Foto de Cartier Bresson

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miércoles, abril 25, 2007

Llueve

Llueve

(Un relato de ElsaJana)

Norma era dueña de ese don que nos mantenía prendidos de la risa, mientras parodeaba a la gallega, revoleando piernas y brazos al son de sus castañuelas y de la jota que interpretaba Angejjo. Aquella noche me dijo: Traete unos sand-wiiii-chitossss de la cocina. Ah! Y lleva un paraguas por las dudas. No entendimos la broma, pero sabíamos que sus sinsentidos, enseguida se convertían en carcajadas que, esta vez, adquirieron tono de humor negro. Regrese’con la bandeja repleta y el paraguas abierto, húmedo. Por seguir a mi amiga en su locura, pregunté: -Angelito, ¿ te traerías un vino de la bañadera (ese era el sitio de las bebidas entre barras de hielo, para las reuniones de muchos comensales). Ah!, y no olvides el paraguas. Volvió con la botella y el paraguas mojado. Norma tomó la posta y el paraguas que ya mataba de curiosidad y fue a buscar tarteletas. Al regresar con ellas, además del paraguas, traía un impermeable. Y, en un ataque de risa, revoleó los enormes ojos saltones y pícaros que pasaban por todas las emociones con apenas un revoleo en otro sentido (una de sus habilidades que mas festejabamos), y explicó: -La lluvia es cada vez mas intensa. ¿Estaremos seguros en casa?” Decidí verificar y tomé la posta, recorriendo el largo camino hacia la cocina. Norma vivía en una casa chorizo de doble enrada, en un viejo edificio de Bartolome Mitre. Para ir del living a la cocina, había que atraveár la biblioteca, la sala de música y un larguísimo pasillo. Por eso es que, entre los tres, nos pasábamos la posta, para tomarnos un descanso en la maratón. Regresé con lo esperado y causé sensación al agregar al vestuario un par de botas hasta las rodillas que habían pertenecido “al doto?’ (el padre de Norma) que, por ser muy andes, me hicieron tropezar y desparramar todo lo que traía. Me incorporé con dignidad y diCe: Acabo de llamar a los bomberos porque se está inundando la casa. Cuidado si van a a cocina. Apagué las luces por seguridad. Llueve a mares por las lámparas del techo.” Celebrando mi locura, los invitados fueron a balconearse las risas y el excedente de alcohol, al chisporroteo de encendedores y fósforos. Las cenizas enrojecidas ahumaban tintineantes bajo el esplendor de las estrellas. Bailoteábamos gallegadas cuando oímos el ullular del autobomba y los típicos circulos de luz roja se colgaron por el balcón. Tras ello, el timbre. Algunos bajaron por el ascensor de jaula, otros lo hicimos por la escalera, con mejor fortuna, ya que se cortó la luz y los del jaulón quedaron varados entre el primero y la planta baja, llenando la oscuridad de murmullos y risitas histéricas. Quién sabe qué habrán pensado los bomberos, al ver a Normita vestida de cantaor a pura blusa de lunares y casquete con borlas de lentejuelas; a Angelito en un hermoso atuendo de bailarina de colmao y pintado hasta las orejas; y a mí, empapada, con paraguas, piloto y aquellas botas de pescador. Procedimos a explicarles que nos inundábamos, acotando: “Llueve por los candelabros.” Ni pca de seriedad en nuestras palabras. Todo era tan ridículo que no podíamos evitar el ataque de ri’as. Los bomberos enseguida llamaron a la federal que, en menos de tres minutos, estacionó dos patrulleros a la puerta. Averiguaciones, verificaciones, cotejo de antecedentes, y entraron a reconocer el estado de las cosas. Entramos por la cocina y atravesamos el pasillo a oscuras hasta el living donde, desde el ventanal, la luz de la calle iluminaba a los invitados que, a pantalón remangado y zapatos en mano, pisaban el agua. La gravedad de los acontecimientos exigió una llamada extra a emergencias eléctricas. Los vecinos empezaron a amontonarse mientras nosotros aclarábamos los hechos.

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