Foto de Cartier Bresson

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domingo, marzo 11, 2007

Ché Gaona

No me acuerdo: ¿fue ayer? ¿o hace mucho tiempo? La cosa es que volví a Gaona, sabés? Las baldosas me veían, se estiraban como alfombras y saludándome jocosas murmuraban: “Chau, Rusito, ¿por dónde anduviste tantos años?”. Las vidrieras, asombradas, sonreían y me guiñaban el ojo. Y sobre los flamantes carteles de flamantes negocios aparecían, como cosa de magia, los antiguos carteles de antiguos negocios. ¿ Qué te batís, Caballito al norte?
La nueva “raviolería” de Gaona y Pujol volvió a ser la “Zapatería Muñoz”. ¿Y este negocio de computadoras...? no lo podía creer: yo veía el letrero de “Vinerías La Superiora”, con la imagen de la monjita dentro del círculo. Posta posta. ¡Qué locura, mi madre! ¡Ché Gaona, qué sorpresa!
Pero lo más cómico fué el recibimiento de la iglesia de Nuestra Señora de los Buenos Aires. la turulata me tributó una salva, ¡sí! ¡una salva de campanazos! Y fijate que yo no creo ni en mi sombra.
Pensá en la que se armó: repiqueteo de campanas a las tres de la tarde. ¡Todos los veteranos de mi viejo barrio (los sobrevivientes) se vinieron a Gaona! Me abrazaban, me besaban, reían a carcajadas y algunos lloraban (¿qué raro, no?).
Y en eso lo veo venir, igualito como entonces, al Lalo aquél: “Ruso, Rusito. ¡Dale Ferro!” gritaba el Lalo, con el funyi marrón de ala gacha (¿será el mismo Lalo? ¿será el mismo funyi?). “¡Veníte el domingo a la tribuna, Ruso, te extrañamos, ¡tanto tiempo! ¡Van a estar el Fito, el Guri, Mejele, Josesito, Moñe el Petiso, todo el Triángulo Verde, venite!”, me dice a los gritos. Caballito al norte, pucha digo, si es para no creer. Ahora me dicen “Ruso”y se me hacen agua los recuerdos, pero la bronca que me daba en aquellos tiempos. ¿Sabés?
Y luego, el encuentro con Osvaldo “Peluca” Rolón; sí, que el padre era el encargado del correo en Gaona, entre el pasaje Amberes y Paramaribo. “Ché, Peluca -le digo con un corcho en la garganta-, ¿dónde andan todos los pibes?”, mientras me abrazo con mi amigo de la barra de Figueroa al 1200. “Los pibes... los pibes. están todos repartidos, Rusito”, me dice sin alegría. “¿Y adónde están repartidos, viejo?”, le pregunto con ingenuidad de oveja en el matadero: “Están repartidos por los cementerios. algunos en el de Flores, otros en la Chacarita, y los que viven... yo qué sé, ché! Pero estate seguro que al de Recoleta no llegó ninguno”, me dice, y los dos nos cagamos de risa.
El barrio se aquieta. La euforia del reencuentro se va apagando, como un fósforo, como la vida. Las baldosas media chuecas bostezan resignadas. Me pareció ver a algunos árboles hacerme una especie de reverencia. Y juro que no me bajé ni un solo vaso de moscato.
Peluca y yo íbamos caminando por Gaona, a paso lerdo. Las vidrieras, tímidas y coquetas, seguían guiñándome el ojo. Yo me sentía como un pibe, taitantos pirulos más joven.
Y en lo mejor, en el momento más agradable, me vengo a despertar. ¡¡Pucha digo, ché Gaona! ¡¡Qué bronca! ¿sabés? ·
Andrés Aldao

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