Foto de Cartier Bresson

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jueves, agosto 28, 2008

ESE ALGO... por Ronit Sela


Este cuento de Ronit Sela, Ese Algo..., fue elegido para integrar la antología de Tortuosidades, cuentos relacionados con la salud mental. Figuran allí prestigiosos escritores israelíes, como A.B. Ioshúa, Dalia Ravikovitz, Eyal Megued, Amir Gotfroind, etc.. Una comisión de la Asociación Israelí de la Salud Mental (ENOSH) eligió por unanimidad el cuento de Ronit Sela para integrar tan calificada antología, auspiciada asimismo por la Organización de Escritores de Israel. Cabe señalar que numerosos escritores participaron de la selección, de la cual fue elegido un pequeño número.
Entre los breves extractos de relevantes escritores, recopilados en el prólogo de Tortuosidades, se incluyeron algunos pertenecientes a Ronit Sela.


Ronit Sela nació en Buenos Aires. Llegó a Israel en 1975, a los tres años, junto con sus padres recién salidos de la cárcel. Es licenciada en ciencias de la comunicación, ha publicado un libro de cuentos para niños, Historias de la pequeña Luz, colabora en revistas literarias y de opinión, tiene terminadas dos breves novelas: Frutillas con crema , y Un hada en la calle Shenquin, y una serie de cuentos del cual destaca La primera lluvia, que incluye varios relatos con el mismo tema. Vive en el kibutz Tzibón, madre de tres hijas, se ocupa de la absorción de nuevos miembros de este pequeño enclave de la Alta Galilea. Es hija de Ester Mann y Andrés Aldao.

Ese algo...

(un relato de Ronit Sela)

Ilana me llamó y me propuso que fuéramos a Kvutzat Shiler¹ en bicicleta. Es algo que hacemos de vez en cuando. A Ilana le gustan los deportes y todo lo que esté relacionado con ellos, y a pesar de que a mí no, puedo disfrutar también mientras el camino sea llano o en bajada. En las subidas me cuesta mucho, siempre me quedo atrás y siento que no sirvo para el deporte y para ninguna otra cosa.
De todas maneras vale la pena, porque entonces, cuando ya llegamos a distintos lugares que amamos, como por ejemplo un árbol de nísperos en el camino a Nes Tziona², o un naranjal, o el césped extendido en la entrada de Kvutzat Shiler, nos sentamos y hablamos, nos leemos una a la otra párrafos de algún libro que nos gusta. A veces, una de nosotras lee algo que hayamos escrito, y esto me produce una sensación muy agradable −como si fuésemos dos escritoras que comparten sus creaciones−, incluso la envidia (la mía) y el miedo (que no le agrade lo que escribí), no consiguen empañar el momento.

Me emociona saber que dentro de un rato nos encontraremos. Y de tanta emoción ya no tengo ganas de hacer ninguna otra cosa hasta el instante del encuentro. Algo en mi cálculo del tiempo se complica, como me es habitual... tal vez porque calculo diez minutos para bajar en el ascensor.
A las cuatro menos diez ya estoy en la planta baja, demasiado temprano, como siempre, a pesar de que Ilana siempre, pero siempre, llega tarde.
Y como siempre yo, tengo la esperanza de que de alguna manera esta vez llegará a horario.
No me gusta estar parada abajo, en la entrada del edificio. Pasan todo tipo de vecinos a los cuales no tengo ganas de saludar, y lo peor es que me la encuentre a Aliza, la indeseable, o a Galit, que fue mi mejor amiga en la primaria hasta que la abandoné, porque no era bastante popular. La mezcla de lo que siento por ellas −culpa, rechazo y lástima− es tan insoportable, que hasta decirles un seco hola me cuesta un esfuerzo supremo.
Ahora ya son las cuatro y cuarto, y comienzo a pensar que quizá confundí la hora. Así empieza, con inocencia, como una especie de duda: ¿tal vez Ilana me dijo a las cuatro y media... o a las cinco? Sé que no me conviene pasar por alto esa incertidumbre. Ya me ocurrió que cuando alguna persona llegó muy tarde, pensé que no habíamos fijado ninguna cita ni que hablamos, que no me conocen o que no existen, llegando hasta el punto de dudar de mi propia existencia y de la del mundo (aunque esto ocurrió sólo una o dos veces, cuando nadie concurrió a la cita).

