Foto de Cartier Bresson

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miércoles, julio 04, 2007

Dos cuentos breves de Mercedes Sáenz





Comezón de la cuarta letra



Sacudían los dedos cada mañana como si se tratara de secarse agua al aire. Siempre la impaciencia los detenía en la cuarta letra. Hay quién prendía velas para empezar a escribir o elegía fechas que pocos conocían. Otros, en esa familia de escritores, se perpetraban detrás de prolijos sistemas de ocho horas ante una bocanada de humo blanco de silencio, que les tapaba las ideas. Ellos, no.
¡Ay! Con esa cultura que cada tanto les tomaba examen. Padre y madre sin cuotas de disculpa pedían una hoja por día. Doblá la seriedad, debés de acortar el dobladillo del texto final, demasiadas ideas de zurda, más abajo se desboca el potro, doble juego de palabras repetidas totalmente prohibidas aunque la sonoridad del oído las pida. No dibujes un personaje que no puedas sostener, ¿dónde está el héroe de ésta historia.? Depender del diccionario lavarropas, palabras recién planchadas que volverían a arrugarse en la frente. Ellos, no.
¡Ay! Que escribir era un juego de pasada cuando hacían el colegio. Que escribir en la facultad los llenó de unos y de ceros juntos. Que en los versos se derretía la libertad tan placenteramente, nadie podía discutir su sentido.
- Hoy empezamos el abecedario al revés, cuando vos digas basta, te digo en que letra estaba pensando y arrancamos con ésa, ¿dale?
Salió la doble v.
En una sola computadora escribieron “nos vamos a fabricar ropa”, esperando que no se cortara la luz. Cuatro generaciones
¡Ay! Otros no tuvieron tanta suerte...


Pequeños escapularios


Verde espeso, color de abundancia, fortaleza de sus sombras. El sol que parece universal. La selva no permite el paso de nadie, sólo los que reptan o los que volando pueden estar bajo ese cielo o elegir otro. Cualquier colectivo avanza por un camino bastante prolijo que hizo el hombre, para llegar hasta un final dónde las aguas ya no pueden dividirse, se acaba la tierra y estallan rabiosas en enormes cataratas. La belleza bordea con uno y el cartel amarillo, dibujos de ciervos posibles, entona música de aparente armonía.
Refugios de madera, instante en que lo ajeno a la selva se detiene. Pequeñas ciudades de niños indios con enormes canastos a cuestas, suben con cierta dificultad.
Descalzos de uno y el sol que parece universal. La ropa poca, las bocas de decir una expresión contenida. Las manos que trabajaron no todo el talento que saben, bajas. Dentro de las bolsas, sólo lo que de artesanías se quiere oír. Y con escapularios. Permisos ensobrados en plástico, colgando del cuello, pasaporte para circular.
No hay lugar donde sentarse. Los paquetes grandes ocupan lo que no pueden moverse y ellos, se apoyan cómo los árboles flacos contra los caños. Cómo los árboles flacos en su altura intentando buscar el sol que parece universal.
Arcos pequeños, flechas lustrosas, collares con los colores más lindos, en pequeña escala para las artesanías que se quieren oír.
Llegan al destino que el plástico autoriza y sobre una manta de colores de burla ordenan esos momentos alguna vez cotidianos, para que el turista lleve como presas de un tiempo, cuando la foto digital no es suficiente.
Me senté en el suelo distanciando un respeto de su manta, con las pocas palabras sueltas que sabía en guaraní. Nunca dijeron una palabra. No colgaban ahora los escapularios y el sol parecía universal.
Mercedes Sáenz

1 comentario:

Sonia Cautiva dijo...

No voy a quitarte ni un solito mérito. Per¡cóm se nota que mamaste idioma de tu madre y de tu padre. Por supuesto que puede ser solamente tuya esa gran cualidad, pero,...hay algo que te vende, la sintaxis, la gramática, el pensar.
Me encantan esos dos cuentos cortitos. Me los voy a guardar.
Un beso Sonia