MIGUEL HERNANDEZ. ESPAÑA. ORIHUELA. (1910 - 1942).
Es fácil imaginarlo. Basta con cerrar los ojos despacito, y enseguida aparece entre las cabras trotando en la pastura. Su figura delgada, delgadísima, su respiración entrecortada -tristeza de pulmón herido -, pastor de protesta clara. Lo verás bajo un árbol, leyendo versos, escribiendo versos, olvidándose del rebaño y despertando la ira de su padre. Pondrá, al servicio de los pobres y desvalidos, y de su ideal político, y de la justicia social, pondrá -digo- su palabra y su cuerpo. Poesía combativa, resistente, generación escindida entre el más y el menos en una España dominada por el Escuadrón Negro. Cárcel generadora de nanas y poemas de lucha, pero también de amor hacia Josefina, costurera que pronunciaba su nombre en cada puntada. Tu nombre de hombre, tu nombre de poeta, Miguel, Miguel Hernández, escrito para siempre en las calles de Orihuela. Susana Zazzetti.
ELEGIA ( a Ramón Sije´)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas.
Compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado
que por doler, me duele hasta el aliento.
Una manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos,
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo,
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
Con mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofe y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte,
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera
por los altos andamios de las flores,
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas.
Compañero del alma, compañero.
A mi gran Josefina adorada
Tus cartas son un vino
que me trastorna y son
el único alimento
para mi corazón.
Desde que estoy ausente
no sé sino soñar,
igual que el mar tu cuerpo
amargo igual que el mar.
Tus cartas apaciento
metido en un rincón
y por redil y hierba
les doy mi corazón.
Aunque bajo la tierra,
mi amante cuerpo esté,
escríbeme, paloma,
que yo te escribiré.
Cuando me falte sangre
con zumo de clavel,
y encima de mis huesos
de amor cuando papel.
Me sobra el corazón
Hoy estoy sin saber
ya no sé cómo,
hoy estoy para penas
solamente,
hoy no tengo amistad.
Hoy solo tengo ansias
de arrancarme de cuajo
el corazón
y ponerlo debajo
de un zapato.
Hoy es día de llantos en mi reino,
hoy descarga en mi pecho
el desaliento
plomo desalentado.
No puedo con mi estrella
y me busca la muerte
por las manos.
Yo nací en una mala luna,
tengo la pena de una sola pena
que abate más que toda la alegría.
Un amor me ha dejado con los brazos caídos.
Y no puedo tenderlos hacia más.
No véis mi boca, que desengañada
qué inconformes mis ojos.
Me sobra el corazón.
Voy a descorazonarme.
Yo, el más corazonado de los hombres
y por el más, también el más amargo.
No sé por qué, no sé por qué
ni cómo
me perdono la vida cada día.
XXXV
Hay un constante estío de ceniza
para curtir la luna de la era,
más que aquella caliente que aquél iza,
y más, si menos, oro, duradera.
Una imposible y otra alcanzadiza.
¿ hacia cuál de las dos haré carrera?
Oh, tú, perito en lunas: que yo sepa
qué luna es de mejor sabor y cepa.
Se empalman...
Se empalman la mañana y los palomos
en aludes de luz y de blancura,
sobre copas de bronces policromos
más duraderos que el de cepa pura.
Palmas, palmas. Y baten en dos tomos,
palmas de datilada contextura,
vuelos temiendo con transposiciones
en la luz recta, sin inclinaciones.
Canción del esposo soldado.
He sembrado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera;
he llegado hasta el fondo.
Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos
de cierva concebida.
Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.
Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
aislado por el plomo.
Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismo muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.
Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.
Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera;
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.
Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.
Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,
y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.
Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres un camino de besos implacables.
Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.
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8 comentarios:
Dos cosas muy bellas: la introducción de Susana Zazzetti y estos poemas de Miguel Hernández que rayan la perfección. Felicitaciones. Rebeca Sbezzi- Córdoba.
Cada palabra de Miguel Hernández es un dolor intenso. Extraordinario como poeta. D
Fernando de Zárate.
BELLISIMOS!!!!!! La foto, la poesía del autor-impagable, como siempre- y la palabra de Susana que también está perfumada de poesía.Gracias a la Revista!! Un abrazo!! amelia arellano
Es mi publicación, cierto es, pero dejo la poesía tan especial de Miguel Hernández y deseo comentar el acápite de Susana Zazzetti: conocimiento, sensibilidad, profunda sensibilidad de la introductora, sin alardes de maestra ciruela, sin petardismos, sin querer "deslumbrar" y, hete aquí, deslumbra la sencillez, el conocimiento, la ternura de las frases para con el poeta y su enamorada.
Me ha conmovido, Susana.
Andrés
Dios, ¡ué poeta! ¡ Qué hermosa introdicción! Tiene razón, Aldao, los dos conmueven. Gracias, hermano poeta, por tu lucha y tu herencia poética. Gastón Peña.
Dios ¡Qué poeta! ¡Qué introducción! Tiene razón, Aldao, pura sensibilidad de ambas partes. Muy bueno, hermano, muy bueno. Gastón Peña.
¡qué poeta! ¡ Qué introducción! Tiene razón Aldao en cuanto a las sensibilidades. Muy bueno, muy bueno. Gastón Peña.
¡qué poeta! ¡Qué introducción! Tiene razón Aldao, es pura sensibilidad. Muy bueno, muy bueno. Gastón Peña.
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