Por fin ella llega, alegre e inocente, disculpándose de pasada, sin tener consciencia de que para mí el mundo se destruyó y se creó varias veces, por el solo motivo de que Ilana no llegó a tiempo. Y por supuesto que yo, en el instante en que Ilana aparece y reafirma mi existencia, vuelvo a ser una joven normal, tal vez no tan alegre e inocente como Ilana pero perfectamente normal, y todo lo ocurrido dentro mío durante el tiempo de espera se resume en una corta y cínica observación que, como siempre, provoca la risa de Ilana.

Nos ponemos en camino. Al principio conversamos normalmente, luego tenemos que gritar y después ya es imposible hablar −llegamos a las estepas de Rejovot³, y de aquí en más veo casi todo el tiempo la espalda de Ilana alejándose de mí.
El viento de la tarde es algo frío y sugiere un aroma invernal, acompañado del estallido de anhelos. De pronto, mi corazón se abre por un instante. Y a veces me ocurre que se abre por más tiempo. Aunque, por lo general, en las subidas se quiebra el ritmo y sólo después que ya estamos sentadas debajo de un árbol o sobre el césped, y luego que tomo agua y me repongo del cansancio y de la autocompasión (que me dominan a partir de la primera subida), sólo en ese momento mi corazón se abre lentamente, e Ilana vuelve a ser mi querida amiga después de haber sido mi rival deportiva a lo largo del camino.
La charla comienza a desenvolverse y a fluir, llegando a ese lapso en que se convierte en emotiva e interesante, como si ésta fuera la cosa más atrayente que ocurrió en mi vida, e Ilana y yo las jóvenes más extraordinarias que alguna vez existieron. Seguramente, está relacionada con la mirada de Ilana, con su atención, con sus preguntas que me hacen sentir especial e inteligente (en esos instantes casi creo que es así), y que también ella es igual, y entonces percibo cuánto la quiero.
Ahora estamos sentadas en el césped. Después de la gran emoción del diálogo, junto con la brisa agradable y todo ese verde de la copa de los árboles y el pasto, iluminados con la luz dorada del atardecer, me vuelve la conocida opresión de alegría y la loca esperanza de algo, y enseguida la impaciencia, también conocida, de que ese algo tan oscuro ya haya llegado.
Enseguida, como es habitual, pierdo el interés en el césped, en los árboles, en Ilana, porque está claro que ese algo es mucho mejor, que todo lo que me rodea es sólo el preámbulo, que mientras ese algo no llegue todos los momentos son una intolerable pérdida de tiempo.
Pronto caerá la noche sobre otro día sin ese algo, yo estaré muy triste, me inundará el miedo de que ese algo no llegue o que no exista, que toda la vida es un desencuentro continuo con algo que no sé qué es; sólo percibo que no voy a hallarlo nunca en ninguna persona, en ningún objeto ni en ningún lugar.
Esto se me pasará hasta la mañana o hasta la próxima conmoción, y luego retorna, se va, retorna...

Esperé muchos años a ese algo.
Lo busqué en el cuerpo y en el alma de tanta gente y lugares, cercanos o muy lejanos, en emociones que tuvieron que hacerse más grandes y más artificiosas a medida que pasaba el tiempo, cuando las conversaciones o el verde de los árboles habían perdido su magia.
Y todavía busco, a pesar de que ya se me reveló dónde encontrarlo, aún me descubro buscando, a veces, en lugares equivocados, dado que en el único sitio donde puedo encontrar ese algo es dentro mío, aquí, en este mismo instante. Un algo pequeñísimo, una ínfima partícula, delicada como un rayo de sol sobre una hoja verde y tan fugaz como él.
Pero sé como detenerlo un instante y luego liberarlo. Y dispongo de toda una vida para seguir aprendiendo a retenerlo cada vez un poco más, a estar cada vez menos afligida al liberarlo. Puedo encontrar a ese algo una vez más, guiñándome, de pronto, desde la grisura de un simple día rutinario. ■


¹ Kvutzat Shiler: kibutz en la zona de Rejovot

² Nes Tziona: pequeña ciudad vecina a Rejovot, en el centro sur de Israel

³ Rejovot: Ciudad caracterizada por estar situada al lado de una zona de cítricos, hoy inexistentes. Allí transcurrió la infancia y la adolescencia de la autora.

1 comentario:

mercedes saenz dijo...

Realmente estaba esperando un escrito de Ronit. Su crecimiento, su desenvoltura y su lenguaje son de un crecimiento más que grande. Es un excelente relato. Mantiene cómo en otros que he leído esa forma de comprometer al lector con sus diálogos internos, maravillosamente reflexivos y maravillosamente relatados. Una mayor frecuencia de sus escritos sería para esta lectora muy bien venidos. Felicitaciones! Un afectuoso saludo. Mercedes Sáenz