Foto de Cartier Bresson

Foto de Cartier Bresson

domingo, julio 29, 2007

La Colección


por Margalit Matitiahu


A
Guardaba su colección de bolsas de plástico en el ropero, plegadas y perfectamente ordenadas una sobre la otra. Las guardaba celosamente, lisas y a colores, grandes, mediana y pequeñas, bolsas que fue juntando en sus compras en grandes almacenes o en tiendas pequeñas. Coleccionaba bolsas que traía de sus viajes al exterior. Las guardaba en una gran bolsa que tenía su estante especial, privilegiado.
Cuando escogía una bolsa para que la acompañe por la calle, sabía que los transeúntes identificarían fácilmente el origen de la bolsa y comprenderían que estuvo en Londres o en París. Letras rojas anunciaban sobre el fondo claro "Top Shop", letras verdes proclamaban "Benetton" o "Marks and Spencer".
Siempre escogía la bolsa que mejor combinara con su ropa, que tuviese algo de los colores de su falda o de su camisa. Durante el invierno las combinaba con su manto largo y negro. Cuando alguien de su familia le pedía una bolsa para cualquier fin, buscaba en la montaña de bolsas dobladas tratando de encontrar alguna que ya estuviera arrugada, desteñida o que hubiese sido usada mucho y estuviera por romperse. Nunca daba una bolsa que tenía mucha vida por delante, con mofletes sonrientes a todo color. Mientras se agachaba sobre las bolsas que crujían entre sus dedos, sus familiares permanecían a su alrededor, esperando y observando el dilema, cuál de las bolsas iría a recibir el permiso de salir de entre sus manos.
¿Cómo se contagió de tal locura?
Cuando se casó con él escapó del carácter obsesivo de su padre pensando que podría llenar lo que la faltaba, soñando en una relación que nunca se dio, y el cuerpo se cansó. De noche reducía su cuerpo en el extremo de la cama, y con lo que le quedaba de fuerzas trataba de encontrar algún filo que la conectase con sí misma. La relación con él se fue aflojando, el silencio en casa era interrumpido sólo por sus gritos y ella se encerraba en su habitación, arreglando una y otra vez las bolsas de plástico tan bien ordenadas, acariciándolas como si fuera un acto mágico.

B
Todavía recordaba la colección de bolsas de su madre. Recordaba las bolsas marrones, plegadas una por una sobre la alacena abierta de la cocina. La alacena colgaba de la pared, hecha de una red fina como una pantalla semi-transparente. Los estantes de madera estaban sostenidos en el costado y dos pequeñas puertas caladas se abrían de par en par. Un pequeño gancho las cerraba.
A veces las bolsas le servían a su madre de refugio para las cuentas, que quedaban ahí hasta que había dinero. A veces se utilizaba una de las bolsas para guardar fotos que no llegaban a ser ordenadas en el álbum. En ciertas bolsas se guardaban viejas cartas y postales. Cuando la nostalgia vencía a su madre, sus bocas se abrían y emitían fragmentos del pasado.
Del pasado surgían momentos de ocio mezclados con angustia, recuerdos que la transportaban de vuelta a su madre. Su nombre pronunciado en la tienda de ropa "Moda Jersey" hacía aparecer en su paladar la dulzura del chocolate de aquellos días, el susurro de bolsas, un poco de sentido de importancia y luego el escalofrío de la vergüenza.
Cuando comenzaban las ventas de fin de temporada, sea de verano o sea de invierno, acompañaba a su madre. En su cartera vacía había un papel doblado con la lista de tiendas que le daba el el prestamista-usurero. Una vez al mes venía a lo de su madre a cobrar las liras sudadas anotadas en su libreta a cambio de la ropa. Su padre siempre se quejaba del despilfarro de las pocas liras que provenían del sudor de su frente. Liras que se gastaban en aquellos "trapos" por los cuales la dueña de la tienda lograba sacarles el dinero, pretendiendo que les vendía la última moda.
En "Moda Jersey" en la calle Allenby había aquel olor especial de ropa nueva. Escogían la tienda de la lista por el buen trato que ahí gozaban. La ropa estaba hecha según la moda. El lugar les proporcionaba cierta alegría, preciosa aunque de corto plazo.
Se medían la ropa, una falda, un vestido. Alfileres marcaban el ruedo o la cintura. La vendedora las colmaba de piropos, sonriendo con sus abundantes mofletes, ruborizados por el maquillaje exagerado, marcando su falso asombro ante la supuesta belleza de la prenda que tan bien quedaba, que era un crimen no comprar. Y ahí comenzaba el regateo. Y después de tomada la decisión de cuál prenda comprar, su madre sacaba el papel de su cartera, el papel que le daba derecho a comprar sin pagar en efectivo.
Juntaba todas sus fuerzas, tratando de evadir a su madre y a la vendedora que las había dirigido a la dueña de la tienda, en sus ojos la mezcla de ira oculta, piedad y rechazo.
La dueña era una mujer agradable de buena expresión y de ojos claros y cálidos. Con un leve movimiento de cabeza señalaba que el acuerdo iba a ser honorado y recibía el cupón que su madre firmaba, aprobando el valor de la compra.
Mientras esperaban que las prendas fueran modificadas, les convidaban un excelente chocolate en tabla que dejaban recuerdos en su paladar hasta la próxima compra. Al volver las prendas de la costurera, aparecía la gran bolsa blanca de papel de calidad, crujiente, que a veces tenía franjas de colores. La dueña de la tienda doblaba la ropa con esmero y cuidado, como si fueran sus hijos acabados de madurar y por salir al mundo, independizados.
Al llegar a casa, sacaban la ropa de la gran bolsa de papelx y su madre la plegaba en pliegues prolijos para que no se arrugara, y luego la añadía a las bolsas cuyas bocas repletas de secretos se abrían, se cerraban, crujían mágicamente esperando la próxima vez.

