

Ay
no recordar lo claro
tanto como lo oscuro.

Ay
no estar allí
mirando sus palabras
no su boca
su mirada
no sus ojos.

Ay de la pequeña lágrima pudorosa
cuando ¿dijo qué?

El olvido es el remanso del recuerdo.

IV
Oscuridad.
Mi cabeza en la almohada.
Se presenta ese gesto
que nunca es igual
pero siempre es el mismo.

Las palabras que no se han dicho
inundan su mirada.
Viene lentamente por su gracia.
¿Es un sueño?
¿Es una música que ella me deja
todas las noches
antes de que yo me duerma?
Una pequeña lágrima suspendida
transparente
sin sollozo.

Un retrato en la noche

V
¿Cómo se esculpió esa lágrima?
Se presenta cuando no la llamo
aparece en el sueño
irrumpe
siempre idéntica.
Extraña cascada de una sola gota.

¿Imaginación?
Sé que existió
porque está frente a mí
inmóvil
fotografía del momento perdido

No la imagino
la veo
en su transparencia suspendida.

Ninguna lágrima podrá ya agregarse
o seguirla.

No se desliza.
No va al encuentro de algo.

Involuntaria.
No es un mensaje interrumpido.
No es una parte minúscula de un llanto.

Sólo es un retrato de sí misma.
Es un retrato tuyo.
Un retrato tuyo en mí.

Inagotable
da de beber al sediento.

VI
¿Recordás lo pequeño?
¿lo que era tuyo y no pudiste ver?

Afuera
la disparada de los autos.

Afuera
La disparada de autos.
Afuera
la marejada y sus asuntos habituales
las costumbres de la ciudad
la tarde otra.
Afuera
el universo.

Adentro
vos y yo.
Sólo temblaba esa lágrima tuya
-¿lágrima sin sollozo?-
ese pequeño que sólo yo veía.
¿Por qué el recuerdo es amigo de lo mínimo?
¿el fósforo
y no la larga noche?
¿la lágrima
y no la belleza atormentadora de la pena?
Esa lágrima es un puente colgante
resbaladizo.
Pero, ¿hay pañuelo para la pena?

VII
Ella no es su lágrima
pero esa lágrima es ella.
Noche y día.
¿Una pequeña gota
puede ocultar todo con su luz?

No es más que una lágrima
¿pensé? ¿dije?

Ahora sé
que nunca antes había visto una lágrima.

No puedo enjugarla.
Sería otro
si no hubiese existido
si no la viese
noche o día.
No sé sí ligeramente
o profundamente
pero otro.

Pregunto
pero no responde.
No es por las palabras.

Inmóvil.
Silenciosa.
Respiro suavemente
noche o día
y cae resonando por mi cuerpo.




PALABRAS SUELTAS

Es mentira.

Nunca escribí
un poema para vos.
Todos los poemas que he escrito
los he escrito para mí.

Falso.
Nunca escribí un poema para mí.
Nunca he escrito una palabra para mí
salvo en mi agenda
o en algún cuaderno.

En mi agenda
en algunos cuadernos olvidados
he escrito, sí,
muchas palabras para vos
para mí.
Palabras como piedras.
Pero no eran poemas.

Es verdad. Es mentira.
Quizá los únicos poemas que he escrito
son los que encuentro
en las palabras que he escrito
para vos
para mí.
Esas palabras que sólo leeremos
vos y yo.

¿Será verdad?
No lo sé.
Nunca he estado seguro
de cuáles son mis poemas verdaderos.
Quizá mis poemas verdaderos
estén entre algunas palabras
que a veces encuentro en alguna agenda
o en un viejo cuaderno descartado.
Frases sin terminar
palabras sueltas.
Piedras.

Allí
fragmentado
en gotas
aquí o allá
está todo lo mío
está todo lo mío en vos
todo lo tuyo en mí.

Nunca uniré esas palabras.
Es bueno que queden allí.
Es bueno que nadie ordene
que nadie cambie esos mensajes secretos
las palabras que he escrito
y seguiré escribiendo
sólo para vos, para mi
o lo que es lo mismo
sólo para vos y para mí.

No sé si seguiré escribiendo poemas.
No sé
si me será dado escribir más poemas.
Pero es seguro que habrá otras palabras
escritas para vos solamente
para mi y para vos en mi agenda.

Quizá algún día pueda escribir un poema
tan verdadero
tan inocente
tan desnudo
tan explosivo
tan complejo y tan simple
como esas frases sin terminar
esas palabras sueltas
que cada tanto
descubro con asombro en mi agenda
o en un cuaderno descartado.

