Foto de Cartier Bresson

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sábado, diciembre 08, 2007

Ensayo: Del caletre a la cirugía

Anabella Rodríguez / 06/07/2006

Cuando me tocó guardar la biblioteca de mi abuela y su hermana, luego de la muerte de ambas, me sorprendieron los libros dedicados a las “costumbres femeninas”. Mi asombro nació de ver cómo estas “obras para mujeres” (escritas por mujeres) constituían verdaderos tratados de exigencia social muy severa y de prodigiosa memoria. Estos libros, escritos a principios del siglo pasado, me hicieron entender los anhelos de libertad que Virginia Wolf expresó en su obra Una habitación solitaria, donde profetizaba el desarrollo profesional logrado por las mujeres en el siglo XX. Sin embargo lo más curioso que vi de esos textos fue su escritura por manos femeninas. Cada “Tratado para mujer” constituía un discurso opresor que salía de una mujer hacia otra como una herencia. Así, por ejemplo, la Condesa de Tramar explicaba el comportamiento femenino en El Trato Social (1915) como un discurso rígido, lleno de vanidad y de represión moral. La autora dibujaba a la mujer como el “ángel de la familia” que vivía sólo para el hombre y las nociones de debilidad y sumisión eran la principal propuesta en su obra:

el papel de la mujer sigue siendo divino, su misión sobre esta tierra consiste en encantar, en sostener con sus manos frágiles á (sic) esa omnipotencia que se llama el hombre y que pretende dominar y á (sic) quien se encadena, sin embargo tan fácilmente”(Tramar 1915, 3).

Estas palabras podrían considerarse como un “objeto de curiosidad” por pertenecer a las ideas sociales de principios del siglo XX, sin embargo la Condesa muestra el objetivo de vida que muchas mujeres de hoy y que el mercado estético explotan, sin detenerse en la salud. ¿Cuántas mujeres no sufren varias operaciones en su cuerpo para “encantar al hombre” o al “mercado de trabajo”? Podría pensarse que la opresión del discurso femenino es un asunto interno de la mujer, porque es quien coloca como fin de su vida o parámetro al hombre, sea para su liberación o para su sumisión.


Las “obras para mujeres” del siglo XX me hacen preguntarme en el “espejo del tiempo” cuánto hemos cambiado las mujeres. Sin duda, hemos variado en muchos aspectos, porque al leer estos manuales, algunos de fanatismo religioso o moral, me costaría mucho dividir mi cerebro en “cosas de hombres” y “cosas de mujeres”, comprender que el hombre puede salir a la calle solamente o que tendría que servir como la mejor mesonera de cualquier restaurante al dueño de la casa, es decir, el esposo. Sin embargo, ¿cuántas cosas han cambiado en el llamado machismo latinoamericano? ¿Cuántas mujeres en las zonas más humildes no siguen aplicando estos conceptos, aprendido de manera oral, de la clase burguesa del siglo XIX o de la aristocracia? Y por último ¿cuántas mujeres no continúan su narcisismo de creerse centro del mundo por su belleza corporal? Si recordáramos las palabras de Tramar, veríamos cómo el narcisismo femenino de “centro del universo” es un tópico recurrente de la mujer occidental:


La mujer es el atractivo, la claridad radiante que da á una reunión el encanto y la poesía que le faltarían si ella no estuviera presente. Su belleza, su ingenio y elegancia, hacen que sea siempre solicitada (Ibid,10).

Las palabras de la Condesa muestran el narcisismo que vemos hoy en canales de moda por cable o en revistas femeninas, donde cada mujer nos mira en la foto con la supremacía de una diosa por tener el “cuerpo-centro del mundo” (incluso en las fotos de las “revistas para hombres”, las mujeres exhiben su cuerpo con la noción venusina de superiodad).

El discurso de “Venus” ha llevado a la mujer a la “cruzada de Fausto”, donde busca en la ciencia detener su envejecimiento exterior. Entonces, la nueva situación de la mujer no ha diluido su idea occidental y burguesa de “ser el centro del universo”. Se podría pensar que incluso ha emprendido la batalla profesional para profundizar, en algunos casos, este “ego” (utilizando su sueldo o ganancia para transformar su cuerpo en el canon anhelado por su comunidad).