C
"El Horno de Bolsas". Así llamaba a la minúscula fábrica de bolsas de papel. La puerta de la fábrica daba a la acera. Bolsas marrones, pequeñas, medianas y grandes. Adentro, la oscuridad parecía infinita, quizás por el techo alto y oscuro. Los vapores de la goma flotaban hacia la calle, haciendo cosquillas en su nariz. Parada ante la puerta, su mirada quedaba fija hacia el interior y el tesoro de bolsas ordenadas por tamaño. El hombre usaba una gorra blanca y un delantal sucio de pedazos secos de goma, que cubría su ropa azul. El lugar encerraba un misterio.
Si sólo pudiera brindarle un poco de felicidad a su madre dándole una cuantas bolsas de papel, nuevas, lisas, de todos los tamaños, en vez de las bolsas viejas que acumulaba una por una, arrugadas, a veces puestas a secar bajo una piedra en el alféizar de la ventana de la cocina, antes de ser plegadas y guardadas. Tanto quería alegrarle. Si su madre supiera, su madre ya fallecida, cuántas bolsas de papel hermosas, lisas, de colores tiene ahora en su casa.

D
Sus hijos nacieron uno tras otro. Cuando crecieron sus horas libres aumentaron. Fue una clase de alfarería donde amasaba lo acumulado en su alma, volviendo a casa leve como una pluma.
Una tarde estaba con algunas amigas en un café. Una conversación casual, chismes que iban y venían. Ella permanecía callada, observándolas, de vez en cuando trataba de decir algo y ellas seguían en lo suyo... Y la bolsa de plástico apareció ante ella, envolviéndola de magia, llevándole más allá... a un lugar con otras personas, donde su voz suena clara y sus palabras son oídas, y todos están atentos, sonrientes, y ella les sonríe y la taza de café toca sus labios y ella sorbe, y los sonidos de la música se mezclan con las voces mágicas y ella se encuentra con la música, sonriente, sonriente... Y de repente todo se corta y cae un silencio pesado... sus amigas la miran atentamente, no entienden sus sonrisas que nada tienen que ver con la conversación, y ella se levanta, les agradece el café y se disculpa. Camina mucho tiempo, transita por las calles hasta la puesta del sol.
Cuando su tercer hijo estaba por dejar la casa, empezó a trasladar las pertenencias de su habitación. Ella lo ayudaba, cargando objetos, agitada sin comprender porqué. Luego se vio mirando las puertas de las habitaciones de sus hijos, que habían quedado casi vacías, desiertas.
El silencio se apoderó de la casa, que quedó sin señales de alegría.
Se fue a su habitación, se miró en el espejo. El pelo corto le devolvió algo de su imagen juvenil. Un impulso repentino la llevó a medirse viejos vestidos que colgaban en el armario. Los vestidos de antaño se apilaron en una silla hasta que escogió uno que le sentaba bien, que hacía lucir su cuerpo. Luego se maquilló, una tenue sombra para las pestañas y lápiz de labios rosado que acentuó su boca.
Así salió a la calle, revisando vidrieras, viendo su reflejo en los vidrios. Enderezó sus hombros y ocultó su vientre flácido, y siguió andando. Se compró dos vestidos, una falda y un par de zapatos, y todas las prendas le fueron dadas en bellas bolsas de plástico, bolsas de colores, lisas, crujientes, que sus dedos sintieron suavemente. Algo en su alma cantaba. Esperó hasta la tarde, que su esposo regresara... quería sorprenderlo.

¿Qué le pasó? ¿De dónde tanta alegría? Los niños han dejado la casa y ella está cantando, comprando ropa y zapatos y... las palabras la azotaron como un látigo. La voz de su esposo que tronaba. Su cuerpo se dobló en dos. Mecánicamente recogió la ropa y se tragó las explicaciones que nunca tuvieron la oportunidad de ser dichas. Se alejó de él y se encerró en un su habitación. Daba vueltas como en una nube. Dando pasos de baile se acercó al armario, lo abrió y sacó todas las bolsas del estante, abrazándolas, acercándolas a su pecho y luego extendiéndolas sobre el piso como si fuera una alfombra brillante, multicolor. Luego se acostó sobre la cubierta de bolsas, revolcándose en el material blando, liso, frío, agarrándolas con todo su ser para colmarlas de sus lágrimas.

E
El verano se alargó hasta llegar a su fin, dejando entre las paredes de la casa días pesados de silencio. El verano se fue y llegó el invierno, cerrando las ventanas del espacio en el cual su vida se había congelado.

Los días pasaron. Una mañana, salió de su casa temprano y volvió muy tarde, con una bolsa de colores, una bolsa nueva sx. Abrió la puerta y su cuerpo quedó paralizado. Un relámpago le quitó la vista, su cuerpo empezó a temblar. En el centro de la sala había una montaña de tiras de colores, suaves y brillantes, tiras que se movían solas, como un a cuerpo con vida, y las tiras parecían brazos que la llamaban...
Parada ante sus bolsas sintió que se desprendía de la realidad hacia la nada, flotando en el espacio, acurrucada entre las tiras que se movían, como si estuviera entre capas de algodón, aislada... Y cayó como una piedra sobre la realidad del piso de la sala.
Rindió homenaje, un minuto de silencio. Luego echó una última mirada hacia las tiras multicolores que habían quedado sin vida y colocó la bolsa nueva que había traído.
Recogió su sombra, y se marchó.

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