Foto de Cartier Bresson

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miércoles, abril 25, 2007

Escaleras mecánicas

Un relato de ElsaJaná

Reencuentro a solas para corregimos. Mis cuentos en el maletín. Los tuyos, apilados sobre el parqué junto al mantel extendido en el piso a modo de iTiesa. Fieiilp() de mate, pan tostado y literatura. Ni el feroz frío matinal podía con nuestra sonrisa- camino a lo del escritorrrr... Antes del subte, pasearnos por las galerías de Caballito. Obvio que no era tu buena mañana, porque estabas muy vulnerable a mis metidas de pata. No sin motivos. Me abrías tu corazón enamorado de ese tipo que te seducía con provocación insistente --cosa que bien pude comprobar después-. El mismo que acabó por confesarte su “sólo proFundo respeto y admiración”. Y toda esa gente... de un lado para otro, atropellando y entrecortándonos la conversación. Los pasillos, largos y de muchas luces, con salidas a calles diferentes... Escaparates con artículos nunca vistas en mi pueblo.. Olorcito a cafeterías; caballito y elefante que se sacudían con monedas; escaleras mecánicas...pies...tantos pies yendo y viniendo... Imposible no perderse. amiga. Y te enojaste cuando ya en el subte, me negué a subir. Tras un agarrate de mí-no te asusles-mirá por dónde pisás, me condujiste sobre tablones de madera y cartón, por un lugar bastante sucio con poca luz, aclarando que el andén estaba en reparación y que enseguida saldríamos de allí. Me aterré. Ese túnel oscuro; el tropel de gente corriendo sobre los tablones. haciéndolos sonar igual que disparos bajo el apuro de los pies; y ese tren que sin parar le arrancó viento a aquella estación bajo tierra...~,Qué esperabas de mí, amiga?, “acahadila de llegar” y paralizada ante tanta gente con prisa, sin entender por qué corrían.

Me impresionó penetrar esos largos pasillos de vías oscuras. También los Fucos de luz que me pasaban rápido en sentido contrario, y las ventanillas que parecían pantallas. Y qué contar del susto ante el tren que apareció de repente por la vía de al lado-. Dijiste que en un ratito más, saldríamos junto a la puerta lateral de la Casa Rosada. Que visitaríamos el Cabildo-la Catedral-la Recova-que me llevarías al puerto-al -al Congreso y la Biblioteca... Estaba un poco mareada. No lo dije por no irritarte más. Te urgía encontrarnos con el escritor.., ese tipo que querías que me conociera. Ahora me pregLiflt() para qué. Lo único que quedó de él, fue el apuro de este día que recuerdo. De pronto, se apuró de tus labios un:
“~Trajiste las copias de las novela?” Ni bien asentí, me condujiste otra vez por los túneles a las apuradas-salimos a Tribunales-me metiste en una oficina-me hiciste entregar dos ejemplares-pagamos derechos de autor-otra vez los túneles-luces rápidas-pies-escaleras mecánicas-un taxi-La Recoleta-una nueva oficina-y la entrega de cinco ejemplares más. Ufil El camino de regreso y la escalera de la pelea. Tras oírte esperá que compro más
E~les, te seguí. Me decía a mi misma qué bien te sentaba tu nuevo look en rubio, especialmente con aquel saquito de terciopelo azul y los jeans...Ya casi en la calle, apuré la mirada al piso, para no enroscarme los pies en los dientes de la la escalera mec~inica. Allí. tu grito de: “Tuti, ¿a dónde vas?” Si venía de mis espaldas, ¿cómo era que yo te estaba siguiendo? Al darme vuelta, te vi. Al borde de las escaleras. Enojadísima por mi Falta de atención. Gritabas que se hacía tarrrrrdeeee, y que ésta era la última que te hacía por hoyyyyy... y: “Volvé ya! Bajá!” Quise obedecer, te-lo aseguro. [)e inmediato. Pero... esas escaleras, sólo subían: Y encima, los que iban por ella, además de impedirme bajar. me insultaba por torpe, mientras otros, intrigados, se acomodaban a tu alrededor. Llorando y riendo a la vez, te sentaste en el piso, diciendo: “Uy uy uy que me hago pis”, y apreiahas las
manos entre las piernas. Atrás y en repentino gruñido: “Bajá ya!’. Entonces, te agarraste la cabeza, inquiriendo por quéeee tenía que pasarrrrte éeeesto justamente a vooossss. El escritor no perdonaría tu desplante; lo sabías. ‘Pero la gente, no. Sólo sabían lo que veían y oían. Continué, sin éxito, mi intento de descenso, sallando como mona, hasta que un taco del zapato f’ue a dar a la cara de alguien que también me insultó. Obvio que no era tu día. Tampoco el mío. Entonces, largaste implacable: “Salí a la calle y bajá por el otro lado! Ya!”. Más te hubiera valido callar. Salí, sí. Pero del “otro lado”, sólo ví un puesto de flores.
Muchos te siguieron cuando subiste a buscarme. También, mientras volvíamos a entrar al subterráneo por el otro lado, que resulió ser la esquina de enfrente. VOS llorabas. Atormentada por la demora a la cita, persistías cii por qué te hacía éecssssto. Y yo, que apenas podía evitar la risa, te explicaba que me había ido tras la rubia equ~R’ocada por error. Me disculpaba melodramáticamente, mientras me asaltaba la angustia reconociendo mi falta, hasta que lloré. Entonces estallaste en carcajada. Como si hubieras enloquecido de pronto, y te secaste las lágrimas. Mi llanto crecía. Era nuestra primera pelea y estaba en juego la amistad. Por eso dije: “Te juro, Patty, que te quiero con toda el alma. Me fui tras la otra rubia por error. De verdad no quise perjudicarle. Te prometo no volver a hacer nada que te lastime. Por favor, perdoname”. Nos abrazamos. Amor de amigas cii reencuentro. Estalló un aplauso de la gente apiñada a nuestro alrededor. Agradeciendo como al final de una obra de teatro, extendiste la mano en la que te ponían monedas, y te imité. Y luego, anocheciendo ya, me pusiste en el tren de regreso al pueblo y, colgándote a la ventanilla. mc gritaste: “No te pierdaaaaasssss!”, e imitaste a un moscardón que se marchaba volando. Arrancó el tren y los recuerdos de la tarde compartida: La gente; las monedas; los aparatos mecánicos; vos explicándome que “la multitú” creyó que interpretábamos una representación teatral en el subte —muy común por aquellos días-... los sandwiches que embolsarnos para los pibes que pedían en los pasillos sentados sobre cartones; monedas cayendo en tarritos; melodías de acordeón desde algún pasillo...murmullos ... el asccnsor...tu living repleto de plantas, almohadones, repisas con libros... las escaleras... Y resultaste ser vos, amiga, la que se perdió tras las escaleras del aeropuerto. Te extraño. Volvé. Gané el concurso de novelas, ¿sabés’?, pero no me la publicaron.

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