Es mi letra. La reconozco.
Pero no reconozco esas palabras.
Sólo signos o huellas
mensajes que yo no sabía que eran mensajes.
Pequeños
minúsculos fragmentos que están ahí.
Como piedras.
Y yo no sabía que eran piedras.
Si hubiera sabido que eran piedras
no hubiera podido escribirlos.
Cuando escribo una palabra
no sé que será sólo una palabra.
Cuando empiezo a escribir una frase que no termino
no sé que quedará sin terminar.
No sé que se convertírá en piedra.

Quizá algún día
escriba un poema sin saber que es un poema.
Quizá algún día
logre un poema
que se convierta en piedra.



























LA SOLEDAD HABITADA



II. Plegaria   





                                 A Ofelia





















Jornada del Taller de poesía. Dibujo de Roberto Broullon.









Un grillo en el centro de Manhattan


Uno de los aspectos fundamentales en la poesía de
Gianni Siccardi es su homenaje permanente a la vida, donde
la belleza es reconocida como característica ineludible de la
condición humana. Belleza como resplandor de la verdad, esa
verdad que el poeta busca indagando los silencios que permanentemente
se cruzan en su camino. Esa búsqueda es extraña,
toma recodos o atajos inexplicables para la razón cartesiana.
Quisiera extraer algunos párrafos de una entrevista radial en la
que Gianni expresa estas ideas:

El poeta no da nada por sentado ni da nada por inútil
(…) El poeta no sabe qué cosas son importantes porque está en
un estado de disponibilidad (…) “Quizás descubra que algo de
enorme trascendencia se produce cuando escucha la noche. Quizás
comprenda que la tierra no seguirá girando al menos que él
encienda la lámpara del día. Quizás decida ser un transeúnte
por el filo de lo imposible. Quizás cante la canción de la vida.
Quizás cante el canto de la muerte. Quizás detenga al sol para
alimentar la fuente de las palabras ardientes. Quizás ponga a
rodar la piedra errante de la aventura. Quizás rompa el cántaro
de la leche natal del amor. Quizás tome en sus manos el corazón
profético de la amistad. Pero jamás dará nada por sentado, jamás
será un hombre de buen sentido, porque para él es oscuro lo
que es claro para todos.

La seguridad es el panteón de la poesía abandonada.

  En su poema “Estas son las palabras que amo”, podríamos
interpretar que “el oficio” en el que nos tendríamos
que reconocer todos los seres humanos, es aquel que indaga
el misterio a través, quizás, de los hechos más insignificantes,
una lágrima, una palabra en el periódico, la respiración de un
niño dormido. En su camino, el poeta va oyendo sin escuchar,
viendo sin mirar. Así es capaz de oír un grillo en el centro de
Manhattan.

   Para Gianni, su amor a la vida implicaba -a pesar de esta desconexión
de las cosas “importantes” de las que se ocupa “el hombre
de buen sentido”, como él decía- el cuidado del misterio.
Para cuidar el misterio es de máxima responsabilidad vivir con
los sentidos, despierto, y el pensamiento siempre alerta para no
caer en las trampas de la sustitución, (…) para que nunca dejemos
de ejercer los dones esenciales de lo humano, y en esos dones esenciales
de lo humano, está quizás, el misterio de la poesía.

                                                                         Ofelia Funes.































PLEGARIA.


                                Buenos Aires, Febrero 14 de 2001

Ofelia:
        Mi amor, mi habitante, mi sed, mi levadura.
Mi talismán, mi llave, mi hospedaje. Mi visitante,
mi espejo, mi huella, mi señal de humo, mi séptimo
sentido, mi fósforo en la noche. Mi cómplice
entrañable, mi abrigo, mi relámpago, mi escondido
rincón, mi susurro incesante, mi amparo, mi incienso,
mi plegaria. Mi tatuaje indeleble, mi paisaje, mi
viaje, mi reposo. Mi caricia secreta, mi beso tembloroso,
mi abrazo indisoluble. Mi intrépido deseo, mi
madrugada insomne, mi brasa palpitante, mi aldea
sublevada, mi íntimo huracán. Mi exaltación, mi
asombro, mi intemperie insaciable, mi casa errante,
mi ávido panal, mi miel suntuosa, mi hambre elemental,
mi vértigo, mi gracia, mi alegría. Mi tierra
natural, mi certidumbre, mi frenético instante, mi
eternidad, mi sueño y mi vigilia. Mi hondo gemelo,
mi ser humano, mi mujer.