Si hoy veo con asombro estos manuales en versos y con rima sobre la conducta femenina de principios del siglo XX, me pregunto: ¿cómo observarán las mujeres del futuro la “dieta del tomate” (no crean que me burló de las dietas. Para quienes no conozcan de dietas, estos nombres existen), la “dieta de la luna”, la” dieta de la diversidad” y muchos nombres más de dietas con fama mundial, cuando revisen las bibliotecas, virtuales o reales, de sus abuelas? ¿Qué pensarán de sus antepasados que se sometían a ayunos dietéticos que cualquier asceta podría admirar (y todo esto para “ser el centro de atención”)?


Las dietas y los ayunos tienen en varias religiones, además del objetivo ritual, una meta de desintoxicación del cuerpo para mejorar su salud (algo sano y recomendable). Sin embargo, muchas de las dietas actuales, lejos de su origen saludable, perjudican el metabolismo de adolescentes, creando obesidad y anorexia, sin embargo el “discurso venusino” no se detiene y la voz del mercado estético femenino se origina de una mujer hacia otra (sin importar edad), iniciándose en las adolescentes que cada vez tiene menos tiempo de “ser niña” y más de “ser mujer” gracias a las figuras femeninas de pequeñas jóvenes que proliferan insinuando su naciente sexualidad en los medios de comunicación. Cabe interrogarse qué pensarán en el futuro de la operación de senos (de la cantidad de cc que se introduce las mujeres en cada seno para la belleza) y de todo el cuerpo (cadera, encías, garganta, piernas, nada queda fuera) o qué dirán de las rutinas de ejercicio que otras desarrollan con una disciplina casi militar. En todo este mercado de estética, encontramos hombres que se benefician de distintas maneras (se debe resaltar que ellos tienen ya su propio “mercado estético”, con los prototipos del siglo XXI, tal como el conocido “metrosexual” (acuñado por Mark Simpson en 1994) o el Ubersexual (término de moda en el 2006) y no se salvan tampoco de las cirugías y dietas); pero es el discurso femenino quien lo acentúa y profundiza practicando el lema: “Para ser bella, hay que ver estrellas” (mientras más sufre, más bella es). Una frase que prolifera en algunas mujeres de las clases media y alta e incluso en las clases más humildes (donde varias mujeres gastan parte de su sueldo escaso o el de sus padres, en casos de las jóvenes, para verse “como la chica de la tv”, para “esconder su clase”, para lograr ascender, etc).


Sin duda, parece interesante reflexionar dónde reside una parte de la opresión histórica del discurso femenino en el creciente mercado de la estética. La mujer del siglo XX pudo competir con el hombre, pero la mujer del siglo XXI, tal vez, tenga que dar la más dura batalla y vencer su mayor opresor social: el narcisismo y su identidad sexual. Las enfermedades de metabolismos, la anorexia, la diabetes, la obesidad, los cánceres por mala “praxis médica” en operaciones de belleza o de piel por prolongada exposición a un sol sin capa de ozono completa, la infertilidad, entre otras, son terribles consecuencias que debe afrontar la mujer, y el hombre también, en el siglo XXI por esta situación del creciente mercado estético y el anhelo faústico de ser “siempre joven” con un cuerpo venusino o apolíneo.


Anabella Rodríguez


Bibliografía:


Anónimo. (1906). Tratado completo de urbanidad en verso para uso de las niñas. Colegios Católicos: Caracas.


Crispo Rosina y otros (1994). Trastornos del comer. Ed. Herder: Barcelona.


Duker, Marilyn y Slade, Roger(1992). Anorexia nerviosa y bulimia. Ed. Limusa: México.


Hirschmann, Jane y Hunter, Carol (1990). La obsesión de comer. Ed. Paidós. Madrid.


Ladish, Lorraine (1998). Me siento gorda. Ed. Edaf: Madrid.


_____________. Cuerpo de mujer Ed. Edaf: Madrid.


Serrano de Wilson, D.(1916). Almacén de las señoritas. Vda de C. Bouret. París-México.


Tramar, Condesa de. (1915). El Trato social. Vda de Ch Boures: París-México

1 comentario:

Willie Heine dijo...

Qué bueno encontrar a Anabella Rodriguez! Mercedes Sáenz