Foto de Cartier Bresson

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miércoles, mayo 28, 2008

LOS MAGOS


Eduardo Chaves

A nuestro alrededor pasan los magos, los alquimistas, los inventores.
Suben con nosotros a los ómnibus, a los trenes; se sientan a nuestro lado en las plazas, en los cines y caminan sin saludarnos por los parques, por las veredas. No podemos reconocerlos porque no visten sus túnicas azules, sus sombreros con plumas o sus anillos mágicos.
No llevan los cabellos libres al viento ni cantan en las ferias sus maravillas.
No usan sus palabras misteriosas para invocar a los genios ni desaparecen de pronto bajo una nube de brillo dejándonos su risa flotando en el ambiente.
Los magos, los alquimistas, los inventores, llevan ahora trajes oscuros y corbatas de seda.

Las hechiceras se visten con finos y elegantes modelos comprados en las tiendas y no saben que bajo sus modernos atavíos se esconden los prodigios.
Ya no hay juglares ni prestidigitadores, ya no se encuentran pitonisas que adivinen la buenaventura o vendedores de pócimas que nos prometan la dicha de una rara fortuna.
Todo está al alcance de la mano con su pequeño precio a la vista, al contado o a crédito. Todo está hecho para ser usado una vez y olvidado mañana, ya no se busca lo invisible ni se valora el encanto de una efímera gracia o de una sorpresa imprevista. Hay genios castigados en el fondo de botellas lejanas que aguardan una mano curiosa que los libere de pronto para conceder tres deseos, hay palomas dormidas en las viejas galeras, varitas que alguna vez fueron mágicas apoyadas en rincones grises y copas de cristal que añoran la locura de los experimentos.
Los antiguos magos, los verdaderos alquimistas, los empecinados inventores, se asoman con secreta discreción entre las páginas de descoloridos libros, entre murmullos cuando una abuela recuerda historias o por los caminos del sueño después de muchos días de fatiga y de números. Nos hacen guiños, se esmeran en encender las lámparas, sacuden la modorra con plumeros de luces, convocan a todos los duendes y sacan de sus bolsillos mariposas, ideas, cascabeles, milagros y canciones. Miran con asombro nuestro diario tormento, el cansancio que ya forma parte de nuestra manera de ser, la armadura inviolable que arrastramos sin queja y se preguntan por qué vamos ocultos bajo nuestros trajes de doctores, comerciantes o jueces, disfrazados de atentos inversionistas que ingresan por las puertas de los bancos o de serenas damas que esperan taxis en las esquinas. Las mesas de los bares se amurallan con quietos profesores, señoritas dignas y estudiantes cumplidos que se cruzan de piernas y de brazos, sueltan los ojos hacia ninguna parte y sin reconocer el desconsuelo piden un café o una copa de agua mineral para ver pasar las tardes cada vez más tristes y más breves.

Los años huyen como liebres, las pequeñas locuras que despiertan los días ya no levantan más que algún papel arrugado bajos las ruedas de los autos y el mundo de aquieta con resignada confianza, envejece y se apaga con el rostro perfecto de un último paraíso virtual.
Nadie se acuerda de sus poderes mágicos.
Nadie ejercita las palabras que conjuran las sombras.
Todos hemos olvidado que podemos ser magos, alquimistas, inventores.

De Eduardo Chaves

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