      Hay millones de planetas. Y entre ellos la tierra,
ese ínfimo astro de un rincón del universo. La tierra
que necesitó millones de años para crear la natura-
leza, la especie humana, la vida. La tierra, que después
de tanto ha creado a estas dos motas de polvo. Estas
dos motas de polvo que han nacido en el mismo lugar
de la tierra, en el mismo tiempo, y que no durarán
más que un instante, eliminadas por un casual e involuntario
parpadeo de la eternidad. Estos imperceptibles
seres se han conocido, se han reconocido, han
experimentado una mutua atracción. Algo que no
pueden explicar los ha impulsado a unirse; algo que
es independiente de sus voluntades. Y así como la tierra
ha tenido que pasar infinidad de edades, triunfos y
fracasos, cataclismos, hasta que todas las coordenadas
dieran su consentimiento para que estos dos seres se
conocieran, así también ellos han tenido que ir descubriendo
los caminos exactos y desechando los erróneos,
y aceptando los años de dicha y sufrimiento que
los conducirían a ese único tiempo y ese único lugar
con la mirada limpia, con la emoción aún despierta
como para reconocerse.

     Que se produzca el milagro, que esa atracción
no cese, que se haga cada vez más íntima, perfecta,
transparente. que cada uno reverencie lo que está despierto
en el otro. que ellos resguarden la inocencia de
su amor para que pueda ser llamado Amor, como esa
antigua energía que ha mantenido y mantendrá vivo
el universo por los siglos de los siglos. Amén.

                                                                     Gianni






  
 ACRÓSTICOS


Oigo su vos lejana
Frágil, sutil, sensual en el crepúsculo.
El humo del café
Le envía una señal.
Imagino que está conmigo aquí.
Ausente mi mirada.
Oculto entre los versos
Feliz de deletrearlo en el poema
Escribo aquí su nombre.
Luchando con el metro
Intento unir al corazón, la fe
Al sueño, la vigilia.

Oscuros días.
Febrero es una isla
En el océano.
La espera es larga
Infinito es el todo
Amplia es la nada.

Obligado a esperarla
Febrero es el más largo de los meses
El calendario es ciego.
Laten las horas muertas
Imaginando islas tropicales
¿Acabará febrero?

Otra noche de insomnio.
Faltan para que vuelva tantos días.
Ebrio de soledad
Le digo tantas cosas.
¿Intentaré dormir sin oír su voz?
Arde la madrugada.

Ojala no existieras
Fósforo usado, engranaje roto
Edén imaginario
Lamentable rincón
Irrisorio capricho, isla infeliz
Abominable islote.

Ocho días aún.
Febrero fue una ciudad de exilio.
Él se quedó con todo:
Labios que no temblaron
Intimidad que zozobró en el mar
Abrazos que se ahogaron.

Olvido de uno mismo
Furor insensato de las lenguas
Ebriedad de la vida tomada por asalto
Lentitud incansable de los cuerpos
Inseparable libertad, lujuria susurrada
Abandono en la alegría de los sentidos arrasados.

Oigo sus secretos con mi cuerpo
Fertilizo su imaginación
Entro en su deseo desconocido para traerlo al día
Lo interrogo, lo invado, lo ilumino
Impaciente por conocer su alegría
Antes que su cuerpo lo descubra.

Obligado a esperarla
Febrero es el más largo de los meses
El calendario es ciego.
Laten las horas muertas
Imaginando islas tropicales
¿Acabará febrero?

Otra noche de insomnio.
Faltan para que vuelva tantos días.
Ebrio de soledad
Le digo tantas cosas.
¿Intentaré dormir sin oír su voz?
Arde la madrugada.

Ojala no existieras
Fósforo usado, engranaje roto
Edén imaginario
Lamentable rincón
Irrisorio capricho, isla infeliz
Abominable islote.

Oscuridad. Mi cabeza en la almohada.
Finalmente se presenta
Ese gesto que nunca es igual pero siempre es el mismo.
Las palabras que no se han dicho todavía
Inundan esa mirada que ella me deja todas las noches
Antes de que yo me duerma.

Ordena el tumulto del azar con un leve movimiento
/de los párpados.
Feliz como un anillo olvidado
Extrae el beso más íntimo de los labios de la tarde.
Las lágrimas no se animan a entrar en su pequeño cofre.
Incansable, da a cada árbol los pájaros que pueden
/sostenerlo
A cada ser la sombra que pueda conducir sin tropezar.






















