Foto de Cartier Bresson

Foto de Cartier Bresson

sábado, abril 19, 2008

EXTRAÑA PASAJERA


Extraña pasajera (inédito)

por Andrés Aldao

Era su último viaje al interior. Tendría, luego, el merecido descanso, el final de ese trajín semanal y repetido, abrumador. La pendiente estriada, un fastidio que fue asfixiándolo... Siempre la valija llena de libros, los catálogos, algunos pedidos urgentes. El mandadero de los editores. El cadete...
Ahora viajaría a Rosario. Vuelta a la rutina, la ruta 9, el paisaje agreste, moroso, calcado del viaje anterior (fuese al norte, al sur o al oeste). La copia ritual y tediosa de su vida. Prevista, aburrida.
Subió al micro cuando los pasajeros ocupaban ya sus lugares. Abajo, asiento D, pasillo, leyó. Estaba ubicado antes del final, pegado al WC, las dos letras que lo turbaban y despuntaban la levedad de su juicio. Que le importunaban la calma durante los viajes....
Todavía lo acorralaba la cobardía de abrir la boca y pedir permiso a quien estuviera a su lado. El prejuicio, el no incomodar, la timidez y el rubor que remolcaba desde su niñez. A veces le llevaba una hora animarse hasta que, con voz de flauta dulce, pedía el aciago permiso por favor, apenas esbozado, un trémulo cuchicheo.
Siempre llevaba un libro, una novela por lo general, y se entretenía con la lectura. Leía la mitad a la ida, y el resto en el viaje de regreso. Aunque esta vez cerró los ojos, intentó relajarse, no pensar...

El asiento de la ventanilla estaba ocupado por una mujer. La miró de reojo, como para intuir de antemano qué podría ocurrirle durante el trayecto.
Transcurrió un largo rato hasta que la vecina le preguntó la hora. Se atrevió entonces a observarla sin pecar de imprudente: La siete y cuarto... Era de edad mediana, un perfil interesante y el cabello grisáceo, tenía la voz contraltiana con matices foráneos.
¿Va a Rosario? preguntó con simulada indiferencia. Sí, tengo que encontrarme con mi ex marido...La respuesta le pareció una muestra de confianza, el deseo tácito de la mujer de revelarle confidencias.
¿Problemas? aventuró. Oh sí...Vinimos casados de Hungría y, luego de veinte años de matrimonio, él se enamoró de otra mujer.Ahora estoy sola en este país. Se lo cuento porque ya no me importa nada,
¿ comprende usted? musitó.

El micro cortaba camino, el paisaje se perdía entre bovinos que pastaban, árboles estoicos y solitarios, y un horizonte monótono. El sol, espigado en el contraluz, resaltaba el perfil de la mujer, le daba una tonalidad especial, un entorno áureo, casi irreal.
La vecina de asiento, imperturbable, seguía relatando los pormenores de su vida de inmigrante con el ex marido. Él no podía dejar de mirarla. Estaba cautivado por la mujer, por el sonido de la voz, el cabello gris que caía en cascadas sobre los hombros, la mirada intensa reposando sobre sus ojos miopes. Sonreía, empequeñecido ante la mujer extraña que no cesaba de narrarle sus cuitas. Y él vivía esos momentos como una realidad agradable, un prodigio.
La mujer le preguntó, con gesto afable: ¿no lo fastidio? ¿no le aburre mi monólogo? Y él, temoroso de que callase, apresuró la respuesta: no no, siga por favor... Al rato ella calló, cerró los ojos, ladeó la cabeza y pareció adormecerse. La contemplaba con los ojos perdidos, mientras imaginaba diálogos improbables, inspirados en los libros que leía, quimeras que alentó a lo largo de su existencia gris... Vida de vendedor de libros en provincias, sumiso, zalamero, apagado.
El micro estaba entrando en la estación terminal de Rosario. Bajó el pasaje y se fue encaminando a la baulera. El empleado comenzó a sacar los bolsos y paquetes y a entregarlos. Ella recibió el suyo y le sonrió. Él hizo una seña de que esperase. Ella muequeó una sonrisa y echó a andar. Él la miraba, impaciente y turbado.
Cuando recibió la valija caminó hacia la sala de espera. No la vio, había desaparecido. Recorrió con la vista el recinto. Nada. Encaró a uno de los pasajeros del micro.
−Perdón, ¿usted no vio pasar a la señora que estaba a mi lado...?
El hombre lo miró en silencio.
−Yo no vi a nadie sentado en ese asiento.
−¿Pero cómo...? Si yo hablé con ella todo el viaje...
−Señor, a usted sólo lo vi dormir... ■

© Andrés Aldao

2 comentarios:

mercedes saenz dijo...

El estilo de Andrés Aldao y los tiempos en que se suceden los hechos de este texto, hacen un relato completo en los perfiles de los personajes. Un final que deja pensando, un disparador encubierto, un pasajero que se levanta de un asiento y una simple frase que esconde, a quien quiera pensarlo una inocencia encubierta. Y el mundo que pasa por un montón de lados. Mercedes Sáenz

silvia dijo...

andrés , has usado magistralmenrte, el juego cortaziano de la ambiguedad, lo que nos da toda la libertad al lector. Un abrazo,

Silvia