Foto de Cartier Bresson

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miércoles, enero 09, 2008

Anillos del infierno


Cuento


(presentado en el Taller a Distancia de Andrés Aldao)


Aquel veinte de diciembre el despertador sonó, como siempre, a las seis de la mañana. Había dormido mal. Sobresaltada. Me di una ducha ligera. Dejé que el agua arrastrara los restos de la noche. Tomé un jarro de café al mismo tiempo que elegía un liviano vestido blanco y las sandalias franciscanas que José me había comprado en Perú… José. Mi amor, susurré, mi amor, y sentí sus ojos azules recorriendo mi cuerpo. Acariciándome con la mirada. José.

Llegué al laboratorio, busqué los diccionarios para seguir una traducción que no avanzaba. Pasé por la Sección Hormigones e hice el control con el compañero Daniel. No tenía noticias. Sentí una puntada de angustia en el pecho. Volví a mi escritorio, extendí los papeles, abrí los diccionarios... era pura escenografía. Mis pensamientos no podían apartarse de José.

El temor . Miles de preguntas que nadie podía responderme. Recuerdos. José sonriéndome. Explicándome con suma paciencia todas las reglas de seguridad a las que yo debería atenerme. Los abrazos hambrientos, desesperados, en que nos sumíamos. Esa manera que habíamos adquirido de vivir cada momento con la desesperación del sediento. Ninguno le confiesa al otro sus temores. Pero ellos eran anillos que nos iban envolviendo. Pensé en sus manos blancas, sus dedos largos y finos. Manos que sabían arrancar de mi piel los más bellos arpegios. Un portazo me sacó del ensueño. Me sobresalté . Era Zuppa, el soplón de mantenimiento . Miré el reloj. Recién las 10.30 . Esperaría hasta las trece . Regresaría al departamento y haría lo que me había recomendado José: si una mañana no hay noticias te vas a lo de Ana . Y ahí esperás. Imaginé la espera como un extenso infierno. Hacía más de un año que caminaba por esa cuerda floja. Desde que José estaba clandestino. Vivía pendiente de citas y controles.

Sólo estábamos juntos los domingos. Me llevaban tabicada a verlo. Qué alivio y felicidad cuando me quitaban el pañuelo de los ojos y allí, frente a mí, estaba él. Nos fundíamos el uno en el otro . No había palabras. Sólo sentirnos . Muchas veces me resbalaban lágrimas y José besaba mi rostro y repetía: tenés que comprenderme, tenés que comprenderme: Debemos ser fuertes: No puedo irme, como quieren mis padres. Sería un traidor . Y me sostenía contra sí, como a una nena y pedía: ayudame, flaquita, ayudame: sé fuerte vos también .

A pesar de todo, los domingos eran una fiesta. Nuestra fiesta. Hacíamos el amor y yo me dormía, sin sobresaltos, entre sus brazos. Preparábamos la comida. Conversábamos. Hacíamos planes para el futuro. Sí. Hacíamos planes para un futuro. A las 17 la felicidad llegaba a su fin. La visita terminaba. El abrazo de despedida era infinito. Cuando cerraban la puerta del departamento yo pensaba... el Hades*. El se quedaba con Caronte**. Yo atravesaba un anillo del infierno .

Por fin el reloj marcó las 13 . En la Plaza San Martín debía hacer contacto con El Conejo: sólo intercambiar una mirada . La plaza hervía con el perfume de las magnolias. Miré para todos lados. El Conejo no estaba.

Llegué a casa . La boca seca . La garganta un nudo. Guardé en mi bolso mis comprimidos para el asma, unos tranquilizantes y un anillito de plata que José me había regalado para mi cumpleaños.

No sé cómo caminé las seis cuadras que me separaban de la casa de Ana. Ella tampoco tenía noticias. estaba con sus hijas de cuatro y seis años y dos pibes de unos compañeros. Los chicos saltaban y gritaban dentro de una pelopincho.

Una mano invisible me atenaza la garganta . No quería llorar. No podía llorar o me quebraría como una ramita de sauce. Una sola palabra resonaba en mi cabeza: José. José .

Con Ana repasamos los pasos a seguir en caso que José hubiese caído.
A las 17 la ansiedad me ahogaba .Preparé una canasta con galletitas, se las llevé a los chicos y me puse a batir leche chocolatada con manos temblorosas. Yo estaba en la cocina y Ana en el living. Sonó el timbre. Escuché la puerta abriéndose y el grito de Ana. ¡No!
¡No! ¿A qué hora fue? Y la voz de Rodolfo. Sólo comprendí: acribillado. Esquina de 13 y 55. a las 12.30. Muerto.

Me convertí en estatua. Los chicos gritaban desde el patio por su chocolatada. Muerto. José. Mi José muerto. Me senté en el suelo tomándome las rodillas . Ahogándome. Queriendo morir. Mi José.

Lo único que intuía era que comenzaba a recorrer otro anillo del infierno.
Pero sola…

Silvia Loustau - enero 2008

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* Hades: Según la mitología griega era el dios del infierno
**Caronte: el barquero del Hades, el encargado de guiar las sombras errantes de los difuntos recientes de un lado a otro del río .

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