         
             
   BASTA DE NO VIDA


No es que nazca alguien
desde un pasado innombrable.
No es que muera alguien
con los ojos abiertos.
Pero todo el sitio
la casa entera late
sus ventanas habituales
las sonrisas arregladas de las fotografías
el silbido húmedo de la pava
no tienen más que unos segundos
un minuto.
Ah, vivir sólo en la distracción
de dos o tres momentos inolvidables.
Si se concentran todo desaparece.

Todo es irreal
no es posible estar seguro
no es posible guardarlo en la memoria
y sacarlo como un milagro sobre la mesa,
la película de la casa
y su pava que cecea.

¿Y el hombre?
El hombre es menos real que la casa
no puede impedirlo

habla pero no dice
se necesitan dos bocas
para comer el mismo pan
dos miradas para detener la tarde.
Uno imagina un vuelo rasante
pero jamás se llega.
¿Y todavía queda una montaña de flores?
¿los pétalos cantan en los jarrones
unos sí, otros no, según su naturaleza?

¿Y lo de ayer? ¿eso que quedó en los rincones?
¿Caras estúpidas, conversaciones para nada?
Escuchamos al pájaro que vomita las distracciones
que dicen que son de ayer pero que ya no resuenan.

Basta, basta de no vida.
De ausencias y palabras.
Basta de falsos ciegos.
Basta el resplandor de un pequeño espejo enmohecido
para recuperar años de noches que no fueron.
Hay que sostener la sombra sin desviar la mirada.
Hay que estar dentro del hombre que uno es
sin que se disuelvan el pasado o el futuro.
Hay que partir en dos.
Hay que partir en dos.

Pan para hoy
la pena que se arrastra
la calma que se ahoga
sueño
desilusión
desasosiego.

El agua hierve.
Apago el fuego.
Lleno la taza.
A lo largo del silencio
el té está servido.
A lo largo del silencio.

Pero se necesitan dos miradas
para detener la tarde.
Se necesitan dos bocas
para comer el mismo pan.


















  
    LA VISITA


El hombre abre la ventana de su cuarto
y se sienta.
Desde su pequeño mundo
está dispuesto a escuchar
lo que tenga que decirle el mundo.

Llegan tardes antiguas
errores arbitrarios
secretos temblorosos
rostros irremediables
voces perdidas
en el aire tranquilo de noviembre.

Pero el hombre espera sin saberlo
una visita que a veces tarda
pero siempre llega.
No la llama.
No la invoca.
No la imagina.
No la apura.
Espera sin saber que espera
esa mirada desnuda
esa vos íntima
esos gestos pensativos.
Para oírla deja de escuchar.

Cuando cierra los ojos
Es cuando mejor la ve.

Él sabía su nombre

antes de conocerla.



























 A MODO DE EPÍLOGO

    La poeta Ofelia Funes guardó amorosamente lo que
en un momento de venturosa lucidez había arrebatado a la
sombra. Nada más que unos papeles, nada menos que unas palabras
de alto y hondo lirismo, fruto de una singular percepción,
plasmada por Gianni Sicardi en poemas inolvidables que
el lector de estas líneas ya habrá transitado.

     Este libro hasta ahora inédito nos muestra al mismo
poeta lírico sutil que ya conocíamos, pero también a otro: silenciosamente,
sin que casi nadie lo advirtiera, había ahondado
su aventura creadora, afinando aun más –si así puede decirsesu
percepción singular del mundo, y logró ser un poco otro sin
dejar de ser él mismo. Impregnados de espíritu, los papeles sobrevivieron
gracias al azar y la lucidez, y aquí están en forma de
libro. Como dice Graciela Maturo en su bello prólogo, Gianni
“es un buscador de sentido, un poeta que afronta la intemperie”.
Y en efecto, en La soledad habitada, el poeta y el lector están
expuestos a la más desnuda y poblada intemperie. El poeta es
ahora un andariego que recorre las calles y advierte lo que nadie
ve: la desdicha y el sinsentido en simultáneo, pero aisladamente,
cada uno en su propio naufragio, cada uno en su denuedo
individual, cada uno, tal vez, con una pregunta a cuestas; aquí
nos encontramos con la íntima contemporaneidad de lo atroz
y lo bello. El poeta penetra en la cotidianeidad de la ciudad en
el extenso poema titulado “Tarde de verano”, estructurado en
nueve partes, que abre el libro. ¿Y qué hay en la ciudad una tarde
de verano? Hay, sobre todo, lo evidente, es decir, lo que la
multitud no ve, lo que el solitario ensimismado no ve, lo que la
ciudad no vislumbra. Hay, quizás, lo real ignorado por demasiado
tangible. Y sobre todo ello sobrevuela, como leit motiv e
interrogante, la perplejidad y el azoro del poeta que repite aquí
y allá: “No se sabe por qué”; hay un sollozo, y “el guitarrista
trabajoso” sentado contra la pared, y “aunque la fina tarde de
verano/ se mueve delicadamente”, hay la mendiga sentada en la
escalinata (…) mientras todos pasan a su lado / con la entera convicción
/ de tener el futuro en sus manos, y también la pirueta
del colectivo que alcanza al muchacho / que corre con su moto/
lo alza con gracia definida/ y el joven cuerpo elástico / describe su
último vuelo/ y cae en cámara lenta / con la belleza de sus brazos
abiertos… Esa tarde de verano, no se sabe por qué, nadie hace
caso / del hombre y la mujer ancianos, aunque hasta la tarde se
detiene /cuando los dos ancianos / se miran por un tiempo inmóvil
/ tan largo que no es el de la calle / como si cada uno se mirara
a sí mismo / y con tranquila desesperación / se dan uno al otro /
una vez más / los años que les quedan por vivir.

Hay, ya lo hemos dicho, la insistente pregunta nunca
contestada No se sabe por qué. He aquí el meollo, la clave del
poema, (y del libro en su conjunto), el interrogante que unifica
las diferentes partes y mantiene la tensión poético-existencial,
que no declina hasta el último verso. En un trabajo muy citado,
decía Octavio Paz más o menos esto: que el poema extenso se
estructura con momentos aislados de plenitud expresiva. No
es, sin embargo, lo que ocurre con “Tarde de verano”, cuya fluidez
no declina y muestra al autor en su madurez, en el claro
dominio de su oficio.

     Las facetas del libro se complementan en un abanico
de matices que no desmienten su unidad de fondo, la angustia
existencial y su refugio en el amor. Cuando en “Cigarras” dice
“lo más mío del día era la noche”, nos ofrece una meditación,
por decirlo así, muy sicardiana; y cuando se refugia en el amor,
no elude el desamparo esencial: Intemperie sin fin. En la vigilia
/ ambos estamos solos. Esta paradójica mezcla de intemperie
asumida y anclaje en el amor compartido exhibe a un poeta de
fina sensibilidad y una sabiduría muy propia, presente en toda
su obra. Lo cual no le impide dejarse llevar por la epifanía amorosa,
refugio y ancla de dos motas de polvo perdidas en la infinitud
de los mundos; el poeta canta a su amada y la nombra, la
funda, la redescubre en un acto verbal humanísimo y de gran
hondura. Veamos un fragmento de “Mi habitante”:

mi casa errante
mi miel suntuosa
mi ávido panal
mi frenético instante
mi eternidad
mi sueño y mi vigilia

mi hondo gemelo
mi ser humano
mi mujer

     Pero también fiel a la magnitud de los enigmas que
lo acosan, no puede eludir lo inasible, el abismo infranqueable
entre la palabra y el objeto de su amor. Por ello, el poema cierra
con estos versos perturbadores:

Aunque los dos sabemos
que no es esto
o no sólo esto
lo que quiero decir

      Por fin, y para no extenderme demasiado, sólo quiero
mencionar otra composición emblemática, “Una lágrima”, texto
de gran lirismo articulado en siete partes.
    
     Bellísimo poema de amor, meditativo e interrogante, nos ofrece,
redivivo, el yo lírico condenado sin más por los críticos de
moda. “Una lágrima” es un poema existencial y amoroso, que se
acerca piadosamente al humano existir, a esa lágrima alegórica
que es, siempre idéntica, una Extraña cascada de una sola gota
que, sin embargo Inagotable / da de beber al sediento.

     Lo precedente es un apretado esbozo de mi demorado y
gozoso tránsito por el mundo revelador de La soledad habitada,
nada más que una llamada de atención, un aviso a los cultores
de la verdadera creación poética. Son poemas para leer y regresar
a ellos, muy lejos del falso esplendor de los “festivales” en
nombre de la poesía. Abiertas sus puertas y ventanas de par en
par, la casa de La soledad habitada convoca a los sedientos de la
palabras genuina.
                                                             Máximo Simpson